Conversar con los jóvenes siempre inspira, te hace recordar aquellos años en que desandabas el mundo sin miedos. El estudio, el trabajo, la militancia, las ganas de triunfar y conseguir un lugar en la sociedad, eran motivaciones suficientes para celebrar, salir con la familia, los amigos, intentar colarse en una fiesta, armar la rumba, para decirlo en buen cubano.
El 2020 nos ha traído tanta desesperación y dolor que las tensiones de nuestras vidas experimentan una sobredosis de estrés colectivo que no imaginamos nunca. Casi todo ha quedado pospuesto: las fiestas, el jolgorio, el carnaval y los quince de la niña de la casa, el cumpleaños feliz, la noche en la discoteca, los conciertos, reunirse en una esquina o en el parque a compartir.
Nuestro vocabulario se ha visto enriquecido. Ahora todo gira alrededor de otras formas de diversión y encuentro que llamamos con naturalidad streaming, encuentros virtuales, teletrabajo, grupos de WhatsApp, Messenger o Telegram. En algunos países los conciertos se disfrutan desde el auto, pero en todos se han limitado los públicos, los grandes conciertos, los teatros abarrotados, las descargas familiares. La pandemia de COVID-19 nos ha llevado a meses de confinamiento en casa, a establecer nuevas relaciones familiares, académicas y laborales. El impacto en la economía mundial es de una brutalidad tal que nada ni nadie escapa a este terremoto que no tiene rostro y que está probado que entre más lejos estemos los unos de los otros, más seguros estamos. A pesar de las vacunas que se anuncian, las curvas que se aplanan y las nuevas normalidades que intentamos practicar, es difícil que se pueda regresar a lo de antes mañana mismo. Las pérdidas en el mundo del espectáculo y en la vida cultural en general son enormes y si tenemos en cuenta que la mejor inversión que existe está precisamente en la Cultura, hay motivos para preocuparse. Priorizar la vida está por encima de todo y el costo de esa máxima es muy elevado.
¿Se acabaron las fiestas? ¿Cuándo regresamos a los cines, los teatros, a los conciertos? ¿Nos tenemos que olvidar de los carnavales y las parrandas? Hay tantas interrogantes como visiones encontradas. Todos y, en particular, los jóvenes, están desesperados por desatar esa energía contenida en estos meses que parecen años. Las maneras de divertirse y entretenerse, de estudiar o trabajar tienen un escenario que se ha modificado de acuerdo con los rebrotes, los cierres y confinamientos. El desafío es mayúsculo para quienes nos hemos acostumbrado a disfrutar sin ataduras y por derecho del arte, la cultura, la diversión, el interés colectivo y todas aquellas cosas que nos hacen la vida mejor. Hay un considerable aumento en el uso del teléfono celular para consumir medios, las redes sociales, los chat y los juegos. Hay más personas viendo televisión y escuchando la radio, consumiendo productos audiovisuales.
Tenemos muchos meses de incertidumbres por delante. Pero lejos de estar en el principio del final de muchas cosas, experimentamos un momento para replantearnos las formas de tomar aire, de anteponer la familia a la fiesta, conocernos mejor y generar caminos y alternativas sustentadas en las posibilidades creativas de cada cual, y en particular desde las que brindan las tecnologías. Todo lo tangible se transforma, los formatos de celebración van por un camino híbrido y poco a poco se irá ganando terreno. Somos lo suficientemente capaces de asumir el reto de buscar las repuestas a las nuevas interrogantes. Las fiestas nunca van a desparecer, pero estamos aprendiendo a darle el justo espacio que ellas requieren. Ser generosos y empáticos ya no es una conducta tan rara.
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