Antes de despegar debieron empacar muchísimas gratitudes. Ya había ido el pequeño de rizos rubios enfundado en su bata blanca y ondeando la bandera cubana —como había hecho cada tarde—; ya la alcaldesa les había agradecido por tanto en esa despedida estremecedora; ya la señora aquella les había besado las manos, aunque no se pudiera, porque ni eso era suficiente para compensar el estar viva.
Crema era, cuando ellos llegaron, una ciudad de espanto: con el fantasma de la muerte rondándole por todos lados. El SARS-CoV-2 había devastado todo, desde la salud hasta las almas. Y ellos se le plantaron de frente a la muerte con unas carpas de lona bajo las que parapetaron un hospital.
Eran solo 52 hombres de batas blancas. Y empezaron a entrar y a salir de los cubículos sin descanso, a desvelarse al lado de aquellas camas, a renovar protocolos, a hacerle crecer a aquel árbol más cintas blancas que hojas verdes.
Fueron solo 77 días. Las maletas se les llenaron entonces de sonrisas, de lágrimas por la partida, de heroicidades —que a lo mejor callan por humildad—, de sacrificios, de historias inigualables.
Llevaron solidaridad, trajeron de vuelta gratitud. Bastó ver la bandera de listas roja, verde y blanca donde se lee “Grazie”. Antes de levantar vuelo el capitán del avión había confesado: “Estoy orgulloso de hacer este servicio con toda la tripulación y quería agradecerles personalmente por lo que hicieron por nosotros y por el pueblo italiano”. Era tan solo el preludio de las emociones por venir.
Cuando la isla se les empezó a hacer pequeña bajo sus pies empezaron a resonar los aplausos. Uno solo le vio los rostros bajo el nasobuco, que no logró ocultar el estremecimiento ni la sencillez, las manos con las dos banderas asidas, la felicidad por estar en casa.
“Amando a este país como a mí mismo”, cantó entonces el poeta y desde el otro lado de la pantalla traspasaron también las emociones. Lo dijo Díaz-Canel: “Representan la victoria de la vida sobre la muerte; de la solidaridad sobre el egoísmo. Gracias y bienvenidos a Cuba”.
Y hasta dentro de los ómnibus mientras las calles de La Habana se llenaban de carteles y fotos, de gente aplaudiendo, de gritos de agradecimiento… les llegaron los besos de miles que se enorgullecen. Sintieron, tal vez, hasta los sollozos de las familias que les aguardan, de los amigos que buscaron sus rostros en la tele, de los colegas que se alegraron como si fueran ellos mismos los que regresaron sanos. Y cuando lograron poner la cabeza en la almohada después de tantos días de desvelos, de seguro los arropó el abrazo cálido que les diera este país.
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.