Estos días de agitación cultural mediática y objetiva nos dejan muchas enseñanzas, nos ponen sobre aviso de lo ingenuos que somos a veces, de que hay gente que no duerme feliz viéndonos sonreír a plenitud, de que se impone revisar los estilos de conducir y gestar los procesos culturales, estudiar los públicos, conocer mejor a los beneficiarios de la creación artística y literaria que se enriquece minuto a minuto.
Vivimos tiempos de una interconexión diferente, donde otras son las herramientas, donde se convoca más, se es más certero mostrando la fuerza de los resultados de un instructor de arte en una escuela, de un artista que se reconoce por su singularidad, autenticidad y respeto a sus ideas.
Sandra Ivette, músico y miembro de la Asociación Hermanos Saíz, fue clara en su reciente intervención durante el diálogo del Ministerio de Cultura con un significativo grupo de artistas cuando hizo un llamado a aprovechar los espacios y herramientas “para generar y no tener que defendernos”. El ministro Alpidio Alonso dijo con toda la razón: “Si hay un país que puede hablar con orgullo del arte que auspicia es este. Si hay un país que tiene arte sin caer en la banalidad es este”.
Si vemos en conjunto ambas ideas, volvemos a una de las debilidades más evidentes en el actual contexto cultural de Cuba: la generación de contenidos desde la exposición de la obra constante de las instituciones y organizaciones que aglutinan a los creadores en un país que cuenta con una historia única y una protección al arte que no se ve en ninguna parte.
Es cierto que la inconformidad, la acumulación de expectativas, cierto inmovilismo y rutinas en el diálogo entre creadores y decisores, el justo respeto a las jerarquías artísticas y otras tantas cosas han fallado en tener una respuesta oportuna, una solución real. Pero eso no quita que se puedan cambiar a favor de una convivencia donde se escuche la opinión que disiente, donde no se impongan métodos, que los espacios para debatir sean fértiles, que la obra de arte sea el motivo y la causa del encuentro plural y democrático siempre que prime el respeto a la Constitución y la política cultural de la Revolución.
Dominar las potencialidades de las redes sociales y el Internet no es una tarea, es una obligación de la cultura en el siglo XXI. Son espacios en constante transformación, que van creciendo a un ritmo acelerado, descomunal. Nadie se da el lujo en estos tiempos de renegar de esas herramientas para crear espacios de diálogo constante, transparente, diáfano, para divertirnos y también para ir al combate. Hay creadores, obras, resultados, valores, opiniones, verdades, instituciones fuertes, asociaciones, historia… Existe un país con hijos capaces de mucho por defender lo que tienen, dispuesto a aceptar que hay lugar para todos. Entonces no hay razón para el silencio, menos para la desidia.
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