Han transcurrido 124 años desde el aciago suceso del Paso de Las Damas y cada vez son menos los referentes vivos que nos enlazan con aquel doloroso hecho histórico, cuando los espirituanos perdimos a nuestro prócer, el Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, en un grandioso combate que añadió nuevos lauros a las armas cubanas.
Existen en nuestra geografía descendientes conocidos del paladín que allí libró su última pelea, pero ninguno de sus parientes estuvo lo suficientemente cerca del general de tres guerras en aquel instante irrepetible, para afirmar como Jorgelina María Muñoz Fernández, que su abuelo, el pardo José Inés Fernández, fue la persona que mejor escuchó las palabras pronunciadas por su jefe a las cinco y diecisiete horas de la tarde del 18 de noviembre de 1896, antes de exhalar su último suspiro.
No se trata de una afirmación de conveniencia, acota Jorgelina, pues su abuelo lo reiteró siempre, hasta el último de sus días en la casita que había comprado con los atrasos de su pensión de veterano del Ejército Libertador, en la calle Onza número 209, en Sancti Spíritus.
Esta activa mujer, hoy con 70 almanaques, reconoce que, aquella circunstancia infeliz en la que le tocó a su abuelo ser partícipe y testigo para la posteridad, realzó la figura de su venerable ascendiente, por entonces un muchacho de apenas 19 años y grados de sargento primero, ya que la guerra terminó cuando él tenía alrededor de 21 años, y no le dio margen para superior destaque, además, por su bajo nivel cultural.
AL ENCUENTRO DE SERAFÍN
Según datos obtenidos en una investigación de las profesoras Norma de la Caridad García Machado y Olania Rodríguez Peña, José Inés Fernández, de padre desconocido, vino al mundo en el año 1877 en Tunas de Bayamo y, de acuerdo con su nieta Jorgelina, cuando tenía nueve años, su mamá, María Leonarda Fernández se trasladó con él para Sancti Spíritus, huyéndole a la miseria, al estigma de madre soltera y a la guerra, ganando aquí su sustento como doméstica en casas particulares.
Aunque no existe mucha claridad sobre el asunto, Olania y Norma señalan que, con solo 19 años, el 8 de agosto de 1896, José Inés se incorpora en Guáimaro, Camagüey, al Ejército Libertador, en las tropas del Mayor General Serafín Sánchez, y que con ellas combatió hasta la caída del paladín, cuando pasa a servir al mando del general Francisco Carrillo.
Es Jorgelina, basada en el testimonio de Francisca Fernández, su tía más joven, quien señala que, a poco de incorporarse José Inés a la tropa de Serafín, este nota sus cualidades, su total lealtad y diligencia, y por eso lo hace su ordenanza en momentos en que se peleaba con asiduidad casi diaria en combates muy reñidos, en los cuales el muchacho siempre estuvo al lado de su jefe.
MAREMÁGNUM EN LAS DAMAS
Los relatos de Gerardo Castellanos, Luis del Moral y otros historiadores describen con bastante minuciosidad lo ocurrido en la nefasta jornada del 18 de noviembre de 1896, cuando, según ellos, más de 2 600 soldados españoles de las tres armas concurren a la ribera derecha del río Zaza, a unos 20 kilómetros de Sancti Spíritus, ante informes de que se encontraba allí un reducido contingente insurrecto mandado por los jefes principales de la insurrección en esta parte central de Cuba.
La tentación de cercar a las fuerzas libertarias y exterminar a su jefatura, sobre todo después del descalabro propinado por estas la víspera en la zona de Manaquitas, Cabaiguán, al general Armiñán, incentivó a los españoles guiados por este y por el también general López Amor, a presentarse en Las Damas.
Una vez allí, a la una de la tarde del citado día suenan los primeros disparos de aquel mayúsculo combate que se extendería por más de cuatro horas y que solo la anemia de proyectiles en las cananas insurrectas pudo hacer amainar, para estallar con inusitado vigor a raíz de la caída de Serafín y la reacción violentísima de sus oficiales y soldados, al punto de hacer retroceder llenos de pánico a los soldados de Iberia que habían logrado trasponer el Zaza.
Poco antes Serafín había comentado que “ya se había hecho bastante” y ordenado la retirada, que él emprendió con su jefatura y escolta. Una bala le había matado el caballo a su ordenanza, y él lo había hecho subir a la grupa del que cabalgaba, que no era el suyo, compañero de tantos combates, sino uno más pequeño y menos brioso.
Con gran agilidad el mulato saltó a la zanca del corcel y no habían avanzado muchos metros cuando un proyectil de máuser español atravesó el cuerpo del General de derecha a izquierda, cortando su arteria pulmonar. José Inés nota el espasmo de su jefe, escucha su exclamación de sorpresa y dolor y sostiene su cuerpo haciendo un gran esfuerzo debido a la corpulencia de Serafín. Entonces se desliza al suelo, donde depositó suavemente el cuerpo del ilustre caído.
“Hay que imaginar lo que allí se formó en medio del avance de los españoles y más cuando se regó entre sus tropas que el Mayor General estaba muerto”, expresa Jorgelina. “Mi abuelo, que fue la persona más cercana que lo vio morir, fue el que escuchó la célebre frase: ‘¡Carajo, me han matado! ¡Siga la marcha!’. Lo digo porque se han dado muchas versiones, con más o menos palabras (*) y mi abuelo siempre repitió que eso fue lo que oyó decir a Serafín antes de cerrar los ojos para siempre.
SERAFÍN MARCÓ SU VIDA
Norma y Olania dicen en su investigación que José Inés terminó la guerra con las tropas del general Francisco Carrillo. Jorgelina refiere: “Pasados muchos años y aunque él no acostumbraba a hablar mucho de lo pasado, porque le traía recuerdos tristes, siempre decía que Serafín era un hombre muy valiente y enérgico, que ‘tenía mucha sangre’ y según mi madre y mi tía Dulce, que eran de las hijas que más intimaban con él, acostumbraba a repetir los poemas y relatos de Serafín — De Los poetas de la guerra—, y otro de Manuel Sanguily que decía en uno de sus versos: el que tiene nigua en pie no puede caminar.
“Él le decía a mi tía que, como era tan jovencito cuando se unió a las tropas de Serafín y este lo trataba tan bien, él tenía a Serafín como un padre, más que como su jefe, y el General confiaba totalmente en él para cualquier misión. Mi abuelo no era muy alto; era un mulato de piel clara, más bien trabado, con los brazos un poco cortos, y su carácter era muy jovial. En contraste, mi abuela era más reservada o tímida.
“Mi abuela tuvo 14 hijos y de ellos seis en tres partos de jimaguas, entre ellos el de mi madre y Dulce. Nietos éramos 30, pues murieron dos, y 66 bisnietos, 68 tataranietos y cinco choznos. Cuando era fin de año, nos reuníamos en la casa de mis abuelos y allí a él se le veía la alegría de haber sobrevivido a la guerra y haber podido construir una familia grande y unida como la nuestra. Él tuvo la fortuna de vivir 102 años y conocer a muchos de sus tataranietos”.
(*) Sobre la célebre oración han existido siempre opiniones diversas, pero José Inés nunca dijo la frase “eso no es nada”, y tiene lógica, pues resulta muy poco probable que un moribundo a punto de expirar use sus últimos segundos para valorar la trascendencia del hecho de su muerte. En cambio, sí la tiene que haya ordenado seguir la marcha según un plan concebido antes del combate y que otros jefes en el lugar conocían perfectamente.
Me quedo con la frase legendaria de José Inés digna de la grandeza de un patriota como Serafín Sánchez, hoy en el día de su caída en combate, seguimos la marcha.
excelente relato periodístico
Hay muchas versiones, pero también un dictamen medico posterior q niega q una persona a la q una bala le corta la arteria pulmonar pueda decir algo. Sencillo, se ahoga en su sangre
Interesante anécdota, muchas gracias; Que siga La Marcha!!!!!!