Cada mañana hay algo que hacer, solo que la rutina de la pareja de fisioterapeutas Jorge Enrique González Berroa y Nisleidys Roura Cortado ha cambiado desde su regreso de la República Bolivariana de Venezuela, hace apenas unas semanas. Y es que la COVID-19 les ha calado hondo desde que, todavía en la misión, se enfrentaron a una enfermedad desconocida y una experiencia única en su labor como técnicos de salud.
“Trabajábamos en la sala de rehabilitación en el Centro de Diagnóstico Integral (CDI) en el municipio de Miranda, estado de Carabobo, hasta que comenzaron los primeros casos con el SARS-CoV-2 y nos sumamos a las pesquisas. Y en verdad la labor fue ardua, porque en un inicio las personas no tenían percepción del riesgo, pero junto a los especialistas y doctores dábamos charlas a los jefes de las comunidades y orientaciones precisas de qué hacer durante la pandemia”.
Las preguntas que hace Nisleidys estuvieron bien aprendidas cuando pesquisaban en recónditos parajes de la geografía andina; ella y su compañero saben mejor que nadie los riesgos que se corren de no atajar el virus a tiempo y que una indagación a fondo puede salvar vidas.
“Es que lo vimos bien de cerca y en carne propia. Llegamos a Cuba el 31 de julio y fuimos directo a un centro de aislamiento donde se nos realizó el PCR y dio negativo, pero estaba establecido que en el caso de viajeros del exterior se debía estar 14 días aislados. No obstante, el segundo dio positivo y nos llevaron, a uno para el Hospital Salvador Allende y al otro para el Hospital Naval, pero por suerte siempre estuvimos asintomáticos. Más tarde nos trasladaron para la Universidad de Ciencias Informáticas donde repitieron dos PCR más y dieron negativos, aunque siempre estuvimos bajo el tratamiento con Interferón y Cloroquina. Son fuertes, pero aguantamos”, relatan.
Pasados los días reglamentados según el protocolo, y ante la imposibilidad de sumarse a su labor de rehabilitadores en el policlínico de Cabaiguán, no lo pensaron dos veces para sumarse a la pesquisa activa en el área Sur del municipio cabecera y retomar la rutina que comenzaron en las cercanías del río Onoto, en Miranda.
¿Cuántos residen en la vivienda? ¿Hay mayores de 60 años o menores? ¿Cómo se sienten? ¿Alguien tiene indicios de fiebre?
“Son las preguntas protocolares, pero también es importante la observación, darse cuenta de si cumplen con las medidas de protección, si la persona tose o tiene secreción por la nariz, porque hay quienes esconden los síntomas. Ayuda el hecho de que vivimos en la zona y si nos conocen hay mayor confianza y se muestran mucho más cooperativos”, apunta Jorge.
Con la misma seriedad que han cumplido dos misiones solidarias en otros países Jorge y Nisleidys hacen de la pesquisa un sacerdocio inviolable y, llegado el mediodía, no importan el sol y el calor, a punta de lápiz tienen el control total de los más de 100 espirituanos que visitan a diario.
“No somos especialistas en la materia, pero esto es lo que nos toca ahora y para ello hemos sido asesorados. Por eso, lo más sensato es hacer un diagnóstico serio y consecuente, porque se trata de salvar vidas y desterrar una enfermedad que solo será historia en la provincia con disciplina, responsabilidad y el compromiso individual de cada espirituano”, confirman todavía con la planilla de control en mano, antes de cerrarlas con visitas de la jornada en un último bloque de viviendas.
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