Pocos seres hay en el mundo que se acostumbran a la ausencia. No importa de qué tipo sea: si temporales o definitivas. Lo cierto es que cuesta adaptarse a dejar de ver a quienes forman parte indisoluble de nuestras vidas, ya sean padres, hermanos, hijos, tíos, sobrinos, no importa el nexo de parentesco que exista, lo que duele es no sentir su presencia, su voz, y hasta sus costumbres en casa.
Mas, hay momentos que hacen de la separación una urgencia. Así ha ocurrido con el enfrentamiento al coronavirus, una enfermedad que sacude al mundo actual, y que ha pedido a gritos la solidaridad desde cualquier rincón del mundo. Y cuando el virus SARS-CoV-2 comenzó a dar coletazos hasta en las regiones más desarrolladas, los profesionales cubanos de la Salud ya preparaban su equipaje para asistir a otras naciones amigas.
Unos entregaron humanismo a otras tierras, y otros se quedaron en su pueblo para cuidar de los suyos. Todos se alejaron un día de sus casas para brindar salud a quien lo necesita. Y hoy, hay muchos niños que extrañan el beso y el apretón de cada tarde, el intenso retozo que protagonizan desde las viviendas, y hasta preguntan por qué papá o mamá tardan en venir.
Hay hogares a los que les falta uno de sus miembros, que les sobra una taza de café, que añoran el encuentro de cada amanecer y los buenos días que enrumban la nueva jornada. Hay padres que lloran ese vacío, que se tragan los malos pensamientos, y que cada noche juntan sus brazos para rezar, y pedir por la seguridad de sus hijos.
Hay centros de trabajo que no se resisten a la separación de esos seres emprendedores, y colegas que recuerdan sus chistes a cada minuto y hasta el enfado porque algo no salió como esperaban. Hay vecinos —convertidos en familias— que también gritan a voces que regresen pronto, porque el barrio no es el mismo sin ellos. Hay miles de parejas que sienten la ausencia en el lecho y en las tareas compartidas.
Y es que a estos seres humanos que hoy se encuentran fuera de la isla, lo mismo en la más lejana Lombardía que en Barbados, o en otros de los más de 135 países en los que existe colaboración médica cubana para hacerle frente a la COVID-19, o hasta en los más disímiles sitios de Sancti Spíritus, los convoca el sentimiento de darlo todo por un pueblo.
En ese afán caminan juntos lo mismo los héroes vestidos de batas blancas, que los encumbrados catedráticos, los directivos que asumen retos increíbles, los trabajadores de servicios que, camuflados en el rol que les ha tocado cumplir, se convierten en protagonistas en esta nueva hazaña. Todos demuestran la grandeza de Cuba.
Hoy se extrañan algunos porque están fuera de la isla; pero, existen otros que dentro de su propia tierra tampoco atienden como quisieran a sus seres queridos porque laboran en los centros de aislamiento, o en la propias instalaciones sanitarias que acogen a los casos positivos del nuevo coronavirus, porque recorren las calles de madrugada apostando por su limpieza, o porque velan por la tranquilidad ciudadana.
Como homenaje a esa voluntad aferrada a las nobles causas, en Cuba y en otras partes del mundo se aplaude cada noche a esos valientes. Sin embargo, las agitadas palmas que desde ya se inscriben en la historia de este país no solo se dirigen a los galenos, sino a todos aquellos que apuestan por la vida en tiempos de la COVID-19. Esos también son valientes.
Llegará el momento en que los hogares vuelvan a ser los mismos y los pequeños de casa dejarán de extrañar ese abrazo de las tardes.
Todo regresará como antes y el aplauso que un día llegó para los médicos que enfrentaron la COVID-19 también servirá de elogio a esos otros que desde sus trincheras desafían la enfermedad, porque ellos también son valientes.
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