Para tenerla enfrente hay que entrar a su casa. Desde hace un par de años solo sale —y eso en un carro de la institución que la lleva y la trae— a la misa de domingo en la Iglesia Presbiteriana en Sancti Spíritus. Dentro de ella se formó y es miembro, desde hace años, de su cuerpo de gobierno. Su fuerte allí, afirma, es predicar.
Tiene mucho que enseñar, pues se graduó como doctora en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana en 1948. Durante casi dos décadas impartió seis asignaturas en la cátedra de Estudios Filosóficos Sociales del entonces Bachillerato. “Todas las profesiones necesitan que quien las ejerza tenga vocación natural, que les guste, pero hay dos donde eso es más importante aún: el médico y el maestro”, subraya.
Impelida a dejar el magisterio por circunstancias de la vida, el resto de su vínculo laboral transcurrió en farmacias —casi exclusivamente en la otrora Piloto de la calle Independencia— y allí también fue, a conciencia, trabajadora responsable. Sin embargo, hasta hoy, a los 94 años, sigue considerándose maestra, denominación que, traducida a su lenguaje, es aplicable “no a un mero impartidor de conocimientos, sino a un formador del hombre, integralmente”.
Lidia Perurena Martínez parece ir contra todo pronóstico. Ha visitado varias veces los Estados Unidos, donde tiene a una hermana desde antes de 1959, y también recorrió un grupo de naciones del extinto campo socialista. Pudo haber emigrado al norte, donde estudió su padre, pues solvencia económica no le faltaba. Pero decidió quedarse en Cuba, ya que no se imagina sin el contacto diario con amigos y vecinos, quienes son su apoyo en el desenvolvimiento diario —esto lo recalca de manera enfática—, y forman parte de sus alegrías y sus penas.
Aunque fue formada en la admiración hacia el modelo de vida estadounidense, con el tiempo fue aprendiendo que el cubano no era absolutamente en nada inferior a los nacidos en aquella nación. “Hay valores de la Revolución que son incuestionables: esa igualdad de todos, las oportunidades que ha dado el gobierno para que nos elevemos intelectual y moralmente, que no siempre hemos sabido aprovechar. También es innegable que ha elevado la dignidad del cubano”, declara.
Se le escucha filosofar de la manera más natural del mundo sobre diversidad de temas, a veces con los ojos cerrados durante segundos y más segundos, y sorprenden algunos de los pasajes de su vida: era fidelista y fue miembro de la célula A del Movimiento 26 de Julio, “en la parte civil”, aclara. Antes de 1959 votó solo “cuando Eduardo Chibás”, pues le simpatizaban las ideas del Partido Ortodoxo y se identificaba políticamente con él.
Sus comunicaciones telefónicas más constantes se mueven entre el hijo hematólogo, residente en La Habana, y la única hermana que le queda, quien vive la realidad de este país a través de sus relatos diarios y “va completamente en contra de la política norteamericana hacia Cuba”.
La mayor parte de su tiempo lo dedica a leer y a ver televisión. Rodeada de libros puede vérsele a través de la ventana de su casa de siempre, en la calle Manolo Solano, de la cabecera provincial, donde, sentada frente a tres pantallas, se actualiza a través de la programación televisiva o mediante la prensa escrita. Escudriña los periódicos con ojo de experta.
“Escambray me gusta porque me llega más con lo que trae; es conciso y no anda por las ramas; también es de mayor inmediatez y bastante crítico”, alega. “Lástima que sea una vez a la semana y que entreguen solo el lunes la edición que debe darse el sábado”, lamenta. Y enseguida se ufana de su ayuda en la difusión de los contenidos, ya que luego de su lectura lo hace llegar “a la familia de Daylí Piña”, desde donde lo llevan después “a Consuelo, una señora del barrio con más de 100 años ya, que lo espera ansiosa”.
Su voz suena infantil. A veces, mientras gesticula, se vuelve aguda, pero no hay didactismo en su manera de decir. Lo que más llama la atención en ella fuera de su vitalidad y el preciosismo en el uso de la lengua —aunque no evade términos de moda— son sus ansias de adquirir nuevos conocimientos. “Yo vivo en un mundo, en una sociedad, en Cuba, tengo que saber lo que pasa y por eso me informo. Yo aprendo, hay cosas que no sé porque no las estudié”, confiesa con la naturalidad de un aprendiz de corta edad.
El diccionario Larousse de 1964, al que acude casi a diario, ya se le quedó corto. Por eso se apoya en el vecino de la casa de enfrente, que tiene una enciclopedia moderna, para aclarar algún término con el que se tropieza y le ofrece dudas, o cuyo uso no le resulta convincente. Se esmeró en averiguar por qué la Corte Internacional de Justicia de la Haya, principal órgano judicial de las Naciones Unidas, falló a favor de Chile, y no de Bolivia, en el asunto de la salida al mar. “Yo no me quedo dada, tengo que saber, si todavía Dios me ha mantenido clara en mi mente, pues vamos a usarla”, argumenta y se ríe.
Se sienta frente a las pantallas de sus televisores (dos viejos y uno moderno) y mientras en una ve Telesur por la segunda sigue, indistintamente, La revista de la mañana y los deportes; y por la tercera, Multivisión, cuyas series y documentales la atrapan. Hasta de las novelas brasileñas que sigue saca motivos para acudir a mapas o libros de historia que le esclarezcan el dónde o el porqué.
¿Qué aconseja a las personas que viven muchos años para que no pierdan los ánimos?, indaga Escambray.
“Que mantengan la mente activa y vivan la vida, con las limitaciones que les dé la edad, pero que vivan; que disfruten los años, que se comuniquen con los demás, que lean la prensa, que vean televisión, aunque estén sentados en una silla”.
¿Alguna recomendación especial en relación con la alimentación?
“Bueno, te voy a decir: yo como de todo, todo me viene bien y no ando con remilgos. Solo como muy poquito, siempre.Para mí en ese sentido existen cuatro momentos: desayuno, almuerzo, merienda y comida. Los asumo como un trabajo; una vez que lo hago me digo: ya comí, ya salí de eso”.
Nunca fui su alumna, cuando estuve en el pre ya no estaba allí, pero su presencia nos llegaba de alguna manera por su prestigio y cariño con que los alumnos mayores hablaban de ella. Era como una leyenda en el instituto. La conocí por su hijo, otra leyenda del pre de entonces. Toda mi admiración y el cariño de siempre para estos dos personajes tan entrañables yqueridos para mí.
Que alegria saber de esta mujer maravillosa, a quien conoci cuando era una niña, ella y mamá Elia eran compañeras de trabajo en la farmacia piloto, recuerdo con mucho cariño a Lidia, cuando me llevaba a su casa, la que me gustaba mucho, me acuerdo que tenia muchos libros. Felicitaciones para ella.
Felicitar a mujer tan ilustre que ha dado lo mejor para formar a generaciones. Además recalcar que es madre de un profesional excepcional que fue y siempre será mi profesor. Dr. Jorge Muñio Perurera.
Yo tengo el placer de conocer a Lidia Perurena una sra respetable muy educada amable buena amiga y con muchas cualidades más
Que bueno aún mantiene clara su mente
Lo que no se o no recuerdo porque siendo tan excelente profesora termino gran parte de su vida laboral
En la farmacia piloto de independencia
Me pueden aclarar esto ????????
Me hace feliz saber de ella ,madre de un amigo
Mi profesora en el instituto
Todos guardamos bellos recuerdos de esa época
Gracias por haber sido tu alumna y amiga de la flia
FELICIDADES PARA USTED EJEMPLO DE TODAS LAS CUALIDADES BUENAS EN UNA PERSONA QUE DE HABER ALGUNA CON ERROR SON TANTAS LAS BUENAS, REPITO QUE SE OPACAN ESTA, OIGAN Y CON UNA CONSERVACION DE SU MENTE INCREIBLE BENDICIONES PARA USTED Y MUCHOS AÑOS MAS ENTRE NOSOTROS Y CONSERVANDO BUENA SALUD , ME HACE MUY FELIZ
¿Qué hay de malo en despachar medicinas en una farmacia?
No tiene absolutamente nada de malo
Lo q pasa es q ella es una persona q siempre a amado su profesión y de hecho lo ha dicho en esta entrevista
Por eso la pregunta