Con la zozobra de lo desconocido en la oscuridad de la noche, bajo lluvia y ventisca inclementes, tocan costas cubanas en frágil bote por Playitas de Cajobabo, Guantánamo, José Martí, el alma de la Revolución que se iniciaba; Máximo Gómez, su General en Jefe; el espirituano César Salas, los también pinos nuevos Ángel Guerra y Paquito Borrero, y el dominicano Marcos Rosario, en la histórica jornada del 11 de abril de 1895. La suerte estaba echada.
El comienzo de aquel año extraordinario de 1895 fue pródigo en acontecimientos vitales. El Apóstol de nuestra independencia había salido de Estados Unidos profundamente dolido por la hipócrita parcialidad de sus autoridades, responsables en parte del fracaso del Plan de Fernandina, pues mientras vendían medios de guerra a España, confiscaban los que a costa de increíbles sacrificios lograban reunir los cubanos.
Otro espíritu menos acerado hubiera abortado quizá sus aprestos libertarios, pero Martí, quien de inicio quedó lógicamente anonadado por la frustración de su magno proyecto de traer a Cuba por su porción oriental a tres expediciones armadas encabezadas por los principales jefes de la Guerra Grande, se repuso y, junto a Enrique Collazo y Mayía Rodríguez, suscribió la orden de alzamiento que hizo llegar dentro de un habano al periodista Juan Gualberto Gómez, su representante en Cuba.
Luego, el delegado sale hacia La Española decidido a ir a secundar la guerra en su tierra esclavizada, a cualquier costo. Como se ha descrito, los días que median entre el 6 de marzo, cuando Martí llega a Cabo Haitiano, y el 25 de ese mes, en que suscribe el célebre Manifiesto de Montecristi (*), Martí cumple agitado periplo de un lado a otro de República Dominicana, en la preparación del traslado a Cuba de él y de Gómez, jefes civil y militar de la revolución.
En estos trajines estaba José Julián, al mismo tiempo en tratos con Máximo Gómez, Mayía Rodríguez y Enrique Collazo, poniéndose de acuerdo acerca del citado viaje. Según describe Collazo en Cuba Heroica: “Había conseguido un corto número de armas y algunas municiones, parte en Santo Domingo y parte en Cabo Haitiano, adonde había vuelto Martí por tierra desde Montecristi”.
El propósito de Máximo Gómez era marchar de inmediato a Cuba junto con Paquito Borrero, Mayía Rodríguez, Ángel Guerra y Enrique Collazo, acompañados por ocho o 10 hombres más, mientras Martí, con Manuel Mantilla, regresaría a los Estados Unidos a promocionar la opinión entre los emigrados, en tanto organizaba una expedición que podría conducir a la isla él mismo en fecha posterior.
Por razones entendibles, Martí se oponía de plano a tal variante, toda vez que sus sentimientos y amor propio lo compulsaban a acompañar a Gómez y desembarcar con él en las costas de Cuba, pero la llegada de Mayía y las noticias que se recibían desde Santo Domingo —acerca de la insurrección en la isla— reforzaron las razones del General y aflojaron la oposición de Martí, pues nada podía desmentir la necesidad imperiosa de apoyo exterior y de recursos.
Ello dio pie a la celebración de una reunión en la cual se decidió la salida del Delegado para Estados Unidos, un proyecto que murió en su cuna cuando esa misma tarde en Montecristi se recibieron noticias del New York Herald, periódico que publicaba un telegrama de la Florida firmado por Fernando Figueredo, en el que se aseguraba que “Gómez, Martí y Collazo irían inmediatamente a Cuba”. Esto frustró el plan de Gómez y desde ese momento fue imposible detener a Martí.
Máximo Gómez apunta: “El mes transcurre en medio de esfuerzos para preparar la salida del lado de Montecristi, pues la falta de embarcación por el Este, hace imposible la salida por allí… En la segunda quincena de marzo salen Collazo y Mantilla para Nueva York. El primero lleva órdenes y recursos para preparar una expedición por el occidente de Cuba, pues llegan avisos de que la isla está en armas”.
La noticia se ha recibido el 26 en Montecristi. Ese propio día se entera Martí que Maceo —en Costa Rica— considera indispensable contar con 5 000 pesos oro para conducir una expedición a Cuba, cuando solo se cuenta con 2 000, cantidad igual a la que tienen él y Gómez para su viaje. Forzado por los eventos, escribe a Maceo una misiva harto difícil para comunicarle que pasa la tarea de la expedición a Flor Crombet, quien aceptaba organizarla con el dinero disponible.
Este incidente echa leña al fuego de las relaciones entre ambos patriotas, cuyos puntos álgidos se pondrán de manifiesto en la futura entrevista de La Mejorana y en días subsiguientes, sin afectar —por fortuna— los intereses sagrados de la Revolución. El primero de abril —dificultades aparte— llegarán Crombet y los Maceo a costas cubanas en la goleta Honor, que deviene símbolo y esencia del espíritu independentista.
CONTRA TODOS LOS HURACANES
Martí, Gómez, su hijo Panchito, César Salas, todos se multiplican en la preparación de la partida. Fracasan los esfuerzos por devolver al delegado a Nueva York para reforzar la acción política. “Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar”, ha escrito el 25 a Federico Henríquez y Carvajal.
Salen al fin y Gómez asienta en su Diario: “Después de estos gastos enormes, después de vencidos todos los obstáculos —después de dos meses de sufrimiento y tortura— hemos logrado embarcarnos seis compañeros en la madrugada” del primero de abril, cuando la gente de Costa Rica está arribando —n. del r. —
No saben entonces que les faltan 10 días de agonía, de miserias humanas y avatares, antes de besar el suelo sagrado de la patria. El 11 de ese mes, a las ocho de la noche, echan el bote por una banda del vapor frutero alemán Nordstrand, en medio de una noche oscura como boca de lobo, y de borrasca.
Martí describe luego este supremo instante: (…) Llevo el remo de proa. Salas rema seguido. Paquito Borrero y el General ayudan a popa. Nos ceñimos los revólvers. Rumbo al abra. La luna asoma, roja, bajo una nube. Arribamos a una playa de piedras. La Playita (…) Me quedo en el bote, el último, vaciándolo. Dicha Grande”.
(*) El nombre original de esta ciudad quisqueyana es Monte Cristi. El verdadero título del Manifiesto era: El Partido Revolucionario Cubano, a Cuba
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