Frescas en la memoria guardo todavía las imágenes, distribuidas por los medios hace algunas semanas, del señor Carlos A. Giménez, alcalde mayor de Miami, en los días del recibimiento en esa urbe floridana al presidente brasileño Jair Bolsonaro y su séquito, durante la visita que realizó a Estados Unidos y que se saldó con un grupo de enfermos de COVID-19 entre los anfitriones miamenses y sus huéspedes.
Este hecho quizá no tuviera mayor relevancia si Giménez no hubiera elegido el momento, coincidente con la entrada en vigor de la prohibición de una decena de destinos en Cuba para los vuelos chárter —agrupándolos en La Habana por decisión del Presidente Donald Trump—, para pedir que se suspendieran totalmente ya que la isla, donde apenas comenzaba la pandemia del nuevo coronavirus, constituía, según sus palabras, un peligro para aquel país.
Ciertamente, Trump nos había hecho un favor con tal concentración de vuelos en el aeropuerto capitalino, dado que esta medida, una más en la larga lista de acciones de asfixia contra Cuba decretadas por su administración, facilitó el trabajo de limitar las vías de acceso a la ínsula en momentos en que la pandemia de SARS-CoV-2 se extendía casi sin frenos haciendo cada vez más de la Unión americana su epicentro mundial.
Pero, como decían nuestros mayores, no hay cosa más cierta que un día tras otro, y he aquí que, pasado aproximadamente un mes, la realidad se impone por sí misma cuando se reporta que el estado de la Florida está próximo a registrar 1 000 muertos por COVID-19 y los casos confirmados de la enfermedad ascienden a casi 29 000.
¿Quién pudiera preguntarle ahora al alcalde mayor Carlos A. Giménez qué piensa del hecho de que el país que calificó de amenaza sanitaria para el suyo registra hoy casi 25 veces menos muertos y enfermos que la península floridana? Lo más curioso en este mismo instante es que, en momentos en que la pandemia avanza aparentemente sin control, el gobernador estatal Ron De Santis apura un diseño para reabrir la economía de ese estado, hoy en crisis por la virosis, priorizando el factor económico por sobre la salud y la vida.
Natural resulta en este contexto, que esa medida, inducida por Donald Trump, haya encontrado en Giménez a otro ferviente seguidor, pues desespera por reabrir los negocios y regresar a la vida normal, cuando el doctor Scout Rivkees, cirujano general de Florida, acaba de plantear lo imperioso de mantener el aislamiento social y usar nasobuco, hasta que la COVID-19 deje de ser pandemia.
Por lo pronto, una encuesta acaba de reflejar que el 76 por ciento de los electores del estado no está de acuerdo con que la actividad económica se reanude, mientras las autoridades sanitarias no le den el visto bueno. Para todos está claro que el COVID-19, un tema básicamente sanitario, ha devenido problema político capaz de decidir en la elección presidencial del próximo 3 de noviembre.
Si de “curiosidades” ser trata, merece destacarse un cable de la agencia española EFE fechado el 14 de abril en Bogotá, bajo el título “Brasil, México y Venezuela, los peor calificados por su gestión ante COVID-19”, porque elogia a los presidentes derechistas Luis Lacalle Pou, de Uruguay, y Martín Vizcarra, de Perú, como ejemplos de buen manejo de la pandemia, frente a los casos negativos del brasileño Jair Bolsonaro y el venezolano Nicolás Maduro, por su reacción “tardía”.
Curiosamente también, la citada información dice que los encuestados consideran que Uruguay y Argentina son los mejores que lo están haciendo, con una aprobación del 62 por ciento, seguidos por Perú, 59 por ciento; Colombia, 56; y Chile, 51 por ciento, respectivamente.
Para los observadores está claro que, frente al dilema de tener que reconocer que un gobierno progresista como el del argentino Alberto Fernández lo está haciendo bien frente a la COVID-19, la agencia no hizo más que convoyarlo con presidentes de derecha del ultrarreaccionario Grupo de Lima, donde el enfrentamiento a la infección deja mucho que desear.
Y, para no dejar de manipular, ese amarillista personaje aprovecha la ocasión para meter a Venezuela y su presidente Nicolás Maduro en el mismo saco de Jair Bolsonaro, cuando es hecho notorio que en la patria de Bolívar se han reportado hasta hoy escasas víctimas y pocos centenares de positivos, frente a las decenas de miles de enfermos y millares de muertos que hoy presenta Brasil.
Pero qué se puede esperar del periodista que sitúa la opinión ciudadana en Cuba —en cuanto a la actuación de las autoridades respecto a la COVID-19—, en una medianía del 36 por ciento, junto con Panamá y Bolivia, en una lista donde reserva los últimos puestos a Brasil, México y Venezuela, con 14, 12 y 11 por ciento de aprobación ciudadana, en ese orden.
¿Sabrá acaso ese redactor que Cuba envió brigadas de su contingente internacionalista Henry Reeve a combatir la pandemia en al menos 20 países y que su medicamento Interferón Alfa 2b recombinante ha sido solicitado por 74 naciones? ¿Sabrá que pocos o quizá ningún estado de este continente, con la excepción de Venezuela, se ha preocupado tanto por sus ciudadanos como esta perla caribeña donde los fallecidos llegan a poco más de medio centenar y existen provincias donde no se han reportado enfermos durante varios días?
No extrañaría que lo “ignorara” un corresponsal de una agencia que forma parte de los medios que en la península ibérica apenas dieron espacio al envío de dos brigadas de médicos cubanos a combatir la infección en el norte de Italia y una tercera con igual cometido a Andorra, un principado ubicado en los Pirineos españoles.
Pero, no se trata solo de Cuba y Venezuela los perjudicados en eso de manipular la información en su perjuicio, como una aparecida días atrás en el periódico hispano El País, relativa a la llegada a Madrid de tres aviones procedentes de China con mascarillas, equipos de ventilación, guantes sanitarios y otros medios para combatir la COVID-19.
Dicho así parece algo normal, pero fue el caso que no se decía la procedencia del envío hasta el cuarto párrafo y que por ningún lado se incluyó la referencia a los donativos médicos por valor de millones de dólares a varias naciones europeas, incluida España, por parte del país asiático.
La ingratitud mezclada con la más sucia política, como en este ejemplo, se ha observado también en otras partes de Europa, como Italia, donde un conocido medio de prensa la emprendió contra la ayuda enviada desde Rusia para combatir la actual pandemia, la que, por su gran volumen, requirió 14 vuelos de IL-76 D para poner en Lombardía varias brigadas médicas con sus hospitales de campaña y toneladas de material sanitario y de desinfección, la que califico de innecesaria y poco eficaz.
Como era de esperar, la más alta autoridad lombarda, grandemente agradecida por el gesto de Moscú, replicó tachando de “chacales” y mentirosos a esos críticos malintencionados, incapaces de reconocer que, mientras Rusia ayuda masivamente, la Unión Europea en pleno le ha fallado a Italia y España en medio de este mortal flagelo. Ante tanta infamia solo cabe esperar que la verdad logre abrirse paso y que la gratitud cierre el camino a la perfidia.
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