La guerra, como cualquier otro suceso de la vida, tiene su punto de inicio en una fecha dada, partiendo de un hecho específico reconocido por sus participantes y validado luego por los historiadores. En este sentido, el 15 de mayo de 1895 marca el comienzo de las hostilidades de la Guerra Necesaria en la jurisdicción de Sancti Spíritus, detonado por Luis Lagomasino y unos pocos conjurados en la finca La Cueva, próxima a Tayabacoa, zona de Tunas de Zaza.
No fue Sancti Spíritus el primer lugar del territorio en pronunciarse en armas, pues según la doctora Sonia López (*) “Esta guerra, que en los primeros momentos se centró en la región más oriental del país, se extendió con rapidez hacia otras zonas y en abril —mes de la llegada por Oriente de los principales jefes de la misma—, tiene lugar el levantamiento de Las Villas con el doctor Juan Bruno Zayas en la zona de Vueltas y Joaquín Castillo en la porción norte de la actual provincia espirituana”.
Estos grupos, al que se suma luego el de Lagomasino, tienen en su contra dos aspectos capitales: en primer lugar, la falta de armas y pertrechos —en La Cueva, solo contaban con tres armas largas, algunas escopetas y dos o tres revólveres— y en segundo, el factor organizativo. Por esta causa, Lagomasino y los suyos operan durante varios días por los alrededores de Banao, ciñéndose sus acciones a tiroteos, escaramuzas y algunos sabotajes a las líneas telegráficas, sin recibir ayuda material y sin que apenas creciera su número.
El estudio de todo lo acontecido por esos días en esta comarca central de Cuba muestra que, a pesar de que ya a principios de julio de 1895 se encuentran sobre las armas diferentes grupos de hombres en Trinidad, Fomento y el norte espirituano —zona de Yaguajay—; no es hasta la llegada de la expedición Sánchez-Roloff-Mayía por Punta Caney, al sur de Sancti Spíritus, cuando la guerra toma verdadero auge.
ACONTECIMIENTO DECISIVO
A los efectos de la Guerra de Independencia, no se sabe, pues, qué hubiera pasado sin el arribo afortunado el 24 de julio de 1895, por Punta Caney, de la expedición del James Woodall, rebautizada José Martí y conducida por tres generales de la Guerra Grande: Serafín Sánchez Valdivia, Carlos Roloff Mialovski y José María Rodríguez (Mayía).
Aunque por su jerarquía militar algunos textos sitúan al polaco como el verdadero jefe de aquella empresa, lo cierto es que correspondió a Serafín hacer hasta lo imposible entre los emigrados cubanos de la Florida para reunir poco a poco los recursos imprescindibles para financiarla, incluidos los víveres, la ropa, el armamento, los pertrechos diversos y el alquiler de las embarcaciones que se vieron involucradas, y para ello existía una motivación especial.
Lo cierto es que el paladín espirituano sentía un gran apremio moral ante José Martí, ya que fue un hombre del 68 recomendado por él, Fernando López de Queralta, el individuo que, con su ambición e irresponsabilidad, había hecho fracasar el magno proyecto de Fernandina, consistente en traer a Cuba tres importantes expediciones por Oriente, Camagüey y Las Villas, encabezadas por los principales jefes de la Guerra Grande, para hacer una campaña lo más breve posible, poco cruenta y victoriosa.
De ahí el propósito vehemente del espirituano tras el desastre que significó la pérdida de los recursos tan arduamente reunidos —debido al decomiso por parte de las autoridades de Estados Unidos—, de cumplir el plan original de Martí, según el cual él debía traer una expedición que desembarcase por la porción central de la isla y avivara en esta zona la lucha independentista. La caída del Apóstol en Dos Ríos el 19 de mayo de aquel año, no hizo más que incentivar aquella deuda de honor.
Por todo ello, grande fue el júbilo que sintieron Serafín Sánchez y sus compañeros en la tarde del 24 de julio del citado año, cuando desde la cubierta del José Martí divisaron la costa cubana y allá a lo lejos la línea sinuosa de la cordillera de Guamuhaya. Poco después están a la vista de Tunas de Zaza, y a las nueve de la noche arriban a las costas espirituanas por Punta Caney, pequeña porción de tierra que penetra en el mar, rodeada de manglares y esteros, en uno de cuyos extremos los expedicionarios desembarcan el valioso material bélico.
Según el propio Serafín en carta a su esposa Pepa Pina, a las nueve y media de la noche del 24 de julio “estamos desembarcando sin novedad alguna en Tayabacoa, a legua y media de Tunas; hemos entrado aquí como en nuestra casa. Dentro de hora y media estaremos todos en tierra con la expedición. ¡Viva Cuba! Y te quiere mucho, tu Serafín (…)”.
En tiempo récord bajan a tierra 153 hombres encabezados por los mayores generales Carlos Roloff y Serafín Sánchez, que hace el reconocimiento previo y escoge sitio para el primer campamento. El cargamento estaba compuesto por 300 fusiles, 300 000 tiros, 300 machetes y 650 libras de dinamita, así como ropa, medicinas y otros efectos, de los cuales, a diferencia de otros empeños, “no se perdió ni una bala”, como diría alguno.
Muy bien vale explicarlo, pues sin contar las expediciones perdidas en naufragios y las frustradas por España, el Gobierno de los EE. UU. malogró 33 de aquellos empeños, incautando las armas y pertrechos a bordo, riesgos que el José Martí hubo de sortear incólume.
A su arribo a tierras espirituanas el general Serafín Sánchez Valdivia lanzó una proclama a los habitantes de Las Villas, que constituyó un llamado a la unidad y la lucha contra el régimen colonial español.
LA GUERRA EMPIEZA AHORA
Puede decirse con toda propiedad que, a los efectos de las acciones bélicas, la guerra acababa de empezar en la jurisdicción de Sancti Spíritus, pues a partir de la llegada de la expedición de los tres generales por Punta Caney, se suceden los acontecimientos relacionados con el factor bélico. Entre estos pueden citarse la rápida incorporación de grupos de alzados como los de los capitanes Quirino Amézaga y Federico Toledo, con más de 30 efectivos entre ambos, a los que seguirían a inicios de agosto los 123 hombres del también capitán Basilio Guerra.
La suma de nuevos combatientes prosiguió con los contingentes y partidas del coronel Joaquín Castillo, el teniente coronel Justo Sánchez, los comandantes Quirino Reyes y Pío Cervantes, y el capitán José Joaquín Sánchez, Tello, así como parte de las fuerzas del general Lino Pérez, para una suma total el 3 de agosto de 1895 de más de 800 hombres armados.
En el orden organizativo, se emprende una profunda estructuración militar de las fuerzas que operan en Las Villas. Carlos Roloff asume la jefatura del IV Cuerpo del Ejército Libertador, que cuenta con dos divisiones; una en la región de Sancti Spíritus, Trinidad, Remedios, al mando del Mayor General Serafín Sánchez, y la otra bajo la dirección del general Manuel Suárez, con brigadas que operan en Villa Clara, Cienfuegos y Sagua.
Casi al mismo tiempo transcurre la organización civil del territorio insurrecto con la creación de un numeroso grupo de prefecturas y subprefecturas, así como se organizan las comunicaciones con el exterior y la inspección de costas con un cuerpo de inspectores. De igual forma, se emite una serie de circulares para regular la vida de los paisanos en los territorios liberados.
En los tres meses que siguieron al del desembarco las acciones de las tropas cubanas en la zona alcanzan tal auge, que el mando español decidió trasladar a Las Villas al grueso de los más de 23 000 hombres llegados de Iberia en fecha reciente, sin que pudieran volcar en su favor la situación. Por sus muchas acciones exitosas, Serafín Sánchez despunta como el mejor jefe como táctico y estratega en todo el territorio, además de su acometividad como combatiente.
La suerte está echada. Por tanto, no será casualidad que le correspondiera el alto honor de reunir y liderar a los 2 000 soldados insurrectos del contingente de invasión que se sumará a Gómez y Maceo a inicios de diciembre de ese año, a su paso por tierra espirituana, y que tan sonadas hazañas materializara en esa empresa homérica. ¡Honor a quien honor merece!
(*) En el trabajo La Guerra del 95 en Sancti Spíritus, de la doctora Sonia López Acosta.
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