Han pasado 59 años y cada palabra cae exacta como si el tiempo no hubiera transcurrido. No resulta un capricho, la historia obliga a volver a los intercambios sostenidos los días 16, 23 y 30 de junio de 1961, en la Biblioteca Nacional, entre la dirección de la Revolución cubana, encabezada por Fidel Castro, y un grupo de escritores, artistas e intelectuales. Y es que allí se presentó, después de aclarar muchas de las dudas, la base de la cultura de nuestro país.
Tampoco surgieron por casualidad aquellos diálogos de pensamiento. Justo en ese período salieron legalmente hacia Estados Unidos casi 60 000 personas en tres meses. Se marchaban horrorizados ante la victoria de Girón. Ya se había nacionalizado toda la educación en el país. El pueblo se apoderaba, paulatinamente, de esta, su isla: empresas, tierras… La riqueza social comenzaba a encontrar un equilibrio entre las grandes masas.
Tales decisiones encontraron de inmediato detractores. Muchos abandonaron este barco, otros se quedaron e intentaban boicotear cada acción que fortalecía la estrategia de unidad política diseñada con el pueblo.
Igualmente circulaban polémicas entre las principales figuras de la cultura cubana de cómo debía ser el arte posrevolución. Mas la censura del documental PM por la dirección del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos sirvió como pretexto para protagonizar un acontecimiento tan vigente como este presente.
Con 34 años Fidel Castro evidenció su extraordinaria madurez al presentar su visión de lo que sería la cultura y su papel en la sociedad, ideas que ya tenía mucho antes del primero de enero de 1959.
Logró borrar en muchos de los asistentes y en otros, disipar, el fantasma del “realismo socialista”. Retornó a las mismas ideas del Moncada: Cuba apostaba por una Revolución social con el protagonismo de cada de uno de sus hijos.
“La Revolución no puede pretender asfixiar el arte o la cultura, cuando una de las metas y uno de los propósitos fundamentales de la Revolución es desarrollar el arte y la cultura, precisamente para que el arte y la cultura lleguen a ser un verdadero patrimonio del pueblo”, dijo el Comandante en Jefe frente a un salón lleno de miradas preocupadas por sus derechos en un contexto que rompía con todo lo experimentado hasta ese momento.
Justo fue ese el inicio de otros muchos diálogos. Uno de sus más degustados frutos resultó ese mismo año la creación de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Con inteligencia condujo el intercambio por argumentos contextualizados por lo que reconoció la expresión de pasiones, corrientes, incongruencias, incluso injusticias. Uno y otro bando moldeaban una obra eminentemente humana.
“Dejó claro que las bases de nuestro proceso revolucionario eran eminentemente culturales. Igual nos dijo que los artistas podían tener acceso a cualquier tipo de arte, de producto y con cualquier tipo de lectura. Además, formuló lo que después devino parte de nuestro sistema institucional, que es el trabajo cultural para el pueblo”, reconoce Yanetsy Pino Reina, Premio Casa de las Américas 2018.
En esos encuentros volvió a salir a la luz la deplorable situación en que vivían muchos de los artistas antes del triunfo de la Revolución. Fidel conocía de cerca el tema ya que algunos como Virgilio Piñera, que estaba en la cita, le habían escrito.
“Queremos cooperar hombro con hombro con la Revolución, mas para ello es preciso que se nos saque del estado miserable en que nos debatimos (…) es preciso que la Revolución nos saque de la menesterosidad en que nos debatimos y nos ponga a trabajar. Créanos, amigo Fidel: podemos ser muy útiles”, le había dejado constancia en marzo de 1959 en una misiva el autor de Clamor en el penal.
Y entre tantas opiniones para demostrar que todo eso sería pasado, el Comandante en Jefe expresó la frase más vilipendiada del documento que hoy es conocido como Palabras a los intelectuales: “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”. Al descontextualizarla borran su sentido totalmente inclusivo.
“Estaba muy claro que la Revolución les había abierto las puertas a todos los artistas”, insiste la también doctora en Ciencias Literarias.
Es por ello que confiesa que le resulta necesario retornar a cada uno de los criterios presentados porque allí se esbozaron por vez primera las ideas para beneficiar a los artistas, estimularlos en sus creaciones; criterios que generan un compromiso de la intelectualidad cubana de hoy con ese acontecimiento de 59 años.
“Es una responsabilidad social y cultural en primera instancia. Es una responsabilidad artística, política, económica de querer entonces por el genuino arte de hacer algo creativo responder a esos principios que nos impulsan a que el arte llegue a la mayor cantidad de personas. También por autorizar y legitimar un proceso revolucionario que te convierte en artista, así como responder a las polémicas del momento, a la crítica transformadora que se genera en cada uno de los contextos”, añade Pino Reina.
Verdadera brújula en tiempos tan complejos como los actuales, donde la penetración cultural y los modelos de consumo importados buscan abrir brechas entre la intelectualidad. Por tanto, para la destacada poetisa resulta vital desterrar la deuda mayor que prevalece con ese legado.
“Creo que la vanguardia tiene que dialogar más con la población. Siento que hemos perdido los públicos de antaño y se debe a que todavía estamos haciendo acciones culturales a la manera de otros momentos. Ellos evolucionan junto a los contextos y los artistas tenemos que ir a la par de esos cambios. No se trata de buscar públicos a diestra y siniestra sino de conocerlos y de transformar entonces los eventos que hacemos y las actividades de promoción”, concluyó.
Precisamente, el cambio necesario es la máxima del proceso revolucionario cubano esculpido con el hacer diario de todas las personas comprometidas con este pueblo y su historia; una idea que rectoró aquel primer momento y que se ha multiplicado en el tiempo.
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