El uso de mayúscula o minúscula inicial es, en muchos casos, una de las decisiones más controversiales a las que correctores y editores se enfrentan, tanto en el mundo del libro como en el de la prensa. Es este un problema de alcance panhispánico en el que tiene una alta cuota de responsabilidad la propia normativa académica, contenida en el texto Ortografía de la lengua española (OLE). Sin ánimo de exhaustividad, señalo y comento tres de las reglas que, a mi juicio, suscitan confusión en esta obra de la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española.
En el epígrafe 4.2.1.1 del capítulo dedicado a minúsculas y mayúsculas, se dice que «las aposiciones explicativas de carácter descriptivo que acompañan recurrentemente a determinados antropónimos o topónimos deben escribirse con minúsculas, incluso cuando por su solidaridad con el nombre propio puedan llegar a utilizarse en su lugar». La OLE ejemplifica con las expresiones Cervantes, el manco de Lepanto; Sorolla, el pintor de la luz y Venecia, la ciudad de los canales.
Más adelante, en 4.2.4.1.2, el texto asegura: «Los apodos y alias son denominaciones de carácter descriptivo basadas en algún rasgo o condición de la persona a la que nombran, que se utilizan acompañando a su nombre propio o en sustitución de este. Se escriben siempre con mayúscula inicial». Lola Flores, la Faraona; la Dama de Hierro y la Pasionaria son algunos de los ejemplos con que se ilustra la norma.
Contraponiendo los epígrafes, cabe preguntarse: si las unidades pluriverbales el manco de Lepanto y la Dama de Hierro pueden aparecer tanto en aposición con el nombre propio a que cada una se refiere, como en sustitución de este, ¿cuál es la diferencia lingüística entre ambas que justifica la obligatoriedad de escribir el manco de Lepanto, con el sustantivo común en minúscula, y la Dama de Hierro, con los sustantivos comunes en mayúscula inicial?
Para que se tenga una idea más cercana a la realidad comunicativa de nuestro país: siguiendo lo que estipula 4.2.1.1, lo correcto sería escribir el titán de bronce y el héroe de Yaguajay, tanto en presencia como en ausencia de los nombres propios respectivos a que estas expresiones aluden (Antonio Maceo y Camilo Cienfuegos); en cambio, si atendemos a lo que orienta 4.2.4.1.2, las formas acertadas, en todos los contextos, serían el Titán de Bronce y el Héroe de Yaguajay.
Asimismo, en 4.2.4.6.1.1 la OLE afirma: «Se escriben con mayúscula inicial los sustantivos y adjetivos que forman parte de las denominaciones de carácter antonomástico que presentan, como alternativa estilística, algunos topónimos». De los varios ejemplos que propone el texto, elijo estos: la Ciudad Eterna (Roma), la Santa Sede (el Vaticano), el Viejo Continente (Europa), la Llave del Golfo (Cuba).
Si nos fijamos bien, esta regla se opone a una parte de lo dispuesto en 4.2.1.1. Según lo visto allí, los constituyentes de la secuencia la ciudad de los canales, referida a Venecia, debían escribirse en minúscula, incluso «cuando por su solidaridad con el nombre propio puedan llegar a utilizarse en su lugar»; mientras que los que se emplean aquí, en 4.2.4.6.1.1, para aludir a Roma, el Vaticano, etc., lo hacen con inicial mayúscula. Pero si los constituyentes de la ciudad de los canales sustituyen al topónimo Venecia, es decir, se utilizan en ausencia de este, es porque constituyen o devienen una denominación de carácter antonomástico o alternativa estilística, en los mismos términos que se establecen para la Ciudad Eterna y los demás ejemplos de 4.2.4.6.1.1.
Es el caso de las expresiones con que habitualmente se alude en Cuba a los topónimos Cienfuegos y Holguín. De acuerdo con 4.2.1.1, debería escribirse la perla del sur y la ciudad de los parques, tanto cuando aparecen en aposición con los nombres propios respectivos como en ausencia de ellos. Sin embargo, en correspondencia con 4.2.4.6.1.1, lo correcto sería escribir siempre la Perla del Sur y la Ciudad de los Parques.
Los correctores y editores de nuestro país parecen preferir la mayúscula inicial en cada una de las palabras significativas que componen este tipo de unidades denominativas, sobre todo las que acompañan o sustituyen antropónimos. Otras inconsecuencias o imprecisiones de la norma ortográfica académica, sin embargo, no resultan tan uniformemente resueltas en nuestra práctica editorial. Es el caso, por ejemplo, de las relativas a los nombres de establecimientos comerciales y espacios culturales o recreativos (4.2.3.1.2), de edificios y monumentos (4.2.4.6.10) o de calles y espacios urbanos (4.2.4.6.13). Las frecuentes indecisiones entre, digamos, las formas teatro Principal y Teatro Principal, parque Serafín Sánchez y Parque Serafín Sánchez, carretera Central y Carretera Central, etc., están muy relacionadas, en última instancia, con las deficiencias que pueden advertirse en la formulación de las reglas académicas sobre el particular. Ojalá encontremos ocasión para comentarlas.
Excelente comentario. Me sirvió de mucho. Gracias por esas valoraciones tan importantes.
Magnífico, Pedro. La Academia tiene que revisar muchas cosas todavía. También está la ambigüedad con que tratan el uso o no de mayúsculas inicales para los nombres de cargos y dignidades. Por un lado, aseguran que debe usarse minúscula y ponen al papa como ejemplo y la palabra virgen acompañada y, por otro, dejan la posibilidad de hacer excepciones de respeto a criterio del escribiente.