La vieja máquina lleva más de cuatro décadas en el mismo lugar, un equipo con un solo dueño que pasa sus días moldeando piezas de metal, el mismo que, pegado al equipo, hace que la pieza de trabajo gire hasta encontrar otra forma.
Parado frente a la máquina, Leopoldo Hernández Hernández observa una vez más cómo el carro principal desplaza la herramienta a lo largo del eje de rotación, produce el cilindrado de la pieza, y cuando el carro transversal se desplaza de forma perpendicular al eje de simetría de la pieza se realiza el refrentado.
Desde que llegó al Ministerio de la Construcción (Micons) sabe que la tornería es más que un trabajo, por eso se aferró todo ese tiempo a la armazón de hierro que se resiste a soltar para conceder la entrevista, aunque confiesa que más difícil que pulir, taladrar, ajustar y dar forma a diferentes piezas es hablar de sí mismo.
“Me gradué de esta especialidad en 1976, trabajé ocho años en la Unidad Militar y después vine para este taller a maniobrar este mismo equipo. Aquí he hecho de todo para una tecnología que en estos momentos es obsoleta y tanta la variedad de autos que lo mismo te encuentras un camión argentino que tailandés”.
Es verdad que es parco en palabras, quizás porque es un guajiro de monte adentro que nació en un rincón de Potrerillo, pero poco a poco, con el peso de 40 años de trayectoria laboral y una conversación que fue más allá de un cuestionario, salió a flote una modestia innata y una locuacidad que asoma cuando se habla de inventivas y de fórums que hicieron públicas sus creaciones y lo convirtieran en Vanguardia Nacional de la Asociación de Innovadores y Racionalizadores.
“Hay mucha variedad de carros y tengo que vivir inventando porque no entra nada. Es ahí donde me empeño en hacer cada pieza a imagen y semejanza o fabricar una similar que pertenece a otra marca de auto”.
Para El Chino, como lo conocen todos a este tornero-constructor en la Unidad Empresarial de Base de Logística y Transporte del Micons, donde también es el secretario del núcleo del Partido, no hay imposibles, ni hierros que se le resistan.
“Aquí adaptamos de todo, hasta las cajas de velocidad. Este año he realizado dos grandes trabajos: la fabricación de la mordaza para rellenar el freno del sincrónico de la caja Fuller de los carros modernos con el cual ya se han podido recuperar una cantidad considerable de cajas de velocidad, y también la adaptación de la rótula de dirección de carros como las llamadas clarias y otros autos”.
Hay coincidencia cuando quienes lo tienen cerca aseguran que es amigo como ninguno y excelente compañero, de esos con los que se puede contar, siempre dispuesto a ayudar, no importa de qué unidad sea la rotura, por eso no lo pensó dos veces cuando hace muy poco la planta de asfalto espirituana se paró por una pieza muy difícil de hacer. “Era engorroso porque había que trabajarla fuera del centro, no quedaba otra opción y al final salió”.
Con la vista fija en el tablero, Leopoldo cuenta cómo la presión es constante cuando se dan situaciones extremas. “Imagínate tener que hacer una adaptación para arreglar la transmisión de un silo de cemento lleno para poder arrancarlo”. Para él es sí o sí: “Denme un torno y moveré el mundo”.
A pesar de la bondad, sus pocos resabios vienen con ese equipo búlgaro ensamblado en Cuba que ya es parte de su vida. “Aquí nada más trabajo yo porque el todo de un equipo es el operario que tenga”.
Pese a su entusiasmo, cuando se refiere a innovaciones no hace alusión a los números, porque, a su juicio, el problema es sustituir importaciones, ayudar a que el parque de equipos esté de alta; quizás por eso minimiza el hecho de que la recuperación de 10 cajas de velocidad ahorró al país más de 15 000 pesos y que después de realizada la innovación al camión-cuña Mercedes Benz, este lleva 14 meses de actividad y le ha aportado a la empresa una producción de 585 815 pesos.
La familia es su otra pasión, su esposa Nancy, también miconera, los amigos y después de la jornada laboral atender a la cría de puercos. Cuando habla de divertirse y de tomar una cerveza de vez en cuando, se le ilumina el rostro y se le escapa una sonrisa. A los 62 años su vida no se detiene, le quedan metas y anhelos. “Me gustaría que estas cosas se extendieran por todo el país son proyectos que sustituyen importaciones y, aunque me han ofrecido trabajos con particulares, prefiero terminar mi vida laboral en la construcción, de aquí me voy cuando decida no trabajar más y cómo me atienden y me estimulan, así echo en el Micons unos añitos más”.
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