La segunda mitad del siglo XX cubano estuvo marcada por la impronta de varios sucesos cuya concatenación más o menos evidente sigue una sucesión lógica, como fueron en su momento el ascenso al poder y fracaso del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), la escisión del autenticismo y el surgimiento, a partir de un grupo de disidentes encabezados por Eduardo Chibás, del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo); el golpe de Estado de Batista y el estallido de la Revolución libertaria en su última fase, liderada por el joven abogado Fidel Castro.
En ese devenir, vale la pena exponer, aunque sea de manera sucinta, un grupo de consideraciones acerca de los citados hechos históricos, y lo haremos a partir de ponderar la importancia del 15 de mayo de 1955 en la historia de Cuba, fecha en la cual la tiranía de Fulgencio Batista (1952-1958) decretó la amnistía que puso en libertad al doctor Fidel Castro, a su hermano Raúl y a un grupo de sus compañeros asaltantes a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes en la antigua provincia de Oriente el 26 de julio de 1953.
Como se conoce, el hecho heroico de acometer a pecho descubierto la segunda fortaleza militar de Cuba sin el concurso del ejército ni de las fuerzas políticas tradicionales, en el año del centenario del natalicio de José Martí, provocó una profunda conmoción política y social en un país donde el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 quebró la constitucionalidad sin que se registraran mayores consecuencias.
Hubo, sí, la reacción espontánea de los estudiantes en La Habana, la breve oposición de las guarniciones militares de Santiago de Cuba y Matanzas, así como algunas declaraciones de condena, como las realizadas por Fidel a través de ciertos medios de prensa de importancia secundaria.
Como ni la Ortodoxia —cuyo seguro triunfo en las elecciones previstas para junio de 1952 fue frustrado por el cuartelazo de Batista— ni ningún otro partido adoptó posiciones verticales contra el régimen de facto, el doctor Fidel Castro, quien nunca sobresalió en la Universidad entre las principales figuras del movimiento estudiantil y hasta ese momento solo había tenido un papel de importancia relativa en la Juventud Ortodoxa, radicalizó prontamente su postura.
Hablábamos de sucesión lógica (concatenación), porque aunque no pocos personajes de la época tacharon de gesto inútil el suicidio de Chibás, que él llamó ante los micrófonos radiales en su espacio dominical, el último aldabonazo, segundos antes de dispararse, su gesto supremo no cayó en saco roto, sino que incentivó exponencialmente el espíritu de rebeldía de la juventud ortodoxa y de las clases y sectores sociales más preteridos del país, emergiendo Fidel como el líder capaz de tomar las banderas de la liberación nacional.
Al aldabonazo de Chibás siguió el del 26 de julio de 1953, que había sido precedido ese propio año, el 28 de enero, por la también histórica Marcha de las Antorchas, cuando la juventud universitaria y sectores de la Ortodoxia bajaron de la escalinata de la alma mater de La Habana en un recorrido que retó a los cuerpos represivos del tirano y sirvió para probar el poder de convocatoria y de respuesta de lo más sano de la Generación del Centenario, pues allí estuvieron representados estudiantes de todas las regiones del país.
Dato importante a tener en cuenta es que, entre aquella masa estudiantil y obrera estuvieron muchos, si no la mayoría de quienes pocos meses después se cubrirían de gloria en Santiago de Cuba y Bayamo. Visto en perspectiva, el suicidio de Chibás y la conmoción que provocó, y el casi seguro triunfo de los ortodoxos en las elecciones de junio, incentivaron a Batista a dar el golpe de marzo del 52, lo que a su vez provocó la reacción de lo mejor del pueblo cubano con Fidel al frente.
En una simplificación histórica, no faltan los que señalan que el responsable de la Revolución cubana fue Batista y que, al decir de Fidel Castro, el autor intelectual de la acción que la reinició ya en su tercera etapa fue José Martí, pues también, según el propio Fidel, “en Cuba solo ha habido una revolución: la que inició Carlos Manuel de Céspedes en 10 de octubre de 1868 en su ingenio La Demajagua”.
Tocó pues a Fidel y sus muchachos de la Generación del Centenario, quienes en su inmensa mayoría eran seguidores de Chibás, dar el segundo y potente aldabonazo a la conciencia de los cubanos de la época con el asalto que lo dio a conocer como líder genuino, heredero de lo más puro y patriótico de la juventud cubana, que ya había sufrido el fracaso lamentable de la Revolución del 33, la que, al decir de Raúl Roa, el Canciller de la Dignidad, se fue a bolina.
Por el gesto supremo del 26 de julio de 1953, Fidel y sus camaradas fueron juzgados y penados a largos años de prisión, los que pasaron a cumplir en el Presidio Nacional de Isla de Pinos, donde el brillante abogado reprodujo, en papel escrito con zumo de limón, su excepcional alegato en el juicio donde ejerció su propia defensa, en la salita de enfermeras del Hospital Civil Saturnino Lora, de Santiago de Cuba.
Aquel texto sacado clandestinamente del presidio, impreso en mimeógrafo y hecho circular secretamente por todo el país bajo el título de La historia me absolverá, tenía la fascinación de ser portador del Programa del Moncada, un gran proyecto emancipador de contenido político, económico y social, capaz de suscitar el apoyo ferviente de las grandes mayorías.
Paralelamente, el activismo secreto desarrollado a todos los niveles a lo largo y ancho de la isla por personas y grupos vinculados a los sectores revolucionarios preparó el terreno para lo que vendría, pues en 1955, Batista, inmerso en una campaña para dar legitimidad a su régimen en unas elecciones espurias y bajo la presión popular, no tuvo más remedio que decretar la amnistía para Fidel y sus compañeros, convirtiéndose muy a su pesar aquel 15 de mayo en un hito más de la lucha contra la dictadura.
Lo verdaderamente admirable es que el 12 de junio del propio año, a solo 27 días de su liberación, Fidel y un grupo de sus principales seguidores —entre los que se encontraba el médico espirituano Faustino Pérez Hernández— fundan en la capital el Movimiento 26 de Julio, una agrupación político-militar heredera del Partido Revolucionario Cubano de José Martí.
No sería un partido político, pues los que existían hasta entonces, incluido el antiguo Partido Comunista, dejaban mucho que desear a la luz de la opinión pública cubana, sino una organización no sectaria, abierta a todos los que quisieran luchar contra el sátrapa de Kukine, en la que la jefatura política y militar confluían en Fidel Castro, una persona de excepcionales cualidades como líder y conductor de masas, capaz de adoptar en cada momento la táctica y estrategia precisas para alcanzar la victoria y con valor suficiente para enfrentar los grandes riesgos de la lucha.
A Fidel la historia lo absolvió y le dio la razón, al demostrar que no solo era capaz de derrotar al régimen oprobioso de Fulgencio Batista, sino también de enfrentar a la mayor potencia imperialista de la historia y echar por tierra todas y cada una de sus incontables agresiones contra Cuba.
Una vez dijo ese gran hombre nacido en Birán, Oriente, el 13 de agosto de 1926, que su mérito era estar vivo. Hoy, al cabo de los años y con la Revolución intacta, aunque sin su presencia física, nos atreveríamos a expresar que su mérito principal es haber sacado de Cuba a los Estados Unidos, en cumplimiento del proyecto secreto del Apóstol (*), y dejar el legado de una obra que lo ha trascendido, porque como él mismo señalara: “Hemos hecho una Revolución más grande que nosotros mismos”.
(*) Hecho explícito el 18 de mayo de 1895 en su carta inconclusa a su amigo mexicano Manuel Mercado.
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