Al mirar en lo más reciente en teatro aparecido bajo el sello de Ediciones Luminaria, encuentro un libro que me gustaría comentar. Me refiero a Dramaturgias. Antología de autores espirituanos, un volumen en el que su compilador, Yorelbis Toledo González, intenta hacer coincidir en un mismo discurso dramatúrgico cuatro textos teatrales tan heterogéneos en cuanto a las formas y estilos de escritura de sus autores.
Dramaturgias… propone una selección parcial de obras —pues ya se piensa en la posibilidad de conformar un segundo tomo— de autores de distintas generaciones, formaciones y procedencias. Quizá lo único que los une, genuinamente, es su condición de ser oriundos de Sancti Spíritus.
Abre la antología el jatiboniquense Julio César Ramírez con Transeúntes, a la que le suceden La mano del negro, del taguasquense Laudel de Jesús, Pataleta-Rimbaud, del yaguajense Marien Fernández Castillo; y El evangelio de papel, del espirituano Gustavo Ramos.
Julio César Ramírez, Laudel de Jesús y Marien Fernández defienden resueltamente sus obras desde sus posiciones de directores escénicos, mientras Gustavo Ramos lo hace desde su experiencia como crítico y asesor; de ahí la eficacia de sus escrituras. Hasta este momento conozco de los estrenos de La mano del negro (Cabotín Teatro) y de El evangelio de papel (Dador Teatro), y puedo constatar la virtud de esos textos por el trabajo directo y perfeccionado con los actores, diseñadores, técnicos, etc., así como la funcionabilidad de estos en esa praxis decisiva que es la puesta en escena.
Transeúntes abre esta antología y es, quizá, la pieza más formal en los términos estructurales aristotélicos del drama. Julio César Ramírez dispone en la ficción la figura de importantes personajes literarios (José Jacinto Milanés, Cristóbal, Luz Marina, Cuca, Beba y Lalo) y autores significativos (Virgilio Piñera, Pepe Triana y Antón Arrufat) de la historia del teatro cubano, aspecto que nos hace pensar en un teatro que se enmarca dentro del realismo poético. Es un texto muy teatral, y si mi colega el teatrólogo Omar Valiño lo leyese diría que es un texto “a la vieja usanza”; y es que en Transeúnte se percibe una mezcla entre el mejor teatro costumbrista y la palabra elevada de Estorino; la mordacidad y el humor de Piñera; y la teatralidad y los tratados metafísicos del Arrufat más experimental. Todo ello confluye de manera espontánea en el texto, sin imposiciones ni meros juegos de apariencia. Mas, sí vemos a personajes-transeúntes exponerse ante ellos mismos y la historia evocada.
Con La mano del negro, Laudel de Jesús viene a contrastar en una rigurosa dramaturgia espectacular, destinada a los espacios callejeros, una historia que toma como cimiento esencial un suceso histórico: la matanza de esclavos que tuvo lugar en la Trinidad de 1836 tras un intento brutal de sublevación. El autor, con mucha perspicacia, y desde una estructura fragmentada, busca dialogar de manera visceral con su público y el lector, asimismo desde el folclore, lo místico, y, fundamentalmente, desde una mirada inmediata a la cultura del cubano: creando así puentes comunicantes en el tiempo con nuestros antepasados. Tengo en mi mente imágenes muy nítidas del espectáculo que dirigió el propio Laudel con sus cabotines, donde la obra va al encuentro con ese espacio que pertenece a la gente, lo invade, y establece un diálogo con el espectador ocasional, desde la síntesis verbal, los elementos musicales y danzarios comprometidos con la visualidad del vestuario y la escenificación de aquella leyenda local.
En otra línea poética, totalmente cismática de las dos anteriores, es que se entiende Pataleta-Rimbaud, de Marien Fernández. Su escritura tiende a vincularse con el llamado teatro posdramático, deudor del teatro alemán más revolucionario, con un lenguaje que se torna irreverente, una estructura dramática que se apoya en lo narrativo y el rejuego con los intertextos. No hay un desarrollo pleno del interior de los personajes, nos encontramos ante cuerpos que dicen consignas, muchos lugares comunes, e imponen pancartas políticas con tirantez, pero es que no se sabe nada de ellos más allá de lo que se muestra de manera fraccionada. Quizá, este aspecto, de manera involuntaria, influye en que se pierda por momentos el hilo dramatúrgico. No obstante, Pataleta-Rimbaud nos hace pensar en un teatro que se inclina por el absurdo y, paradójicamente, por el realismo sucio, recursos estos que el autor maneja con cierta comodidad y devienen aciertos del texto.
Por su parte, Gustavo Ramos presenta en el monólogo El evangelio de papel ciertas inquietudes sociales que marcaron una época y un contexto político determinado —recordemos que este texto fue estrenado hace poco más de una década—, si bien no se desvirtúa totalmente del momento que estamos afrontando, lo cierto es que hay temas que vistos desde el aquí y el ahora resultan un tanto obsoletos; no tanto por las temáticas que trata, sino más bien por el lenguaje y quizá la estructura en que está escrito. Pero si lo aceptamos como una especie de teatro documental que narra sucesos que marcaron un período de la historia reciente, funciona y es válida su inclusión en esta antología, sobre todo teniendo en cuenta el impacto que en su momento tuvo el montaje de la obra. Efectivamente, se puede ver como un ágora de debate existencial, por sus fuertes tintes filosóficos, que nos remiten al pensamiento del filósofo alemán Arthur Schopenhauer, porque si un valor tiene el texto, además de las posibilidades extraverbales que le puede brindar a su futuro montaje, es el profundo pensamiento humano que opera de manera oculta en él.
Cada pieza es una isla, y cada autor, un ente independiente. Cada cual funciona con sus propios recursos y en el aserto de sus lenguajes estéticos, haciendo uso de sus muy particulares artefactos discursivos. Y el compilador, que también es el editor, ha sido muy cuidadoso y osado a la hora de seleccionarlas y organizarlas en este volumen. Ojalá su olfato resulte todo lo agudo que una empresa como esta amerita, que los directores se lancen a explorar las multiplicidades de estilos y expresiones que aquí difieren, en definitiva, que exista a partir de la lectura la emergencia de legitimarse desde la escena, y no de relegarse en algún estante de librería.
De momento, Dramaturgias. Antología de autores espirituanos es una realidad que los amantes al teatro le agradecemos a Ediciones Luminaria y a su equipo de trabajo. Espero que sigan abiertos a nuevas publicaciones relacionadas con el arte dramático. A los autores, mi enhorabuena, y ojalá que pronto pueda aplaudir sus obras camuflado entre el bullicio de la gente que pasa y observa la representación callejera o desde la platea de un teatro.
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