Solo la noche sabe. No en vano caminan kilómetros hasta las casas más apartadas, a veces entre pantanos y bajo la lluvia, con los gorros y las sobrebatas casi mojadas en busca de los últimos pacientes que deben ser aislados. Saben que están en la boca del lobo, en Bernal, donde la COVID-19 llegó sin permiso a sembrar el sobresalto.
Nadie les contó; llegaron allí pocos días después de haberse conocido que el rebrote de la pandemia en Sancti Spíritus inició justo por este asentamiento de Jatibonico el 8 de septiembre. Ante sus ojos, algunas puertas cerradas a cal y canto, el caserío enmudecido; en el camino real, solo ambulancias y guaguas. Ningún tractor, ningún trote de caballo, ninguna señal de la vida rutinaria.
EL DÍA TIENE MÁS DE 24 HORAS
No medió un respiro después de la llegada al consultorio del médico y enfermera de la familia de Bernal 5, y ya estaban enfundados de pies a cabeza en aquellos trajes verdes.
—Médico, ajústese la careta y el nasobuco, y apertréchese bien que aquí el día tiene más de 24 horas.
La advertencia del guajiro no tenía ni pizca de exageración. “Los primeros días —relata el doctor Miguel Ángel Cruz Cañer, especialista de primer grado en Medicina General Integral— trabajamos bajo condiciones climáticas muy complejas, llovía todo el tiempo; a las dos y tres de la mañana estábamos aún evacuando a las personas que tenían sintomatología.
“Había una casa muy alejada; llegando a Bernal 4, donde vivía un abuelito solo. Primero le avisamos que recogiera lo imprescindible para llevarlo a un centro de aislamiento y nos dijo que buscáramos a la hija en Bernal 5; ella era la única que sabía de sus cosas.
“Estaba lloviendo, nosotros con el traje empapado. No podíamos tocar nada porque corríamos mucho riesgo biológico. Tuvimos, entonces, que regresar; caminar 2 kilómetros otra vez, llegar, cambiarnos de ropa, llevar a la hija y traer a caballo al viejito buena parte del camino. Cuando todo aquello pasó, a las cuatro de la mañana, llegamos al consultorio y al sentarnos, muertos de cansancio, nos miramos las caras y dijimos: bueno, debemos sentirnos tranquilos; hicimos lo que debíamos haber hecho”.
Más de 140 familias —alrededor de 360 habitantes— de Bernal han estado bajo la lupa médica de un grupo de profesionales de la salud, entre ellos los doctores Miguel Ángel Cruz y Yasmany Samón Osorio y del enfermero Reichel Martínez Yadro, aislados luego de prestar servicio en la comunidad jatiboniquense.
En 15 días de pesquisa activa, 29 pacientes resultaron sintomáticos, 10 de ellos positivos a la enfermedad, quienes totalizaron más de 40 contactos; todos sujetos a los protocolos epidemiológicos establecidos por Cuba.
“La comunidad fue los ojos y oídos nuestros —asegura el doctor Yasmany Samón, especialista de primer grado en Medicina General Integral—. Los vecinos muchas veces nos alertaban de esta o aquella casa donde escucharon toser a una persona; el presidente del CDR también nos guiaba hasta donde había alguien con fiebre o cualquier otro síntoma.
“Lo que hicimos fue con la ayuda de muchas personas. La cooperativa nos dio hasta botas de goma, porque en el día caminábamos bastante y había mucho fango. A diario desde Jatibonico nos enviaban las sobrebatas, nasobucos, gorros, caretas; había una preocupación permanente porque estuviésemos protegidos. Mantuvimos comunicación constante con el puesto de mando de Salud y del Gobierno en el municipio; no estuvimos solos ni un momento”, subraya Yasmany.
En este ajetreo, sin horas para un pestañazo, el técnico en enfermería Reichel Martínez vivió días intensos, con el lógico temor al contagio con el SARS-CoV-2. “Cumplimos las medidas de bioseguridad; nos revisábamos el uno al otro antes de salir, y cuando estábamos frente al paciente, nos advertíamos: ‘Cuidado con esto, cuidado con aquello’. Es una experiencia diferente a la vivida en los centros de aislamiento de La Cabaña y La Playita. En Bernal, atendíamos las urgencias, realizábamos pesquisas. Sabíamos cuándo nos levantábamos, pero no cuándo nos acostaríamos”.
LA HORA DE LOS APLAUSOS
El juramento hipocrático de que estás ahí para el paciente aún en las circunstancias más temibles, no ha sido mera formalidad para este equipo médico. No lo fue en Brasil para Yasmany, frente a los abismos entre la pobreza y la salvación humana; tampoco lo ha sido en Bernal donde nadie duerme por estar pendiente de la respiración del otro. “Por primera vez —aclara el doctor— nos enfrentamos a esta pandemia; no deja de ser impactante que, de pronto, estés ahí, en medio de la batalla por cortar la transmisión de la enfermedad”.
Y no fueron pocos los mensajes venidos de todas partes para premiar el coraje. Enhorabuena para el WhatsApp y Facebook. “¡Te extrañamos, cuídate!, le escribió la esposa a Yasmany. “Envíen fotos para saber que están bien”, les demandaban los colegas de trabajo. La familia, también, se fundía en abrazos que cabían todos en el breve diálogo de un chat.
Desde el amanecer, cuando el humillo de las primeras coladas de café desperezaba la comarca y hasta los almácigos, Miguel, Reichel y Yasmany comenzaban las pesquisas y las mil preguntas de la encuesta epidemiológica. Era, entonces, que en un gesto de agradecimiento una vecina les prometía que el platillo de dulce de frutabomba quedaba para después.
Quizá por la terquedad de los agradecidos, Bernal es puntual a los aplausos de las nueve de la noche, y esa otra hambre de la que hablaba Onelio Jorge Cardoso, que siempre acompaña al ser humano, la de vivir por una buena razón, se aferra al doctor Yasmany: “Ellos aplauden con una alegría y con una fuerza que te hace sentir como si tú fueras un héroe de esa comunidad; eso es lo que somos para ellos, sus héroes”.
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