No hay proyecto sin su firma; no hay polémica sin su criterio; no hay Escambray, ni tan siquiera Periodismo, sin Ojito.
Bajo aquel titular inmenso cifrado en las planas de Escambray con el más renegrido de los plomos estaba su firma. Arriba, en letras altísimas, se leía: “No se prevén intensas lluvias”, lo sostenía Enrique Santiago Ojito Linares y lo desmentía en horas el tiempo tan burlón que prodigó una semana entera de aguaceros.
Dicen que ha sido hasta hoy el mayor error que ha publicado Ojito —como se le conoce en Cuba toda— en más de tres décadas de reporterismo. No es azar, Ojito es una cátedra.
Lo ha sido desde que se embelesaba atrás de las mariposas en el jardín de la casita blanca en Bacuino, el pueblo que luego se tragó la presa Zaza, o desde que siendo un niño el abuelo Cachón lo sedujera con aquel librero abarrotado o desde que en vez de jugar prefiriera desvelarse desentrañando hasta lo más mínimo en el diccionario Aristos que le regalara Elda, su madre, y que aún conserva.
Antes que al periodismo, el genio ese —dote que ni se cree— había llegado a la Vocacional Che Guevara y luego a la Universidad de Oriente donde podía sobresalir lo mismo en las clases de Gramática que en un juego de ajedrez; lo mismo en la vicepresidencia de la Federación Estudiantil Universitaria que en uno de aquellos festejos en el Rancho, en la loma de Quintero.
Escambray le abría puertas en 1988 y hasta hoy, con la excepción de esos años en que se descubriera como radialista en Segundo Frente, en Santiago de Cuba. Tiene el don de la trascendencia. Todavía por allá parece escucharse la voz del pescador con el que zarpó en un bote en medio de la noche en una presa para poder contar su historia de vida; todavía aquí se habla de sus reportajes sobre las chapucerías en las obras de la Batalla de Ideas, de su entrevista a Retamar, de su crónica a un carbonero, de su artículo sobre el bloqueo.
Ojito es escuela no solo de Periodismo, es también lección de humildad, de exquisitez extrema, de entrega constante, de perfección. Puede asumir con igual obsesión y excelencia una conferencia en la Universidad de Sancti Spíritus José Martí Pérez que una investigación sobre el robo de combustible. Puede bajar carpetas y carpetas de datos para escribir una información rutinaria que para describir el momento aquel en que Perucho Figueredo tuvo que cabalgar encima de un burro hasta el pelotón de fusilamiento. Puede teorizar en una reunión de la delegación de base de la UPEC o en un evento en el Palacio de Convenciones.
Por eso, tal vez a quienes lo sabemos demasiado elevado para estos simples mortales —como le repito siempre— no nos sorprende leer el acta del jurado que acaba de conferirle, por primera ocasión a un espirituano, el Premio Nacional del Periodismo José Martí: “Nuestro premiado conjuga constante aprendizaje, maestría, valentía, belleza estilística y sólida preparación profesional en el abordaje —desde todos los géneros del periodismo, con énfasis en el investigativo — de temas complejos y controversiales de la realidad económica, cultural, social e ideológica; un chapuzón diario a cuenta y riesgo en la agenda pública, desde la ética, los principios y la lealtad a la patria cubana, que le permiten desde el coraje personal ver con claridad presente y futuro”.
El único incrédulo, a estas alturas, es él. Será por esa modestia crónica que lo hace solapar los más de 300 premios nacionales —lo mismo en radio que en prensa escrita—, la paternidad del noticiario radial Al día o el guion de VisionEs, el novel noticiero de Escambray.
No hay proyecto sin su firma; no hay polémica sin su criterio; no hay Escambray, ni tan siquiera Periodismo, sin Ojito.
Ojito es inmenso en Cuba —y me va a reprender por lo que cree exagerado— por más que el hombre diminuto que es intente desmitificarlo. Por escribir ha ido reescribiendo hasta su vida: con la vista de menos y los achaques de más. Y no ha dejado de sentarse delante de una cuartilla en blanco nunca.
Debió entonces de haber entrado en la tarde a aquel salón de la sede de la UPEC —donde tantas veces ha estado sentado como jurado— con la camisa a rayas, con la Arelis de sostén y con la emoción entrecortándole esa voz que siempre insiste en engolar. Debió conmoverse y hasta enmudecer mientras aquellos aplausos confirmaban los trazos de una vida entera.
Reconocimiento concedido para quien honor merece. Felicidades Ojito! Continue deleitándonos con sus conocimientos, sus trabajos, sus obras. Los espirituanos las necesitamos.
Pocas veces un premio y un premiado me emocionaron tanto. Bello texto, hermoso como la obra de Ojito. Larga vida hermano. También a Arelis, ese otro laburo que te acompaña siempre.
Después de lo que has escrito tú, Dayamis, me parece haber leído a Ojito, haberlo escuchado… Me hubiese encantado tenerlo entre mis colegas. Hermoso lo que leo sobre él ; me emociona, me invita, me enorgullece. Felicidadesss a él y a los suyos por el premio.
Premio merecido para un periodista de altura de la Cuba de hoy. La felicidad también la sentimos aquí en Palma Soriano porque eres parte de esta casa radial. Gracias por estar.
Siempre lo he admirado cono ser humano y como periodista. Me enorgullezco de contarlo entre mis amigos. Felicidades Ojo, Premio mas que merecido.
Hermoso eso….
Muda yo, exacta tú, inmenso él, Dayamis. Gracias.
Excelente artìculo. Honor a quien honor merece.