No recuerdo el día exacto, el año. Todo se difumina: el tiempo, la memoria, la fatiga. El instante sí, ese está detenido, está a salvo. Vuelvo a las escaleras, atravieso el pasillo casi en el aire. Toco. La Habana en ruinas y sin embargo… Sale aquel muchacho que ha descrito la vida en cinco versos: El primer sentido de la boca es menta/ Mejor, hoja húmeda de menta en la mano del niño/ Que la sorprenda al borde de una raya de agua/ y luego conozca otras de aroma, amargor/ y de acidez distintas.
Y aquel muchacho y yo hablamos. Más música que verso. Se hizo tarde, cantamos como Elena canta a Marta Valdés: Llora por los amores viejos/ que se quedaron lejos/ y que tal vez añoras. Reparé en aquel objeto, en su mínima aguja queriendo rozar un disco pequeñito. El premio Cubadisco. “Te lo regalaría, pero tú vas a tener uno”, me dijo sin más. Y pasó un águila, pasó todo lo que tenía que pasar. Ahora que veo la aguja diminuta sobre un libro, pienso en él, pienso mucho en él.
Los poetas son oráculos.
Cuando decidimos refundar la revista Caserón del Comité Provincial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), en Santiago de Cuba, le pedí un poema. Inédito, me atreví. El autor deHotel Central,Manos de obra, de Born in Santa Clara,nos acompañó en el parto. Era un caballero de múltiples locuras, como debe ser. Escribió con delirio, con rabia, con la memoria inconsolable, acerca de las grandes voces de la música cubana. Escribió guiones para radio, cine, televisión. Hizo las entrevistas del célebre ―inevitable y polémico― film de Win Wenders sobre el Buena Vista Social Club. Diseñó, pintó, resistió con lo que tenía a mano.
El poeta santaclareño ganó el Premio David en 1986. Aquellos 80 fueron pródigos. Ganó el Premio Uneac de poesía Julián del Casal. Ganó el Premio Nicolás Guillén. ¡Qué nombres junto al suyo! Uno podría impresionarse, pero la poesía no puede medirse por galardón alguno, la poesía es otra cosa. Nunca es el verso, nunca la palabra: es un soplo, un susto, un salto. Y él, Sigfredo Ariel, tenía de lo uno y de lo otro, a manos llenas.
Vuelvo, atravieso el pasillo casi en el aire. Toco. A lo lejos, al lado, niegan con la cabeza, me advierten que no está. Rezo bajito. Auxílienme, versales al inicio/ de este trozo de papel/ cruzado por azules paralelas, vegas/ de Robaina, carbonícenme, adjetivo/ y adverbio, enemigos míos, gerundio/ mal parqueado a sabiendas. Y es mentira, es mentira. Me abre el muchacho, tal vez menos muchacho, en dril, en caqui, en corduroy, blue jean. Y comenzamos a tristear, a cantar como Elena canta a Marta Valdés: Llora, por los amores viejos…
A ver escritor Reinaldo Cedeño, el hombre falleció, que le pasó? ¿A qué Ud. me está uniendo?
Gracias.
capáz el moderador ni me publique.
A ver, lector, le pido que lea con atención. Esta no es una noticia, es la resonancia, es la evocación de una noticia que ha recorrido el pais de punta a cabo. Y Ud, por supuesto, se une a lo que quiere.
Gracias