Cuando muere alguien que ha vivido para iluminar y darse a los demás, siempre queda el vacío que nubla los espíritus más allá de un día de lágrimas, pero cuando muere una mujer hecha de letras y pasión, un ser que se aferró a la vida aun con la muerte coartándole el júbilo, un alma pura que amó y sufrió con igual intensidad, cuando alguien así deja este mundo, la huella de su existencia deviene también, en medio del dolor, asidero para la paz.
En diciembre de 2018 conversé por última vez con Crucelia Hernández Hernández, y, ante la noticia de su muerte, comprendo que aquella entrevista fue nuestra despedida, por eso remito mi tristeza al recuerdo de su elocuencia; me queda al menos la grabación de sus respuestas francas, el encanto de su voz apacible y la imagen elegante de su figura, perdurable incluso a sus 96 años.
Crucelia encontró en la poesía mucho más que el espejo donde reflejó su exquisita inspiración cada vez que las musas le halaron los dedos, porque reconocerse dentro de los caminos silenciosos y sublimes del arte le dibujó cientos de motivos para sentirse hallada por sí misma en la plenitud del acto creativo.
Nació el 7 de noviembre de 1923 en la finca Santa Julia, de Taguasco, pero la poetisa hizo de Guayos su hogar y ni siquiera la soledad del esposo e hijos perdidos la enrumbó hacia donde la esperaba el otro fruto de su amor; su pueblo adoptivo reconoció temprano su fidelidad hacia el terruño, le prodigó admiración y cariño infinitos y la bautizó como la novia de la cultura guayense.
“Todavía estoy por aquí”, me dijo en aquella ocasión, y la frase me emocionó, porque su mente lúcida reconocía que la vejez esconde amaneceres inciertos, y solo ella podía saber cuánto le pesaban las penas y los dolores del cuerpo.
Sin embargo, pocas personas como Crucelia logran conservar la gracia y dignidad de la vida aun en la longevidad, y no la dejaban mentir el arreglo impecable de sus medias, su pelo, su ropa, incluso el creyón pálido en sus labios… De los tacones que la acompañaron casi hasta sus últimos años, bien pudieran escribirse otras páginas.
No estudió música, pero tuvo el don de componer 15 canciones y musicalizar siete, tal sensibilidad la hicieron merecedora de un sitio en la cultura del municipio de Cabaiguan. Volver a escucharla tararear su Cuba mía me provoca media sonrisa en este día de luto.
“Ahí hay un salto”, me decía en aquella entrevista cada vez que narraba un suceso que la hizo más sabia, pero ni sus canciones premiadas en concursos nacionales ni los libros publicados y reverenciados por otros poetas, ni el amor incondicional de su pueblo, la hicieron menos modesta, porque Crucelia fue cuanto más profunda, más sencilla en el roce cotidiano con su gente.
Con el inolvidable Fayad Jamís la poetisa tejió una complicidad mítica que siempre supo salvar de las suposiciones; la amistad entre estos íconos floreció como ocurre casi siempre que los creadores se afanan en transformar a su pueblo con el arte; ambos quisieron de cierta manera convertir a Guayos en epicentro cultural de la región.
Para regresar a Crucelia, así como quiero recordarla, íntima y natural, quizás me anime a encontrar la canción No lo averigües que acunó junto a su otro gran amigo, el músico Arturo Alonso y con la cual fueron finalistas en aquel concurso del año 1973.
Estaba sentada el domingo en la sala con el teléfono en la mano, justo cuando caminé frente a su casa, la puerta abierta como de costumbre invitaba al saludo, pero en mi andar me conformé con el gusto de saberla allí, viva, mas, este martes la noticia de su muerte se multiplica en las redes sociales.
Los próximos días me obligarán a releer sus textos Con aro y paleta, Testigo de mis horas e Íntimo fulgor, buscaré nuevos sentidos que quizás la nostalgia me revele, será ella el sujeto lírico que emerja en mis versos ante la paz inquietante de su ausencia.
Linda, carismática, increíble, un amor de persona fue admirada y respetada por todos de nuestra familia y por quienes la conocían es una estrella que desde el cielo seguirá iluminándonos hasta luego linda Cruz te seguiremos queriendo por siempre estarás en nuestros corazones.
Linda, carismática, increíble, un amor de persona fue admirada y respetada por todo de su familia y quienes la conocían es una estrella que desde el cielo seguirá iluminándonos hasta luego linda Cruz te seguiremos queriendo por siempre