Aquel 2 de septiembre de 1958 tuvo los visos de otra masacre de La Llorona, pero esta vez no en ese lugar intrincado de la geografía de Cabaiguán, ocurrida a inicios de agosto de 1957, sino en el Escuadrón 38 de la Guardia Rural en Sancti Spíritus, y si en aquella ocasión fueron asesinados ocho jóvenes revolucionarios, en esta los esbirros batistianos al mando del capitán Ramón Mirabal arrancaron la vida a otros seis, incluidos los espirituanos Nieves Morejón López y José Sosa Cañizares, después de someterlos a terribles torturas.
No resulta fortuita la mención a los hechos de La Llorona en este caso, porque tras ese asesinato múltiple la dirección del Movimiento 26 de Julio en Cabaiguán, resultó prácticamente desarticulada, con parte de sus directivos presos u obligados a dejar la zona, tras lo cual la acción de activistas del Directorio Revolucionario 13 de Marzo, llegados a esa localidad, con Arístides Pérez Cabrera, El Barberito, en primer plano, empezó a captar a las células y elementos sueltos del “26”, entre ellos Nieves Morejón y Jesús Rodríguez, Chury, para reincorporarlos a la lucha.
La característica principal que adoptó el modus operandi contra la dictadura de Fulgencio Batista en Cabaiguán fue la colaboración estrecha entre los combatientes del Movimiento 26 de Julio y los del Directorio, pues Nieves Morejón, que provenía del primero, siguió sirviendo a ambos, y puso su automóvil de alquiler, adquirido con fondos del 13 de Marzo, al servicio de los revolucionarios que lo necesitasen, sin importar su filiación.
Al decir del Chury, Nieves era una persona seria, reservada, pero muy valiente, con unos nervios de acero, porque le tocaba enfrentar situaciones difíciles, como registros, detenciones, acoso, y no perdía la ecuanimidad frente a los esbirros. “Él sacó heridos del Escambray, él llevó medicinas para el Escambray, él hizo todas las cosas que había que hacer en aquel momento que implicaban un riesgo extremo”.
La casualidad —más bien las circunstancias— confluyó para hacer que su misión del 2 de septiembre de 1958 fuera la última, pues él tenía que llevar un viaje de retorno de varios compañeros al Escambray, algunos que se habían repuesto de la salud en casas en el llano y se reincorporaban, y otros que iban a alzarse.
Ocurrió que la proximidad y casi seguro azote de un ciclón convencieron a Arístides Cabrera y a Nieves de que el deterioro de las condiciones climáticas haría más fácil el traslado de los compañeros que iban para las lomas, así que, avisados en sus escondites, Nieves Morejón pasó temprano en la mañana del 2 de septiembre por cada lugar, para recogerlos en su auto y tomar la carretera a Trinidad, pero en el segmento entre El Pinto y Banao se toparon con dos yips llenos de guardias que les cortaron el camino al hacérseles sospechosos.
Un registro rápido del vehículo encontró decenas de pares de botas destinadas a los rebeldes de las montañas, además de otras cosas comprometedoras, por lo que, entre ofensas y golpes, el grupo de seis revolucionarios encabezados por Morejón fue conducido al cuartel de Sancti Spíritus, donde empezaron los interrogatorios y bestiales torturas. Ya en horas de la noche y convertidos aquellos hombres en guiñapos humanos, los esbirros los condujeron a los abrevaderos de los caballos y los ahogaron uno a uno.
Poco sabían aquellos revolucionarios, con excepción de Nieves Morejón, y nada dijeron. Sobre todo sus compañeros no ahorran elogios a este héroe mártir, quien conocía prácticamente todo de la estructura y personas comprometidas en las actividades contra Batista en Cabaiguán y Guayos, y no les dijo una palabra a aquellas bestias de uniforme.
De 39 años en el momento de su muerte y filiación ortodoxa, Nieves Morejón era de origen campesino y fue, en ese orden, agricultor, trabajador de escogidas de tabaco y chofer de alquiler, llegando a desempeñar por espacio de varios años la responsabilidad de secretario general del Sindicato de Choferes en Cabaiguán. Dejó viuda y tres hijos pequeños.
UN PACTO DEL SILENCIO
No se conoce de una sola detención realizada en la jurisdicción espirituana a causa de cualquier filtración de los seis jóvenes victimados el 2 de septiembre de 1958 en el cuartel de Sancti Spíritus, entre los cuales, aparte de Nieves Morejón, José Sosa Cañizares, natural de Sancti Spíritus, era el que más sabía, ya que, de familia campesina y origen muy pobre, después de trabajar en un carro distribuidor de petróleo, logró empleo en el bar de la Sociedad El Progreso y allí se relacionó con unos pocos, pero importantes conspiradores contra el régimen, e ingresó en el Directorio Revolucionario 13 de Marzo.
Poco después, Sosa se alzó y se incorporó al Frente Guerrillero del Directorio en ese macizo montañoso y participó en los combates de Dos Arroyos y Charco Azul, pero enfermó gravemente y tuvo que ser trasladado clandestinamente a un hospital en La Habana, donde logró recuperar la salud. Entonces regresó a Sancti Spíritus y se ocultó en la casa de la familia del guerrillero espirituano Félix Duque, quien se encontraba con Fidel en la Sierra Maestra.
Mediante contactos de la red clandestina se coordina el regreso de Sosa Cañizares a las montañas para el 2 de septiembre, y el automóvil del Movimiento, conducido por Nieves Morejón, lo recogió en aquella mañana nublada de septiembre del 58, con lo cual se unió su destino al del valeroso combatiente y al de Raúl González Sánchez (Raulín), José Antonio Sanchidrián, Francisco Espinosa Miguel y Francisco González Castillo.
EPÍLOGO DE UNA MASACRE
Una vez asesinados los seis jóvenes, los esbirros amontonaron sus cuerpos en el automóvil ocupado, y, precedido y seguido por sendos yips militares, los condujeron en aquella noche con atisbos de ciclón, a las márgenes del río Zaza, junto al puente sobre esa corriente de agua en la Carretera Central, rociaron los cadáveres con alcohol 90 y arrojaron el vehículo por la pendiente. La intención manifiesta era hacer creer a la población que aquellos infelices venían borrachos de una fiesta y, cegados por sus libaciones etílicas, se despeñaron por el viaducto.
Fue un esfuerzo inútil y un cuento que nadie creyó, mucho menos el Tribunal constituido varios meses después, tras el triunfo de enero de 1959, el que, en ocasión de este horrible hecho, impuso severas penas a los responsables jerárquicos y ejecutores directos de tan repudiables asesinatos.
Nota: En ese propio mes la dictadura cometió otros crímenes en el citado cuartel y en otras partes del territorio espirituano, enlutando muchos hogares.
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