El corazón de gran parte del movimiento escultórico espirituano palpita por estos días a un ritmo acelerado. Yeso, herramientas de todo tipo, agua… dan vida a figuras ya conocidas, pero con una visualidad más intimista, natural, semejante a las personalidades que honran…
Nacen así, en el interior del taller Volumen y espacio, del espirituano Félix Madrigal, versiones de los retratos escultóricos que germinaron a la entrada de este siglo en el bulevar de la ciudad del Yayabo.
“Me he concentrado para aprovechar este tiempo necesario de estar en casa, cómo ser más útil y dejar un resultado positivo en mi actividad artística. Por ello, laboro en las esculturas que un día soñamos que pasen a material bronceado, el ideal por su durabilidad”, dice el padre de la iniciativa que provocó que una de las arterias más populosas de la urbe del Yayabo sea una galería a cielo abierto.
Es esta una de las etapas que sigue, tras laborar durante un mes bajo el sol en pleno bulevar, cuando, junto a un equipo tomó cada centímetro de las piezas hechas con hormigón.
“Luego de realizar lo que se conoce técnicamente como negativo, nos tomamos un descanso en este trabajo. Mas, con la llegada de la COVID-19 nos dimos cuenta de que es el tiempo justo para rellenar cada uno de los fragmentos mediante la fundición de yeso y obtener la pieza en su integralidad”, acota vía telefónica porque cumple a cabalidad la principal medida que da freno al paso arrollador de la pandemia global.
El primero de la trilogía de retratos escultóricos escogidos para esa labor preciosista resultó el de Oscar Fernández Morera. Tras darle los toques finales, la obra ahora muestra una estructura menos rígida.
“Pude copiar el rostro en plastilina y moldearlo. Gracias al nivel de detalles que he logrado impregnarle, por la nobleza del yeso, me he aproximado mucho más a la imagen de ese espirituano”, explica quien a finales del 2019 celebró sus cuatro décadas de vida como profesional en el mundo del arte.
“Le he incorporado elementos nuevos como los espejuelos y pinceles, tal y como los usó él. Antes no lo logré por el temor a que se partieran por la dureza del material. Esa ha sido la que más restauraciones ha sufrido, tanto es así que al decidir colocarle una paleta de metal —insiste— como garantía de durabilidad, se habían alterado sus dimensiones, pero en estos momentos ya tiene la escala real.
“Por su parte, la vestimenta posee más soltura, y eso, por supuesto, ha provocado que la escultura ha ganado mucho. Cuando logremos cumplir con el sueño y necesidad para su perdurabilidad de que sean fundidas en los hornos de la Fundación Caguayo, entidad cultural dirigida por Alberto Lescay, en Santiago de Cuba, serán unas mejores obras”, refiere.
Es así que en una de las esquinas del taller, ubicado muy cerca de la transitada calle Garaita de la urbe del Yayabo, hoy el homenaje escultórico al cultivador del retrato y la naturaleza muerta, distinguido por su formación autodidacta, alcanza un mayor valor.
“Este tiempo lo he empleado en algo que me ha dejado un saldo muy positivo. Por eso ha valido mucho la pena”, concluye Félix Madrigal.
Y sin tomarse un respiro, ya sus manos moldean otro de los retratos escultóricos. Toca el turno de Francisquito, personaje que sigue dando la hora exacta, gracias a la suerte del arte que evita que el paso del tiempo lo retoque con el polvo del olvido.
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