Debuta la temida pandemia de Covid-19 en un mundo lleno de egoísmos y de consignas políticas que denotan chovinismo y ausencia total de principios; por ejemplo, una de las mas esgrimidas por el actual mandatario estadounidense Donald Trump durante su campaña electoral: “Estados Unidos primero”, émula de la que Adolfo Hitler hizo prevalecer en su momento en el III Reich en los años 40 del pasado siglo: “Alemania sobre todas las cosas”. Frente a esos negativos pronunciamientos, Cuba hace valer la prédica martiana de que Patria es humanidad.
Sometida a feroz bloqueo por la superpotencia, en violación de todas las leyes y normas internacionales, esta pequeña isla está dando una lección a nivel mundial al demostrar a cada momento que, salvo China, una magna potencia económica y demográfica con un gobierno socialista, no existe país en el mundo mejor preparado para hacer frente a esta peligrosa enfermedad contagiosa, dado su nivel de organización interno y el desarrollo alcanzado por la Medicina y la Farmacología en 60 años de Revolución.
Mientras la opinión pública mundial seguía con interés acrecido la batalla que se libra en el país asiático, saltó a los medios que, entre las algo más de dos decenas de medicamentos utilizados en el tratamiento a los enfermos de la también llamada Neumonía de Wuhan, figura en primera línea el producto Interferón Alfa-2-b Recombinante, un desarrollo de la Biotecnología cubana que está demostrando su eficacia, pues bloquea —interfiere— la proliferación del virus al interior de las células.
La batalla que se libra a nivel global contra la nueva pandemia ha puesto a prueba la validez de los sistemas nacionales de salud para hacerle frente, en un esfuerzo supremo por evitar que devenga catástrofe en términos económicos y de mortandad humana para países grandes y pequeños, donde un problema eminentemente sanitario deviene ahora, también, político y de seguridad nacional, con indudable incidencia en las urnas.
A tales efectos, se comenta que el propio Trump deberá su suerte en las elecciones de noviembre más a los avatares y resultados de la lucha contra la Covid-19 que a su prueba de fuerza con un adversario demócrata, cualquiera que sea. No por gusto se le responsabiliza de haber sustraído un 20 por ciento del presupuesto destinado para investigación y desarrollo de nuevos fármacos a fines armamentistas y al muro fronterizo con México.
En el caso de Estados Unidos —y otros países occidentales—, el asunto de fondo estriba en que, dado su sistema de salud privado, las prestaciones públicas dejan fuera a millones de ciudadanos, que acuden tarde o, sencillamente, no acuden en busca de atención médica cuando se sienten enfermos, porque no pueden darse el lujo de pagarla, y conste que los servicios médicos y los medicamentos alcanzan a menudo precios estratosféricos en esas naciones.
Ahora, frente a una dolencia peligrosa e invasiva como el nuevo coronavirus, las deficiencias de los sistemas de salud en esos estados devienen fórmula perfecta para el caos y la extensión generalizada de la pandemia, donde medidas emergentes de última hora tardan en dar sus frutos y no alcanzan, ni de lejos, la eficiencia de sistemas de salud que, como el cubano, viene preparándose todo el tiempo para tales emergencias.
Saltan a la vista los ejemplos discordantes que ofrecen Cuba y los Estados Unidos en el enfrentamiento a la Covid-19, empezando por la prohibición generalizada de recibir vuelos procedentes de Europa, China y otras partes, decretada por Trump, y el gesto solidario de la patria de Martí y Fidel de permitir al crucero inglés MS Braemar fondear en la Bahía del Mariel para que sus pasajeros y tripulantes pudieran retornar por aire a las islas británicas, luego de que ese gobierno solicitara esa ayuda, la cual fue rechazada por varios países caribeños.
En las redes sociales debutaron mensajes de gratitud de viajeros de al menos ocho nacionalidades presentes en el buque, por una decisión que Cuba adoptó por su cuenta y riesgo, dada su innata vocación de servir.
Confiando en esa buena voluntad del gobierno y el pueblo cubanos, proliferan pedidos de ayuda médica cubana de países como Venezuela, Nicaragua, Jamaica, la región italiana de Lombardía y otros, al tiempo que aumentan las voces críticas contra los regímenes de Ecuador, Brasil y Bolivia, donde los gobiernos derechistas decretaron la salida de las misiones médicas cubanas, y dejaron a sus pueblos prácticamente indefensos frente a la actual pandemia.
En coyunturas críticas como la actual, no se debe olvidar que, en gran medida, la organización de protección civil contra epidemias y eventos de otro tipo en nuestro país se debe en gran parte —además de a su sistema político, económico y social— a los retos de vida o muerte que han representado las agresiones biológicas y bacteriológicas de Estados Unidos contra la isla durante más de 60 años.
Pese a enfermedades inducidas contra personas, animales y plantas, como fueron en su momento la fiebre porcina africana, la roya de la caña y el café, el moho azul del tabaco, la conjuntivitis hemorrágica y el dengue hemorrágico, que causaron a Cuba la pérdida de muchos de sus hijos y cientos o miles de millones de dólares, el país ha sabido resistir e irse imponiendo a cada reto.
Como prueba suprema de la medida de su vitalidad y altruismo, bajo las prédicas y enseñanzas de su líder histórico Fidel Castro, Cuba forjó miles de nuevos médicos para países latinoamericanos, africanos y asiáticos; devolvió o mejoró la visión a cintos de miles de latinoamericanos y caribeños; llevó su ayuda solidaria a Centroamérica, destruida por el huracán Mitch, y a Pakistán y Haití, devastados por terribles terremotos.
Cuba siempre está allí donde se le necesita, incluso cuando se trata de enfrentar graves peligros, como en el 2014, cuando envió personal especializado a combatir la mortal epidemia del Ébola en tres naciones del África noroccidental. Este es el carácter de un pueblo forjado por José Martí y Fidel Castro, dotado de una innata vocación de servir. Un pueblo que irradia amistad y solidaridad por todo el mundo.
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