Mientras todos celebran y la mayoría llora a fuerza de emociones contenidas, sus admiradores más grandes, los que compartimos el escenario cotidiano de sus conquistas, recibimos la noticia sin asombro.
Sin asombro, sí, porque este hombre pequeño nos regala a diario su grandeza descomunal, que hace magia desde el momento mismo en que la idea comienza a rondarle.
Y la combina con una entrega sin par, con un desbordamiento de talento mezclado con proverbial humildad. De modo que sus colegas, como cualquiera de los lectores que saborean sus textos, asistimos a su periodismo con esa envidia sana que nos provoca, a veces con la espada contundente, a veces con la caricia de una metáfora tan suya que nadie confundiría.
Ojito es esa suerte de Midas intelectual que convierte en oro todo cuanto pasa por sus manos; lo mismo un informe que una crónica; igual un “palito” informativo para cumplir con su jefe que un reportaje de investigación.
Y es que —perdonen sus otros grandes amores, que los tiene— el periodismo es la gran pasión de su existencia. No importa el reloj, no importa el cansancio, no importan esos achaques sin poesía que lo acechan, tan celosos de su gloria. El arte de escribir siempre lo salva, lo levanta, lo redime.
Traerá en sus manos el mayor homenaje del gremio, podrá colgar en la sala de su apartamento el Premio Nacional de Periodismo José Martí, tan merecido, tan exacto, como hecho para él. Llegará sin embargo a la Redacción como cada día, con su sonrisa ligera y la sencillez colgada del bastón. Dirá otra vez que este es el premio de todos, agradecerá a sus profesores de Oriente, pondrá en el cielo su periódico querido… Pero jamás dirá que ha sido el alma de Escambray, y de la radio; de sus clases magistrales en la universidad, y de cuanto proyecto aparezca en el camino.
Es un gigante del verbo —¿quién osaría desmentirme?—, conocido en toda Cuba, admirado más allá de las palabras y los concursos donde arrasa con esa prosa que engancha desde el título hasta el punto final.
Ojito, sin embargo, pasa como si nada y solo él ignora la extraordinaria dimensión de su obra, mientras el resto, los periodistas mortales, nos rendimos a sus pies.
Tardíamente pero le hago llegar mis congratulaciones.
Yole, tus perfumadas palabras me colman de alegrías compartidas. Adoro al profe y te adoro a ti. Felicidades.
Hermosa, lloré con tu crónica, Yole. Muchas felicidades a Ojito, desde Santa Clara.
…y lo dices bien, con emoción, con sinceridad, con vuelo…Tus sentimientos ganan con la transperencia de tu nobleza, y entonces el gran periodista se nos muestra más cercano, bordado por tus palabras..Me rindo también a tus pies, colega y hermana…
Un gran homenaje a quien nunca dejará de ser lo más importante: él mismo
Yoleisy, lo has descrito con un magisterio que me recuerda el suyo (algo se tiene que pegar, jaja). Felicidades por esta hermosa y merecida crónica al colega.