“Hay un riñón disponible”, del otro lado de la línea se cerraron de un tirón todos los abismos y se le abrieron de nuevo a Deisy Hernández Rivero las puertas de la esperanza. Las había clausurado antes, las dos veces en que también le comunicaron lo mismo y fue a Santa Clara y tuvo que volver luego de aquellos análisis que confirmaban la incompatibilidad.
Habían pasado más de dos años desde que tuviese que conectarse tres veces por semana a aquellas máquinas en el Hospital General Provincial Camilo Cienfuegos para recibir tratamiento de hemodiálisis. Poco antes de esas obligatorias sesiones la revelación del diagnóstico de una enfermedad renal crónica había sido un portazo amarguísimo en su vida.
“Empecé con la enfermedad por un subión de presión que me dio; entonces mi nuera me llevó al médico y me detectaron ese padecimiento. Estuve como dos o tres meses sin hacerme hemodiálisis hasta que se me subió mucho la creatinina”, rememora.
En esa fecha tenía 54 años y comenzaba una existencia nueva: la de los malestares constantes, la de la preocupación inocultable en el rostro de su hijo, la del acompañamiento de la familia, la de llorar un día sí y al otro también. Basta una palabra ahora para sentir toda la aspereza de aquella vida.
“Dura —confiesa mientras traga hondísimo—. Eso no es fácil; allá adentro las máquinas esas te ponen muy mal, aunque el trato de las enfermeras es muy bueno y te estimulan para que no te deprimas”.
Por eso el 31 de marzo pasado cuando por tercera vez le preguntaban desde el Hospital Arnaldo Milián, de Santa Clara, si acudiría a realizarse los exámenes para ver si clasificaba y podía recibir el trasplante de aquel donante cadavérico no titubeó. Mientras el carro emprendía viaje hacia el centro villaclareño, Deisy iba dejando atrás también su pasado.
DÍA CERO: EL TRASPLANTE
Ni el sonido insistente del monitor puede aquilatar el desasosiego de Deisy. Afuera, a la espera, su hijo y la familia toda que no la han dejado sola ni un segundo durante esta azarosa travesía. Dentro, el verde lo encierra y lo calma todo a ratos. Ahora, otra vez fuera, Deisy pudiera hilvanar cada una de aquellas puntadas que aún le surcan la piel a modo de cicatriz.
“Me metieron al salón a las seis de la tarde y a las ocho y media ya yo estaba fuera orinando normal; todo me fue bien”.
Tampoco olvida ni un detalle el doctor Yuniel González Cárdenas, especialista en Medicina General Integral y en Nefrología: “Se hace el estudio pre-trasplante y es seleccionada por el grado de compatibilidad que tenía para un operativo de trasplante. Se traslada desde su centro de hemodiálisis en Sancti Spíritus a Santa Clara y se presenta junto con otros candidatos a seleccionarse para el trasplante renal que futuramente se le hizo en un periodo de menos de 24 horas aquí en Santa Clara.
“La cirugía de la espirituana fue aproximadamente una hora y 35 minutos el proceso del implante del órgano, percibiendo que tuvimos en el momento inicial de ese proceso una diuresis con muy buena evolución, pues en las primeras 24 horas casi llegaba a los 2 000 mililitros de orina efectiva que es un signo de respuesta a un buen trasplante”.
Y los días sucesivos siguieron dando aliento. Con la atención esmerada de los médicos y las enfermeras, Deisy se iba sobreponiendo a todo, desde la infección del tracto urinario —tan normal como mismo dice el doctor González Cárdenas— hasta la muerte cercana, siempre tan inesperada y desgarradora.
“Tuve una compañera que se hemodializaba conmigo —narra Deisy—, fue trasplantada días antes que yo y no asimiló el riñón y falleció. Eso me puso también muy mal, pero seguí; mi hijo y mi nuera me apoyaron mucho y me decían que yo tenía que ponerme fuerte y me recuperé y salí adelante”.
Eran, tal vez, los pilares que siempre la apuntalaron cuando las zozobras le carcomían los días. Lo que durante tanto tiempo compartió calladamente su hijo Pedro Julio Porsegué Hernández ahora se revela en palabras que no pueden ocultar gratitudes.
“Las dos primeras veces que fue nosotros pesamos que iba a regresar con el riñón puesto —dice Porsegué Hernández—, pero, bueno, no fue así desgraciadamente; a la tercera va la vencida, como dice el dicho, y ya sí fue compatible y, gracias a dios y a los médicos que se portaron muy bien, aquí está gozando ella de muy buena salud.
“Toda la familia la apoyó mucho desde que empezó y todos luchamos con ella hasta verla aquí recuperada”.
RECOMENZAR
Sentada tres meses después en la sala de su casa con aquel vestido estampado y el rostro iluminándosele de vez en vez, no hay quién advierta tantos pasajes de una enfermedad. Le ha cambiado desde el color hasta la sonrisa; lo único que la delata, acaso, es la herida que se le ha tatuado por debajo de la ropa.
“Todo me ha cambiado, porque hasta estaba con otro color y ya tengo más o menos el color mío. Me sentía muy mal con las hemodiálisis y ya todo va cambiando”.
Lo sostiene en términos médicos el propio González Cárdenas quien ha podido constatar la favorable evolución de Deisy en las consultas que le brinda cada 15 días.
“Los valores de creatinina retornan a un valor normal, ya la paciente comienza, incluso, a hacer cambios fisiológicos que se habían deteriorado anteriormente y se va incorporando normalmente a la vida, un poco con limitaciones por los cuidados que lleva, pero ya un trasplantado va notando que algo va cambiando en su forma de ser.
“Esta paciente ya no tiene que ir tres veces por semana a un centro de hemodiálisis, no tiene que estar conectada a una máquina —que no es la peor forma de vivir pero que limita no solo al paciente, sino también al acompañante— y ahora tiene mejor expectativa de vida”.
Se lo ha repetido una y otra vez a Deisy y a ella solo le basta sentarse otra vez en casa con los suyos para saberse dichosa. “Me siento afortunada, porque me dio vida y quiero ver crecer a mi nieta y ver las cosas de la vida pues no es fácil; yo me sentí más pa’llá que pa’cá. Me sentí más muerta que viva”.
Ha recomenzado a los 56 años con bríos de más y temores de menos, con un riñón sin nombres ni rostro, pero de una persona a la que le agradece por haberla salvado de todo. Lo repite cada día Deisy, quizás, porque siente que cuando se levanta y deja atrás aquel sillón balanceándose hay una puerta que se abre mientras ella vuelve a empezar a andar.
*Periodista de Radio Vitral
Saludos, Claudia. No recuerdo jamás haber empleado el término “desandar” en mi trabajo como periodista para el sistema de la radio, ni tampoco en mis colaboraciones con el prestigioso sitio web de Escambray. Quizás lo haya empleado en algún que otro guión radial, pero te aseguro, sé lo que significa exactamente el término y no lo uso como simple metáfora o adorno del lenguaje. Te reitero, he desandado mi trabajo como periodista y no recuerdo el abuso de ese vocablo, tal y como insinúas en tu comentario.
Recuerde que todos los días se aprende algo nuevo y en este trabajo está mal usado, como ha sucedido en otros de sus reportes. Evidentemente no sabía cuando redactaron el material qué significa. Desande con pasos firmes y humildad por su aún emergente carrera y se dará cuenta. Disculpe, pero soy polilla de los medios…
Cuidado con el uso de algunas palabras. Desandar es volver sobre tus mismos pasos. Es uno de los términos que más usa Yosdany en Radio Vitral, que Escambray no se contamine con el mal uso, por favor