Cuando mi familia acunó el sueño casi unánime de que fuera médico, yo ya había maquinado esto del periodismo y lo tenía entre ceja y ceja, atomizado en sangre. Mi riposta para los que me veían con el estetoscopio al cuello, por sencilla, no convencía a nadie: “Demasiados guajiros se han empinado ya en esta familia como médicos”. Y es una realidad, a golpe de inteligencia y sacrificio, y pan con “aguazúcar”del Período Especial mediante para algunos, entre primos y recontraprimos suman un estomatólogo, un ortopédico, un clínico intensivista, un ginecólogo, un especialista en Medicina Natural y Tradicional y un epidemiólogo.
Mi primo epidemiólogo no es un hombre de muchas palabras, y en el cansancio y la tensión por estar en la primera línea de fuego estos días encontró el escape perfecto para no conversar conmigo, para no narrar los pasajes de su cara a cara con la verdad, de la realidad interpuesta a los abrazos con sus niños.
Cuando esta tarde se puso al teléfono, me enfrió el cuerpo la certeza acompañante desde que empezó todo esto:
—¿Para qué país es?
—Angola, salgo mañana para La Habana y vuelo el próximo miércoles.
Sé que le dije que se cuidara, porque es lo que más repetimos en esta lucha de la autocomplacencia contra la incertidumbre, y no sé qué más le dije. Una hora sin hablar después de colgar el teléfono en la que el orgullo y la tristeza me carcomieron por igual, dejando siempre un recodo del alma a la esperanza.
No puedo mencionar el nombre de mi primo, ni dónde trabaja; es la forma de evitar que su regaño por estas líneas sea más fuerte de lo que será. Seguro él prefiere quedar en el anonimato como esos a quienes aplaudo con mis vecinos cada noche cuando salimos a los portales para romper el silencio de la reclusión e inmortalizar en bullicio y chiflidos el cubaneo que no nos arrancará la pandemia.
He aplaudido por los médicos de mi familia, por mi tropa del preuniversitario que anda en la pesquisa puerta a puerta, por los médicos que siempre me han atendido, por los que no conozco, por los choferes, por las auxiliares de limpieza y las cocineras.
A partir de ahora una de las palmadas tendrá el nombre de mi primo, y mi familia toda, que siempre soñó con más médicos, podrá sentirse orgullosa de él.
Yo prefiero complacerlo con el anonimato y con no idolatrarlo, pasar inadvertido lo hará feliz: esto es lo que toca hacer. Sin que se entere, mis manos aplaudirán por él y estarán a la espera del regreso, prestas a abrazarlo otra vez.
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