Esta entrevista a Frei Betto, teólogo e intelectual brasileño, fue realizada para el documental El Fidel que yo conocí, una producción de los Estudios Mundo Latino que se trasmitirá en estreno el próximo 13 de agosto en el espacio Mesa Redonda de la Televisión Cubana.
“Fidel siempre fue un ídolo para mí…cuando triunfó la Revolución Cubana yo tenía 15 años, me encanté con todos los barbudos de la Sierra Maestra, seguí eso muy de cerca porque ya participaba en movimientos que tenían tendencia de izquierda y también tenía una visión antiimperialista.
Cuando estaba en la cárcel teníamos una radio clandestina, en una celda donde estábamos 50 prisioneros, y en una caja de dulces nos entraron un equipo de radio de pilas, de baterías, y escuchábamos a Fidel…mi relación con Cuba es muy racional, pero también muy emocional, viene desde mi juventud, de esa mi admiración por Fidel, por el Che y después empecé a leer sobre la historia de la Revolución Cubana.
Fui invitado junto con Lula (Luis Ignácio Lula da Silva, expresidente y exsindicalista brasileño) a participar en el primer aniversario de la Revolución Sandinista el 19 de julio de 1980 (allí conoció a Fidel)…y a partir de esa conversación, él me invito a venir a Cuba para ayudar en el acercamiento entre la Iglesia Católica y el gobierno cubano, en aquel momento las relaciones permanecían muy tensas por más de 10 años. Los obispos estuvieron de acuerdo con mi trabajo, entonces, yo venía entre cuatro y cinco veces al año a La Habana. Ahí Fidel se acercó a mí.
Muchas personas en Brasil se preguntan: ¿y cómo tú eres amigo de Fidel? Yo les digo, no, Fidel es mi amigo, muchas personas quieren ser amigos de Fidel; pero eso depende de él. Y, efectivamente, a partir de ese trabajo, de la entrevista del libro Fidel y la religión, se creó una empatía muy fuerte. La impresión que tengo es que Fidel me trataba con una mezcla de hijo y al mismo tiempo de hermano menor, era un poco eso. Por ejemplo, muchas veces cuando yo venía a La Habana, él me llamaba para su oficina por la tarde, no para tratar algún tema, no. Me decía: quedate ahí, ve esas revistas o algo, yo voy a trabajar aquí y después vamos a salir, vamos a visitar una persona que está de visita en Cuba y quiero presentártelo o vamos a casa de Chomi (José Miyar Barruecos, secretario del Consejo de Estado en ese momento), me trataba como un amigo y así permaneció por toda la vida.
Yo traigo en el corazón la presencia viva del Comandante, le tengo un cariño muy grande. Cada vez que venía le traía dos regalos, chocolates y libros de astrofísica y cosmología —ya había escrito un libro que se publicó en Cuba, La obra de artista, una visión holística del universo, en una época de mi vida me dediqué a estudiar esos temas— y Fidel también se encantó con eso y yo buscaba libros de esos temas para regalárselos a él y siempre él discutía conmigo de esas cosas.
Era una amistad muy fraternal, muy transparente… Una vez yo sentía que tenía el deber de hacerle una crítica y le dije: ¿puedo hacerte una crítica? Y me respondió: usted no solamente tiene el deber, tiene el derecho. Y a partir de ahí, yo tenía toda la libertad de hablar con él cualquier tema por más crítico y duro que fuera —con la ventaja de que yo soy una persona que por mi situación de ser religioso, fraile, no soy diplomático, ni empresario, no tengo ambiciones de cargos, funciones, ocupaciones, nada, estoy muy feliz con mi manera de vivir—, y, entonces, eso también nos acercaba mucho, porque él me dio esa libertad y yo me sentía muy a gusto de poder decirle cosas que quizás otras personas tenían miedo (bueno, él quizás va a apartarse de mí, no sé qué cosa…) y eso nunca pasó entre nosotros, al contrario, creo que por esa sinceridad, nos acercamos todavía más. Agradezco a Dios esta amistad”.
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