Nadie bajo la corrupta y sangrienta dictadura de Fulgencio Batista pudo columbrar la seriedad de las palabras vertidas por Fidel en el juicio por los sucesos del 26 de julio de 1953, cuando defendió ya en etapa tan temprana del proceso que acababa de iniciar con su acción heroica, el desarrollo de la educación y las ciencias en Cuba, y dijo citando a Martí entre otras cosas: “El pueblo más feliz es el que tenga más educados a sus hijos, en la instrucción del pensamiento y en la dirección de los sentimientos. Un pueblo instruido será siempre fuerte y libre”.
Lo que no sabía la exigua concurrencia en aquella sala, incluidos los magistrados que lo juzgaron, es que no estaban ante las promesas de un político más en la historia de un país descompuesto por su capitalismo tropical y las corruptelas políticas al uso, sino que aquel hombre singular estaba dispuesto a cumplir y sobrepasar con creces los ofrecimientos hechos en su alegato, para después de un triunfo del cual muchos dudaban, empezar a potenciar la educación, la ciencia y la cultura.
Aquel hombre que salió de México llegó a Cuba, entró y triunfó, según su promesa firmísima por los días en que expresó: “En 1956 seremos libres o seremos mártires”, decretó apenas llegado al poder la educación gratuita, convirtió los cuarteles en escuelas, impulsó el rescate de los más genuinos valores culturales y emprendió una cruzada por el desarrollo de las ciencias en Cuba, que no solo no se ha detenido, sino que, de acuerdo con su vaticinio, se acelera.
La concepción de Fidel acerca del desarrollo de las ciencias en Cuba como tarea sistémica fue evolucionando de forma progresiva, teniendo como norte sus presupuestos básicos, pero no hay duda de que ya en aquellos inicios febriles del proceso revolucionario para él estaba claro lo que había que hacer, cuando el 15 de enero de 1960 manifestó en un discurso en la Sociedad Espeleológica de Cuba: “El futuro de nuestra patria tiene que ser necesariamente un futuro de hombres de ciencia”.
Luego, en el decurso de la construcción socialista, prácticamente no ha existido una esfera de la vida de la nación cubana en la cual Fidel no insistiera e hiciera todo de su parte para la utilización de los conocimientos científico-técnicos en función de obtener mejores resultados, como la agricultura, la educación, la salud, el deporte y un desarrollo industrial que, lamentablemente, no ha pasado de embrión, entre otras esferas de la vida y el desarrollo.
Así, la realización en 1961 de la Campaña de Alfabetización —que no pudieron impedir ni las bandas armadas por el imperialismo con sus crímenes, ni la invasión mercenaria de ese año— fue un suceso cultural sin parangón no solo en Cuba, sino también en América y en el mundo, por su masividad, los métodos puestos en práctica y sus excepcionales resultados, en un país donde la primera gran edición de su incipiente Instituto Cubano del Libro fue la de esa obra maestra de la literatura universal en castellano: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.
Con la brújula puesta en el fomento de la cultura científica y en la formación del capital humano imprescindible, Fidel impulsó la composición de los colectivos científicos que hicieron posible la profundización de estudios en las Ciencias Exactas, Filosofía, Física Nuclear, Cibernética y Computación, Información Científica, Zoología, Suelos, Geofísica y Astronomía, Botánica de la caña de azúcar, Investigaciones Técnicas Aplicadas, Meteorología, y creó el Instituto de Investigación Fundamental de la Agricultura Tropical, entre otros.
En un edificio de líneas futuristas, se inaugura en julio de 1965 el Centro Nacional de Investigaciones Científicas (Cenic), destinado a concentrar y potenciar los estudios y avances del país en diferentes ramas de la ciencia y estimular la formación de científicos, así como avanzar en la promoción de grados y categorías científicas, con el énfasis puesto en investigaciones de ciencias naturales, biomédicas, agropecuarias y tecnológicas.
Para quienes conocen el desarrollo de las ciencias en Cuba, el Cenic aparece como una institución madre de los emprendimientos que vendrían después en este campo vital para la nación, porque se erigió en fragua para la formación de los científicos que más tarde integrarían nuevas instituciones de avanzada, y fue, además, pivote para la organización del sistema de grados científicos y los primeros doctorados a nivel del país, que para diciembre del 2000 sumaban más de 5 600.
Fue el Cenic, surgido por iniciativa del Comandante en Jefe Fidel Castro, la institución que organizó y llevó a cabo la creación del Centro Nacional de Sanidad Animal, al cual se unió el Centro Nacional de Sanidad Vegetal, que luego devino Centro Nacional de Sanidad Agropecuaria. Otro hecho importante fue la organización en 1974 del Consejo Nacional de Ciencia y Técnica, con la misión de coadyuvar a la coordinación nacional de las actividades científicas.
Preciso es destacar que, con la constitución de la Asamblea Nacional del Poder Popular en 1976, se oficializa la Academia de Ciencias de Cuba como organismo encargado de coordinar y dirigir las actividades investigativas, que serían regidas por el Comité Estatal de Ciencia y Técnica.
El año 1980 marca un hito en el comienzo de los trabajos para la producción de interferones nacionales a partir de investigaciones originadas en Suecia y Francia, proyecto auspiciado por Fidel que se inicia en Cuba con seis científicos, de los cuales cuatro procedían del Cenic. Por estas fechas se suscita un verdadero despegue en el surgimiento de nuevas instituciones científicas, pues en 1982 surge el Centro de Investigaciones Biológicas, rectorado por el Cenic.
Luego, el primero de julio de 1986 fue inaugurado el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, al que le siguió en septiembre de 1987 el Centro de Inmunoensayo, que tan destacada labor le tocaría desempeñar en los avances científicos presentes de Cuba. Otra institución de primea línea derivada originalmente del Cenic, fue el Centro Nacional de Neurociencias, hoy institución independiente con meritorio aval en esta esfera de la actividad científica.
Pero, como vaticinó Fidel, el Cenic fue responsable directo o indirecto del surgimiento de otras instituciones capitales en el campo de la ciencia cubana, como el Centro de Investigaciones Biológicas, el Centro Nacional de Animales de Laboratorio, el Centro Nacional de Biopreparados, el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí, el Centro de Inmunología Molecular y el Instituto de Ciencia Animal, entre otros.
Con un criterio integrador solo posible en el socialismo, donde en lugar de la parcelación de la ciencia y la competencia despiadada propia del capitalismo, se imponen el bien público y los intereses nacionales, en 1991, cuando se avizoraba la etapa más crítica del período especial, se constituye en Cuba el Polo Científico del Oeste, el cual concentró toda la potencialidad de un grupo de instituciones de avanzada en distintas ramas de la ciencia, en pos de objetivos definidos y en especial en las ramas de la Medicina y la Farmacología.
Otros polos científicos han sido concretados luego en otras partes del archipiélago cubano, los cuales han contado con la cantera de la universalización de la enseñanza, que ha llevado las universidades incluso hasta el nivel municipal, y ha distribuido las tareas investigativas en distintas ramas de la ciencia en función de la economía y de la salud pública, principalmente.
En la salud, en específico, fueron creadas instituciones como los Institutos de Cardiología y Cirugía Cardiovascular, Oncología y Radiobiología, Neurocirugía, Endocrinología, Gastroenterología, Nefrología, Inmunología y Hematología; mientras se reestructuraba y reorientaba la labor de los ya existentes Institutos de Higiene y Epidemiología, Microbiología y el de Medicina Tropical.
Este esfuerzo colosal iniciado casi de cero en 1959, primer año de la Revolución en el poder, ha dado resultados impactantes en diferentes terrenos, y en especial en las Ciencias Médicas y en la creación y producción de fármacos novedosos, algunos de ellos situados en la vanguardia mundial.
En este sentido se puede citar el Heberprot-P, el Factor de Crecimiento Epidérmico, la Estreptoquinasa Recombinante, la vacuna contra el cáncer de pulmón, entre otros, así como otras vacunas de gran impacto, como la antimeningocócica, que tantas vidas ha salvado, por solo citar algunas. Son los frutos de una red de instituciones científicas que, para finales de la pasada década, ya sumaba más de 220 centros de investigación con una plantilla que superaba los 30 000 personas, en su mayoría hombres y mujeres de ciencia.
Este ha sido el legado del pensamiento científico de Fidel Castro a su patria y a su pueblo, cuya utilidad se ha puesto de manifiesto como nunca en estos días ante la peligrosa pandemia de la COVID-19, que se ha abatido sobre el mundo con efectos devastadores.
Frente a ese flagelo, los científicos forjados en instituciones auspiciadas por Fidel han aportado valiosos y efectivos medicamentos, protocolos médicos para el tratamiento de la enfermedad y 70 investigaciones dirigidas a reducir la morbilidad de la pandemia con vista a su extinción, objetivos que se han venido cumpliendo uno tras otro, haciendo de Cuba punto de referencia mundial en la materia.
Esa labor mancomunada ha dado tantos resultados que, según Ileana Morales, directora nacional de Ciencia e Información Tecnológica del Ministerio de Salud Pública, 17 de los principales productos utilizados en el tratamiento de la COVID-19 se producen en el país. Este ha sido uno de los legados más útiles del hombre del Moncada y del Granma, de Girón y la Crisis de Octubre, a su pueblo y a los pueblos del mundo, donde hoy salvan vidas miles de doctores cubanos.
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