Si me faltase algún argumento para este comentario, cuya tesis inicial es la mayor agresividad del nuevo coronavirus en su segunda etapa en suelo espirituano, Anita, una residente en la cabecera provincial, acaba de ponerle la tapa al pomo.
Pasa por la calle donde vivo y se detiene, a varios metros de una vecina sentada en su portal, a relatar los sinsabores que la han tenido en jaque en las últimas semanas. Ocho de los miembros de su familia enfermaron a raíz del primer caso, un abuelo que lamentablemente falleció días atrás. Los contagiados no vivían juntos, sino en tres domicilios diferentes, y para colmo, agrega ella, también enfermó un vecino que vive al lado de su hijo, más otro morador de la misma cuadra.
En su nómina, una de las tantas historias de núcleos con grados de consanguinidad afectados en esta parte central de Cuba, se incluyen dos niños, sus nietos, que, como el resto de los menores, “pasaron el coronavirus” sin complicaciones.
Luego de cuatro meses libres de casos, período en el que muchas personas bajaron la guardia, volvieron los contagios, esta vez con una velocidad particularmente arrolladora en la cabecera provincial. Entonces se reavivó la zozobra. Y desde el pasado 5 de octubre, fecha en que la provincia retrocedió a la fase de transmisión autóctona limitada de la enfermedad, en Sancti Spíritus suenan más alto las alarmas.
El problema es, a mi modo de ver, que suenan casi exclusivamente en medios de comunicación masiva, reuniones del Consejo de Defensa Provincial y de los municipales, algún que otro altoparlante que emite mensajes de alerta por las calles, y un grupo de internautas empeñados en alertar. Todos esos intentos de elevar la percepción colectiva de riesgo no llegan, como regla, a las personas negligentes.
Adentro, en los barrios y hogares, a menos que se trate de esos muchos delimitados con cintas amarillas por la presencia allí de casos confirmados con el virus, aún se percibe una tranquilidad contrastante con lo serio del asunto. A diferencia de los meses críticos iniciales, cuando había enfermos que declaraban haber compartido cama y mesa con familiares cercanos y aquellos nunca llegaron a contagiarse, ahora abundan las listas de personas unidas por lazos de sangre que resultan positivas a los PCR.
Asusta, por ejemplo, leer en los partes diarios sobre casos de niños recién nacidos, menores de cinco años o que lindan en la adolescencia, y deben ser sometidos ya a tratamientos contra el SARS-CoV-2, compuestos, como se conoce, por fármacos de gran potencia. Nadie sabe todavía las secuelas que pudiera dejar la pandemia.
No son elucubraciones mías. La doctora Yurién Negrín Calvo, vicedirectora de Epidemiología del Centro Provincial de Higiene, Epidemiología y Microbiología (CPHEM), pone el dedo sobre la llaga que más duele ahora mismo a los espirituanos, cuando sostiene que si las personas no están responsablemente cuidándose a sí mismas o protegiendo a su familia, es natural que la infecten.
Y calza su aseveración con ejemplos de lo que sucede actualmente: una persona que ha sido contacto de algún caso positivo o sospechoso, o que presenta síntomas, o que está claramente enferma, pero que no utilice el nasobuco dentro del hogar, es un transmisor seguro de la enfermedad. Para el contagio solo se necesita el descuido de alguna de las reglas en las que tanto se ha estado insistiendo a lo largo de más de siete meses.
Hay otro aspecto que se desatiende, a juzgar por la proliferación de esos hogares donde todos o casi todos enferman: la higiene de los utensilios de uso personal, de superficies y objetos con los que todos entran en contacto. Creo que no se ha insistido lo necesario en el uso exclusivo, la separación y desinfección de vasijas y otros objetos como platos, cucharas, vasos, etc. Tampoco en ese distanciamiento físico que sigue siendo simbólico, ni en el lavado frecuente y correcto de las manos. De todo ello se habla en abundancia, pero se practica poco.
¿Está el virus en la calle? Sí, o al menos eso opinan algunos enfermos que no saben el modo en que se contagiaron. Y lo puede llevar a casa cualquiera que se exponga a él, consciente o no de haberlo hecho. Pero si allí se actúa como si no hubiese peligro alguno, entonces no se ha ganado la batalla.
Tampoco lo inventa Escambray. En esta etapa la pandemia ha tenido en Sancti Spíritus un comportamiento diferente. No por casualidad el equipo nacional del Ministerio de Salud Pública que ha visitado el territorio ha hecho notar que en otros lugares, donde han podido intercambiar acerca del padecimiento, no suelen enfermar todos los miembros de una familia, en tanto aquí, sí.
Y no hace falta ser expertos: el virus podría haber mutado y ganado en capacidad de infección, o en tiempo de incubación, como aseguran algunas publicaciones extranjeras. Pero hay algo muy claro: cada vez, al menos en Cuba y en esta provincia en particular, son más las personas que al momento de ser diagnosticadas con la COVID-19 permanecen asintomáticas. Eso provoca que, si no están aisladas, no procuren asistencia médica y coadyuven, por tanto, a una mayor propagación del virus.
En resumen, somos nosotros, de forma individual, quienes, al estilo de los semáforos, sacamos la luz que se hará valer a la hora de que el agente patógeno se instale o no: verde, si no somos responsables y lo dejamos pasar; roja, si con nuestro actuar inteligente le ponemos un PARE.
De acuerdo, negligencia, no solo en barrios, también en centros públicos, laborales y dirigentes.
Muy bueno el artículo. Habla sin medias tintas ni tapujos.
A Sti Spiritus le ha tocado esta vez pasar por duros escenarios, y en gran medida la culpa es de las personas.
Pero no solo de las personas que son negligentes en su actuar. También culpa de aquellos que “tienen” que velar porque las personas cumplan con las medidas de protección, y no lo hacen.
Yo quisiera que vengan a Villa Clara.
Periodista, usted en su artículo ha fotografiado a nuestra provincia villaclareña. Y creo que a muchas provincias de Cuba.
Es muy cierto lo que usted dice cuando se refiere a los esfuerzos por lograr una adecuada conducta de la población ante la pandemia: “Todos esos intentos de elevar la percepción colectiva de riesgo no llegan, como regla, a las personas negligentes.”
Pero yo considero que tampoco llega a los inspectores que deben velar por el cumplimiento de las medidas, ni tampoco a las autoridades que deben actuar de manera enérgica contra esas personas irresponsables.
Yo soy un internauta que no se ha cansado de alertar sobre la necesidad de una conducta ciudadana responsable.
Y este artículo me ha llegado muy profundamente. Veo que todavía hay personas que tienen intensiones de lograr lo que muchos intentan opacar, o le ponen zancadillas. Y es el cumplimiento de las medidas de protección personal y colectiva.
Voy a compartir el vínculo a este artículo en el Periódico Vanguardia de mi provincia.
Quiero que mis coterráneos se pongan en la piel de los espirituanos para ver si se logra de una vez una responsabilidad ciudadana adecuada ante esta Pandemia.
Quiero terminar mi comentario deseando que Sti Spiritus salga prontamente de esta difícil situación por la que atraviesa. Con disciplina y responsabilidad podrán lograrlo.
Dios bendiga a todos los espirituanos.