Desde la creación de Superman, el hombre de acero, pasando por Batman y Robin, el capitán Marvel y la Mujer Maravilla hasta llegar al intragable Rambo, protagonizado por Sylvester Stallone, las industrias estadounidenses del cine y del comic han dado rienda suelta a su imaginación para difundir como parte de su idiosincrasia —y su penetración cultural— a personajes superdotados que realizan hazañas inverosímiles, coincidentes todos ellos en irradiar el modo de vida de Estados Unidos.
El caso de Rambo, un súper héroe que supuestamente combatió en Vietnam contra las guerrillas comunistas o Vietcong, constituye el único con asidero histórico-geográfico, pues parte de un conflicto real en un país real, en una época definida (1964-1975), pero las proezas que se le atribuyen caen en el vacío toda vez que Estados Unidos, la patria de este rocambolesco personaje, perdió esa guerra de forma bochornosa, dando pie a un síndrome de la derrota, un trauma que acompañó a ese país durante más de una década.
Por tanto, Rambo representa para su nación de origen el desquite que no pudo obtener, la victoria que no logró alcanzar y equivale a un impulso tan primitivo como los bisontes pintados por hombres paleolíticos en las cuevas de Altamira y Lascaux, representando de forma mágica el deseo, a menudo no cumplido de cazarlos para saciar su apetito y garantizar su supervivencia.
Para no ser menos y siguiendo quizá iguales instintos, el Presidente Donald Trump irrumpió en la escena política norteamericana como una mezcla de Superman con Rambo, haciendo barbaridades y diciendo disparates a troche y moche, siempre con ridículas expresiones mussolinianas, en la que la práctica de adelantar el mentón y adoptar poses provocativas recuerdan en mucho al tristemente célebre Duce, jefe de los fascistas italianos.
Comencemos por decir que el señor Trump se pasa la vida criticando a los medios de su país —también a los de otras naciones— por difundir noticias falsas —fake news— respecto a sus expresiones y eventos de Gobierno, cuando lo cierto es que hasta hace seis meses se le atribuían a este personaje
más de 10 000 mentiras difundidas mediante declaraciones públicas o por Twitter, lo que lo define como un súper mentiroso.
Si hablamos de originalidad o de plusmarcas, nadie como Donald Trump para encabezar el casillero. Baste decir que ha sido el inquilino de la Casa Blanca que más ha movido su equipo de gobierno, al punto que en unos tres años en el ejecutivo ha realizado más de una veintena de cambios por destituciones, sustituciones o renuncias voluntarias o forzadas de sus funcionarios, añadiéndole inestabilidad a la línea política de la administración.
El caso más descollante de la poca responsabilidad del Presidente ha sido hasta ahora el del exsecretario de Estado, Rex Tillerson, quien en un periplo por países del África subsahariana todavía hacía declaraciones “oficiales” cuando ya sus interlocutores conocían de su destitución difundida por su jefe de Estado a través de un tuit.
Desde otra perspectiva, Trump podría parecer centrista si nos atuviéramos solo al hecho de que entre los defenestrados los había extremistas de derecha —halcones— y moderados relativos —palomas—, pero es el caso que cuando conformó su gabinete lo hizo bajo el criterio de elegir para cada puesto a los políticos más recalcitrantes de la bancada republicana.
Si hicieran falta ejemplos, ahí están los casos de Marco Rubio, Mauricio Claver Carone, Mike Pompeo y John Bolton, sobre todo este último, tan cavernario en sus planteamientos que el propio Trump, temeroso de sus arrestos guerreristas, decidió apartarlo de su equipo después de manifestar que, si hubiera sido por él “ya estaríamos en la III Guerra Mundial”. ¿Entonces, en qué quedamos, señor Presidente? ¿Acaso no lo escogió usted mismo como consejero de Seguridad Nacional? De ahí que el mandatario clasifique también como súper inseguro en sus decisiones.
Como se recordará, en la primera mitad de su administración, Trump llevó la presión política y militar contra Corea del Norte a un punto en que bastaba un ligero incidente para hacer estallar una guerra de incalculables consecuencias. Sobrevino un momento en que el Presidente llegó hasta insinuar en la ONU que podría exterminar a su adversario con armas atómicas, intenciones enfriadas en esos días por los ensayos exitosos de la primera bomba “H” y el primer misil intercontinental de Pyongyang.
Se suscitó tan alto grado de inseguridad, que un reputado medio norteamericano preguntó al jefe de las fuerzas de misiles estratégicos de Estados Unidos acerca de la posibilidad o no de que él ordenase un ataque inmediato contra la nación asiática en caso de pedírselo el presidente, a lo que ese alto mando dio a entender que, antes de tomar una decisión de tal calibre, lo consultaría a otros niveles. De manera que Trump ha devenido súper poco confiable hasta para sus propios subordinados.
Por si fuera poco, nadie le quita al abominable hombre de la Casa Blanca la condición de ser el presidente que más sanciones económicas y bloqueos ha aplicado contra otros países, al punto que hoy se considera que la tercera parte de la población mundial sufre sus nefastos efectos. Esto lo ha hecho en violación de la legislación y los tratados internacionales como los Convenios de Ginebra y de Nuremberg, la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, los cuales prohíben expresamente atacar a personas civiles indefensas.
Por tanto, Trump deviene súper sancionador criminal, convicto de convertir el estrangulamiento económico en devastadora arma de guerra, además de ser el victimario plusmarquista de todo tipo de acuerdos, convenios y tratados, desde el acuerdo de París sobre cambio climático, pasando por el tratado 5+1 con Irán, hasta el acuerdo sobre prohibición de proyectiles de alcance medio con Rusia.
También el inefable Donald tiene el récord de acusaciones y demandas de mujeres que dicen haber sido violentadas por él o sometidas a acoso sexual, lo que lo cataloga de súper disoluto, una nimiedad para el hombre cuyas instrucciones se tradujeron en la muerte de niños emigrantes separados de sus padres en la frontera mexicana, signo incontrastable de súper crueldad.
¿Y qué decir de la orden que llevó al bombardeo en la capital iraquí que acabó con la vida del general Qasem Soleimani, segunda figura en importancia en la cadena de mando de las Fuerzas Armadas iraníes? Esta súper irresponsabilidad puede acarrear consecuencias que el súper tunante de Donald Trump no está en condiciones de prever, dada su más que demostrada súper ignorancia.
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