En el entorno de Alcibiades Aguilar Rondón todo tiene acento de modestia: su apartamento en el reparto de Olivos III, en la ciudad de Sancti Spíritus, el vestuario, la manera de hablar y hasta la de caminar.
A sus 83 años de edad no ha perdido los atributos de la sencillez y la humildad de aquel niño nacido en la zona de Mayarí Arriba, ubicada en el interior de un valle intramontano, actualmente Consejo Popular de igual nombre en el municipio de Segundo Frente, de la provincia de Santiago de Cuba.
Aún no había arribado a los 20 años cuando decidió alzarse con un pequeño grupo de escopeteros para combatir a la tiranía de Fulgencio Batista a principios de 1958. Y allá, en la cadena montañosa de la Sierra Maestra, en la región suroriental de Cuba, desarrolló su vida guerrillera, la cual nos la cuenta de manera sucinta en la sala de su hogar, en la que en una de sus paredes penden cuadros con las imágenes de Fidel, Raúl, Camilo y el Che.
A intervalos olvida detalles de escaramuzas y otros combates contra los soldados del régimen de turno, pero evoca con frescura en su memoria el día en que fue seleccionado para integrar la escolta que cuidó al Comandante en Jefe Fidel Castro durante la Caravana de la Libertad desde su salida de la provincia de Oriente hasta la capital cubana.
“Yo pertenecía a la Columna No. 17 Abel Santamaría, bajo las órdenes del Comandante Antonio Enrique Lussón Batlle y subordinada al Segundo Frente Oriental Frank País, cuyo jefe era el entonces Comandante Raúl Castro.
“Al amanecer del primero de enero de 1959 Batista había huido de Cuba, ya casi todo el país estaba en manos del Ejército Rebelde y Fidel salía de Santiago rumbo a La Habana. El día 2 me incorporé a su Columna No. 1 José Martí como parte del grupo responsabilizado con su protección”.
El Comandante Lussón recordaría luego: “Al salir la caravana con Fidel para La Habana, Raúl me encomendó que cuidara mucho a Fidel, que escogiera los mejores hombres y le organizara una escolta. Tuve el privilegio de organizarla y nuestra columna venía a la vanguardia de la caravana”.
En aquellos momentos no había gran experiencia en la seguridad personal de los principales jefes y dirigentes, pero en la protección a Fidel, los barbudos, entre ellos varios bisoños, utilizaron estratagemas que garantizaron salvaguardar su vida.
“Fidel —relata Alcibiades— lo mismo venía al principio, que en el medio o en la retaguardia de la caravana, y lo hacía en distintos vehículos, por eso no se sabía con exactitud en qué parte de la columna se encontraba, ni en qué medio de transporte se trasladaba”.
Al entonces joven rebelde le emocionaba la alegría reinante en cada ciudad o poblado que momentáneamente se detenía aquella gigantesca concentración de insurrectos vestidos de verde olivo con la insignia del Movimiento 26 de Julio en uno de sus brazos.
“Los niños, las mujeres, los ancianos… todo el mundo nos aclamaba y daban vivas a la Revolución, a Fidel y a otros destacados jefes rebeldes”.
Con una sonrisa a flor de labios, Alcibiades repasa una anécdota que, además de ser curiosa, entraña una enseñanza previsora del Comandante en Jefe.
“Fue cuando llegamos a Camagüey, la gente se nos encimaba, deseaban abrazarnos y las mujeres besarnos, algunas querían conservar algún recuerdo nuestro, al estilo de un suvenir; y una joven se me acerca y me pide que le deje algo para conservarlo como testimonio de habernos recibido.
“Yo no tenía qué brindarle y se me ocurre regalarle una bala de mi fusil Springfield. En ese momento no me percato de que Fidel está muy cerca y luego de que la joven abandonara el lugar se dirigió al grupo en el que me encontraba en esos instantes y nos dijo: “Ustedes —expresó de forma enfática— no pueden regalar las balas porque no sabemos si tenemos que utilizarlas; esto no se ha terminado y todavía nos queda mucho por andar…”.
El joven Alcibiades y algunos de sus compañeros no comprendían aquella reflexión puesto que pensaban que no hacían falta las balas, las armas y otros pertrechos de guerra porque ya la Revolución había triunfado.
Pero las palabras juiciosas del jefe del Movimiento 26 de Julio eran muy sensatas y prueba de ello fue la actitud de elementos contrarrevolucionarios, quienes alentados por el gobierno de Estados Unidos pretendían dar al traste con la victoria del primero de enero de 1959, y hubo que combatirlos con las armas en la mano en varias regiones de Cuba.
Quizás para que los combatientes y el pueblo tuvieran conciencia de los riesgos que enfrentaría el proceso emancipador cubano a partir de aquellos momentos, el Comandante en Jefe, en su largo discurso en la madrugada del 6 de enero en Sancti Spíritus, manifestó: “Todos los peligros que una revolución tiene en su camino los tendremos que afrontar, tal vez amenazas extranjeras, tal vez agresiones extranjeras; pero frente a todo ello, hay, sin embargo, una inconmovible fe; la fe que nace de dos cosas: de la confianza que tenemos en nosotros mismos y de la confianza que tenemos en nuestro pueblo”.
Para Alcibiades resultó muy alentador el recibimiento que los espirituanos le hicieron a la caravana aquella fría noche: “Fue apasionante ver a tanta gente reunida en el parque de Sancti Spíritus y el entusiasmo que mostraban junto a nosotros y, sobre todo, junto a nuestro máximo líder, quien tuvo hermosas frases de elogio para este pueblo.
“No menos conmovedor fue nuestra entrada a La Habana. Aquella semana de travesía por el país constituyó el mejor aliento para seguir luchando por la Revolución, por eso yo sigo trabajando, ahora lo hago en el puesto de mando de la Logística de la Delegación Provincial del Minint y aquí estaré hasta que la vida me lo permita…”.
Así concluye nuestro encuentro con este eterno rebelde, quien ha ocupado disímiles responsabilidades en el Partido Comunista de Cuba, en otras instituciones del Estado y que vino a Sancti Spíritus para quedarse, porque, según él, aquí se siente como si fuera su ciudad natal; y con sano orgullo guarda, más en su corazón que en un cofre, las disímiles medallas y condecoraciones otorgadas en razón de su destacada trayectoria revolucionaria.
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