Se le veía venir. Mientras lo supimos distante, allá por las lejanas Asia y Europa, nos sentimos a salvo. Creíamos estar preparados para lidiar con él casi tan solo por la naturaleza cálida de este país. “Lo terrible es donde hace frío; acá con el calor no podrá sostenerse”, nos decíamos. Alentaban las informaciones desde las redes de internet, que hablaban de temperaturas capaces de desactivarlo. Y pensamos en tés, cafés, infusiones con plantas o productos naturales y hasta agua abundante, como antídotos, por múltiples creencias con basamento científico o sin él.
Pero Cuba es parte del mundo y pronto el SARS CoV-2 entró, alojado en turistas extranjeros y en nacionales procedentes de otros países. Ahora se lee y casi no se cree: además de los turistas mismos y quienes tuvieron contactos con ellos, hay padres contagiados por hijos que vinieron a verlos, o viceversa; amigos enfermos por cuenta de la efusividad de aquellos con quienes siempre se relacionaron; conocidos que no evadieron la cercanía de quienes llegaban de otras latitudes; comerciantes que se arriesgaron a viajar —y arriesgaron a otros— tan solo para cargar mercancía y revenderla.
Hoy nuestras calles tienen otra imagen, una que ni siquiera imaginamos. La mayoría de las personas traen el rostro enfundado en mascarillas, nasobucos o tapabocas — nadie sabe la denominación exacta, pero el caso es que ayudan —, al estilo de las mujeres árabes a las que nunca se pensó imitar, por lo alejado de nuestra idiosincrasia.
Jamás se vieron colas tan ordenadas para adquirir productos de alta demanda, aunque, admitámoslo: nos costó trabajo y todavía nos cuesta tomar distancia unos de otros. No es de cubano eso de verse después de varios días, en incluso luego de horas, y no abrazarse, cuando menos. Las telas protectoras, los cristales, los teléfonos y ese metro y medio recomendado como distancia mínima para que el virus no nos alcance vienen a ser intermediarios que demandan esfuerzo.
Entonces, luego de una inercia inicial que alarmó a los precavidos, surgieron las estampas que hasta hace solo días parecían increíbles, por las calles atestadas de gente que iba y venía sin la mínima prudencia, como si el mundo donde el nuevo coronavirus enferma y mata sin distinción alguna fuese otro y no en el que vivimos.
Y se instauraron los policías en las calles, llamando al orden y a la disciplina e incluso ayudando a las personas. A que los abuelos, por ejemplo, no deambulen o anden haciendo compras si alguien más joven puede hacerlo, tal y como ha exhortado el Presidente de la República. A que los niños, como también ha pedido el propio Díaz-Canel, no sean usados como pretexto para comprar más rápido o en mayor cantidad, algo que en centros comerciales de la isla se estaba convirtiendo en nociva tendencia.
Los barrios se volvieron silenciosos y en cierta forma taciturnos, todos pendientes de los partes diarios donde se habla de enfermos y, en los peores días, también de fallecidos. Hay, obviamente, todavía, quien no percibe el riesgo y anda codo con codo junto al de al lado, a fuerza de costumbre, mientras el nasobuco reposa en el bolsillo. Pero esta Cuba no es la misma que en los primeros días de marzo, cuando, aún incólume ante una epidemia de dimensiones nunca vistas, seguía su ritmo bullanguero, extrovertido y con un desenfado casi congénito.
Hoy la alerta camina por las calles; anda, de barrio en barrio, de ciudad en ciudad, de continente en continente. Viaja dentro de Cuba en dispositivos móviles, convertida en vivencias de quienes en lugares donde el SARS CoV-2 llegó casi a minar el oxígeno mismo animan a no perder la fe y a cumplir las medidas que, ya se sabe, resultan efectivas.
Una cubana residente en Wuhan, la ciudad china donde brotó la epidemia, escribió su receta, a modo de mensaje, en su perfil de Facebook: “Lo primero es calmarnos, respirar hondo y no preocuparnos sino OCUPARNOS del problema; evitar la propagación del virus es lo más importante (…). No es solo el gobierno el que tiene que tomar las medidas: tenemos que ayudarnos todos (…). La clave está en ser responsables y precavidos”.
Y mientras leo sobre esas precauciones cubanísimas, como las ropas y las mascarillas “achicharradas bajo el sol”, los aplausos afuera me detienen. Son las 9:00 p.m. Agradezcamos a quienes se baten, en cualquier frente, por la vida de cualquier ser humano contra este virus que nos cambió la vida. Y aprendamos, de paso, las lecciones que deja.
Hay que revisar los precios a los que se estan ofertando los productos,recordar que hay presonas que han sido declaradas interruptos aun no poseen reubicacion, a partir de ayer en Trinidad Cimex esta comercializando cartones de huevos a 3.60 cuc o a 90.0 cup , el huevo sale a 3.0 cup, esta mas caro que el que lo vende ilegal en la calle, quien revisa estos precios, a caso esos huevos son importados, cuanto es el costo de produccion de 1 huevo, creo que la prensa deberia investigar el precio de costo de cada mercancia de primera necesidad que se esta comercializando ahi esta el pollo del arroz con pollo, si es nacional o importado.No pretendamos ser eficientes comercializando este tipo de producto de primera necesidad para la familia.
Hola. Agradezcan ahora más que nunca a quienes están fuera enfrentando el virus. Médicos y enfermeras, personal sanitario, policías, farmacéuticos cajeros… y cuídense. El viras no respeta ni ideologías, ni espacios ni razas ni economías. Cuiden a los mayores. Aquí en España se ha cebado con ellos. Confíen en las autoridades sanitarias y políticas. El aislamiento y la higiene son esenciales. Saludos y ánimo.
Gracias, Jorge, lei con interés sus recomendaciones. Cuidese mucho y ojala que en España la situacion mejore. ¡Ojala que mejore en todo el mundo! Pero eso pasa mucho por el interes de las autoridades que guian a esas naciones.