A esta hora, la espirituana Guillermina Balzaín Peña no recuerda con exactitiud la fecha de cuando el sonido del cuero del tambor espabiló la quietud de sus caderas y pies. Solo sabe que desde aquella primera vez, una fuerza arrolladora le estremece toda y la hace levitar. No hay forma de evitarlo, ni con 72 años pesando sobre su espalda. Desde entonces disfruta sobremanera su química con la comparsa Guaracheros de San Andrés y con todo lo que convoque a arrollar.
“Fui su cabecera desde 1961 hasta 1985. Actualmente hago el diseño de sus trajes, ayudo a armarla y a inventar cosas. Aunque no salgo de forma oficial, me place bailar”, dice con una voz quebrada por los años.
Tanto es así que en la última presentación de los Guaracheros… en el carnaval de La Habana olvidó los dolores de los pies y arrolló en la primera línea por cerca de 3 kilómetros del malecón capitalino.
“Me pintaron y me pusieron un antifaz. Me dieron el gallardete y me tiré. Estoy segura de que pocas personas se dieron cuenta de que ahí iba una vieja”, añade con picardía.
Pero esta historia tiene sus raíces en la calle Gloria, en el barrio de Jesús María, donde se conserva el aliento más puro de Sancti Spíritus. De su vientre han nacido los principales exponentes de la cultura popular más autóctona de esta tierra. Por 43 años vivió ahí cobijada por Margot y Cosme, el matrimonio que educó a varias hijas que se unieron al movimiento artístico de la urbe.
“Mi papá no quería que yo me ligara al mundo de la comparsa porque en esa época las muchachas que bailaban ahí no podían entrar en las sociedades. Pero me impuse y me sumé porque el padre de la que hacía de cabecera falleció y se iba a quedar el traje hecho. Desde entonces, no he dejado de estar. Él formaba parte de la Comisión del carnaval y había bailado antes en la de Mundamba. Por ello, me enseñó cuántos metros de tela se necesita para los trajes y múltiples historias de cuando los hombres se vestían con ropa femenina porque no se permitían a las mujeres en las comparsas. Creo que luego me apoyó porque me podía controlar por su propia responsabilidad en el carnaval. En aquellos primeros años, alternaba mi vida en la comparsa con cantar en el Coro de Clave de Jesús María”, rememora y deja escapar un hilo de nostalgia entre las palabras.
Justo, en esa emblemática agrupación aún con olor a “cascarón” se unieron por invitación del gestor de la idea Rafael Gómez Mayea, Teofilito, Guillermina y su hermana Ana Balzaín Peña, quienes le impregnaron un sello muy propio y juvenil a aquella agrupación heredera de otras que, para ese entonces, ya habían desaparecido en la añeja villa. A ellas bien que se les ajusta lo de “hijas de gata cazan ratón”, pues su progenitora Margot entonaba también las rumbas y claves.
“Comencé en el coro en la década del 60. Ya mi hermana estaba. Aprendimos del propio Teofilito cada una de las melodías, pues decía que, si alguien se enfermaba, el resto tenía que asumir. Él nunca fue a una escuela de música, pero cogía el tono de cada cual con la guitarra y por ahí decidía cómo hacerlo. Era muy recto, de muy poco hablar, jaraneaba por debajo del agua. Hoy el coro no tiene quien lo guíe según la entonación que le dábamos nosotros. Suenan totalmente diferente”, refiere Anita, a quien recientemente el X Encuentro de Coros le dedicó uno de sus homenajes.
De aquellos días, ambas recuerdan las noches de serenatas con las horas anchas fuera de cualquier vivienda o las presentaciones en los parques de Santa Ana, La Caridad o de Jesús.
“Teofilito armó el coro cuando ya las integrantes de Santa Ana estaban muy mayores. Por eso, estábamos nosotros solos e íbamos a todo. La gente nos seguía. De Camagüey hasta La Habana recorrimos varios escenarios. Y en el Santiago espirituano era mucho el público que nos disfrutaba. Yo llevaba las dos ropas porque salía del coro y corría para la comparsa. Aquellos días sí eran carnavales. Las calles permanecían todo el tiempo llenas y recibíamos mucho apoyo”, cuenta Guillermina con un tono gris en sus ojos, solo iluminado al ver a su hija asumiendo su lugar en los Guaracheros de San Andrés.
De desdoblarse en el panorama artístico conoce también Anita, quien además de las rumbas y claves interpretaba melodías en los cabarés Los Laureles y el Deportivo, en la época en que esos escenarios eran de los más aplaudidos de la región central de la isla.
“Canté mucho con Magaly Oropeza. Fuimos muy amigas. También, formé parte de las delegaciones culturales que se iban a cortar caña de día y, luego, nos presentábamos en el campamento para que aliviaran los dolores y cansancios. Nos uníamos diferentes artistas como repentistas y el trío Los Villa. Fueron jornadas difíciles, pero los deseos de hacer y la unidad entre todos nos mantenían el espíritu. También bailé en los Guaracheros…, pero muy poco tiempo. Incluso, luego de mi salida del coro, ya en la fábrica de calzado me daban licencia para poder enrolarme en aquella locura”, narra Anita, aún con voz con juvenil.
Justo en ese centro laboral, ambas se refugiaron cuando el coro tomó, tras la pérdida física de Teofilito, su horcón, caminos que ellas prefirieron no transitar. Pero ni fuera de los escenarios profesionales se divorciaron de sus raíces.
“En el mes de mayo me permitían salir para estar a tiempo completo en la preparación del carnaval. Desde esa fecha, se volcaba toda la ciudad a alistar una fiesta que entonces era de pueblo. Hoy cuesta todo más trabajo, la juventud no se involucra como lo hicimos nosotros. Los más viejos tenemos que estar empujando”, alega Guillermina, quien con 11 años se fue a Minas de Frío y regresó con un título de maestra que guarda con recelo, pero que pocos conocen.
Ambas hermanas aún residen en el actual Consejo Popular de Jesús María, donde reciben con los brazos extendidos a quienes preguntan sobre cómo Raimundo Valle Pina, Nené, y Gerardo Echemendía Madrigal, Serapio, componían magistralmente las rumbas; las rivalidades de las cuatro comparsas y las dos artísticas; de la multitud en el Platanal de Bartolono cuando Teofilito rajaba su guitarra para marcar el ritmo de las voces que le seguían y los primeros pasos del movimiento de danzoneros espirituanos. Lo narran como si el tiempo no pasara y sin asumir de forma consciente la responsabilidad, aún sin el merecido reconocimiento de que le han dado vida a más de una expresión de nuestra cultura popular.
Este artículo me llena de alegría el día!!!
Me enteré de la publicación porque una prima (de toda la familia mía que vive en Sancti Spiritus) me escribió por Whatsapp y me mandó una foto diciendo-«Mira a Anita en el periódico!!!-
Que bello ver este reconocimiento que hace Lisandra Gómez a esas tradiciones de la cultura popular que tanto trabajo cuesta mantener y que, desgraciadamente, se quedan muchas veces solo en la memoria de «los de a pie».
Leo el artículo y recuerdo las veces que de pequenña llegaba a SSP y me llevaban corriendo a los ensayos de los coros y ya estaban ahí Anita y Piry (cuyo nombre es Guillermina) y lo rico que se mete ese ritmo en el cuerpo. Lo rico que se arrolla detrás de ellos hasta el Cabildo de Jesús María…
Llevo el nombre de una de las hermanas Balzain, una que ya no está, lo llevo con orgullo y, estoy casi segura, tendría tanta felicidad por este artículo como yo.
Doy gracias por mí. Doy gracias por Arminda(mi abuela), Delfina, Anita y Piry porque no es justo que el apellido muera sin que esos nombres sigan sin ser reconocidos.
No es junto que las tradiciones populares sigan siendo aplastadas por una barata mercantilización.
Santa Ana le dice al pueblo que ha a dormir,coreaba la comparsa y la dejaron dormida..Quienes???..La desidia,el desinterés,la apatía y muchísimo males que acaban con nuestras tradiciones…Salvedad hago para la hermosas presentaciones de la banda municipal..Que nunca debieron abandonar la glorieta,la que dejaron sin techo y no aparece un toldo