Del sufrimiento humano se ha escrito, se escribe y se seguirá escribiendo mucho, pues el dolor en las personas —que no siempre es físico, sino que suele ser psíquico, anímico, moral— toca las fibras más sensibles de las personas de bien, dispuestas a tender la mano a sus semejantes en desgracia, como acaba de ocurrir con los más de 1000 pasajeros y tripulantes del crucero inglés MS Braemar, amenazados de muerte por la peligrosa pandemia mundial de la COVID-19.
Esta historia, que pudo terminar muy mal, pues al menos seis países, incluido Estados Unidos, habían rechazado permitir el atraque del barco británico con cinco enfermos confirmados —para el regreso de sus pasajeros por aire al país de origen—, terminó felizmente cuando el Gobierno cubano dio el paso al frente y puso a su disposición todo lo necesario para que, de manera segura y ordenada, los cruceristas se reintegrasen al seno de sus familias en cuestión de horas.
No puede menos entonces este redactor que evocar lo ocurrido hace 80 años en el puerto de La Habana con los 937 pasajeros del trasatlántico St. Louis, en su inmensa mayoría judíos, que huían del nazismo hitleriano. El barco fondeó en esa rada el 27 de mayo de 1939, a donde había llegado desde la ciudad-puerto de Hamburgo, en Alemania, con personas desesperadas en busca de auxilio para radicarse o viajar luego a un tercer país donde enrumbar sus destinos.
La historia recoge que la enorme diáspora entre los hebreos provocada en la patria de Beethoven por el régimen nazi, que los había tomado de cabeza de turco en su propaganda de superioridad racial, persiguiéndolos, confiscándoles sus propiedades y exterminándolos físicamente, fue aprovechada en este continente por algunos gobiernos para lucrar con la desgracia de esos infelices, y el gobierno de la Cuba de entonces bajo la presidencia de Federico Laredo Bru, no fue la excepción.
Ocurrió que la mayoría de esos desdichados veían su futuro en la emigración a Estados Unidos, y Cuba aparecía como la escala más idónea antes de dar el salto definitivo al país norteño; por eso las autoridades cubanas en Alemania facilitaban visas a los solicitantes a un precio de entre 200 y 300 dólares cada una, lo que representaba una pequeña fortuna en aquella época.
El colmo de la impudicia del gobierno de Laredo Bru fue que, ya otorgadas las visas para los pasajeros del St. Louis, una semana antes de que el navío se hiciese a la mar, ese presidente títere denegó mediante decreto la autorización a sus pasajeros para bajar a tierra en Cuba.
Según el colega Delfín Xiqués Cutiño —Granma, miércoles 18 de marzo de 2020— “…Ahora, para entrar a Cuba era requisito contar con una autorización de la Secretaría de Estado y otra de la Secretaría de Trabajo, y pagar un bono de 500 dólares, a excepción de los turistas”. Como nadie informó de la medida a los pasajeros del St. Louis, ellos se despidieron de la tumultuosa Europa con regocijo y júbilo creciente que se tradujo en variadas actividades y fiestas a bordo.
Pero al llegar a la capital cubana, las autoridades les impidieron el desembarco con la dudosa expresión de: “mañana, mañana” …, y la incertidumbre dio paso al terror cando se hizo claro que no les dejarían tomar tierra.
Los días pasaron y la promesa no se cumplió nunca, por lo que el St.Louis, por disposición del capitán Gustav Schroder, levó anclas y se dirigió a las costas de la Florida, donde solicitó al Gobierno estadounidense permiso para bajar su pasaje, lo que también le fue denegado, por lo que, iniciado junio, tuvo que partir de regreso a Europa. Tan grande resultó el pánico entre los judíos a bordo que la alegría se hizo tristeza y las risas llanto, al punto de que uno de los viajeros se cortó las venas y se lanzó al mar.
COYUNTURA FUNESTA
Como justificación al imperdonable proceder del entonces primer magistrado criollo, se ha esgrimido la atmósfera desatada en el país por oleadas anteriores de emigrantes canarios, antillanos y de otras procedencias, los cuales quitaban oportunidades de trabajo a los nativos de la isla y contribuyeron a desatar con ello una ola de nacionalismo y xenofobia que desembocó en 1933 en la Ley de Nacionalización del Trabajo, según la cual, al menos el 50 por ciento de los trabajadores de cada entidad empleadora debía de ser de nacionalidad cubana.
Se plantea también que al rechazo al barco con judíos contribuyó en gran manera la embajada de Estados Unidos en La Habana, pues conocía de las intenciones de la mayoría de los pasajeros del St. Louis de utilizar a Cuba como trampolín para luego saltar a la patria de Lincoln, donde la migración legal e ilegal había devenido problema político.
Pero, según las fuentes consultadas por este redactor, ninguna menciona un factor que, dado el clima desatado en Cuba en vísperas de la II Guerra Mundial, tuvo por fuerza que resultar muy influyente y es el auge que llegaron a tener en la isla por esa época las organizaciones de corte nazi fascista y falangista, algunas de las cuales lograron obtener reconocimiento legal.
Entre tales formaciones extremistas de tendencia chovinista, racista y excluyente, figuraron el ABC, el Partido Nazi Cubano, la Legión Estudiantil de Cuba, la Legión Nacional Revolucionaria Sindicalista, la Falange Española y Auxilio Social, una entidad de autoproclamada función benéfica y filiación de extrema derecha vinculada a su matriz franquista en España.
Todas ellas eran por naturaleza antisemitas y defendían los intereses de grupos oligárquicos, llegando a tener medios de difusión propios, y programas ocultos, por lo que, sin temor a equivoco, se puede afirmar que estuvieron detrás del rechazo al barco con judíos en mayo-junio de 1939.
No de balde el 19 de mayo de 1938, el Estado cubano concedió a Joachim von Ribbentrop (*), entonces delegado del Partido Nazi para los asuntos de Política Exterior, y a Vico von Bulow Schwant, ministro plenipotenciario, jefe de protocolo e introductor de ministros de la cancillería hitleriana, la Orden de Mérito Nacional Carlos Manuel de Céspedes.
TRISTE DESENLACE
Debido a la estrechez de miras, el oportunismo y la inconsciencia política de los dirigentes locales de la época, el St. Louis tuvo que regresar a Europa, donde por medio de la Cruz Roja y la asociación judía internacional American Jewish Joint Distributtion Committee, se logró que los pasajeros no fueran devueltos a Alemania, y que se les acogiera en Bélgica, Holanda, Francia e Inglaterra.
Sin embargo, en mayo de 1940 los nazis invadieron los tres primeros países mencionados y, aunque muchos hebreos lograron escapar, 670 fueron capturados por los nazis y 250 pagaron con la vida la falta de piedad y misericordia del gobierno de Laredo Bru y de sus tutores yanquis.
Salta a la palestra histórica el cambio de época y de signo político, pues, por fortuna, la Cuba que rechazó a los judíos en mayo de 1939 no es ni por asomo la que acaba de dar su apoyo solidario a los pasajeros del MS Braemar en marzo de 2020, haciendo gala de humanismo y solidaridad, aun a riesgo de la propia vida.
(*) Luego titular de Exteriores del III Reich. Fue condenado a muerte por el Tribunal Internacional Militar de Nuremberg y ejecutado en octubre de 1946.
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