Obsesivo José Martí con la fundamentación de todos sus actos, lo era aún más con aquellos vinculados a la causa a la que había dedicado su vida: la preparación de la Guerra Necesaria. Esta devino para él razón de ser de su existencia y peldaño para conseguir, sobre la independencia de Cuba, la verdadera emancipación de la América Nuestra, propósito cenital de su accionar.
“Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso” …, escribió a su amigo mexicano Manuel Mercado el 18 de mayo de 1895, víspera de su muerte en combate, en la carta que se considera su testamento político.
Nadie debe olvidar, por tanto, y menos en los tiempos que corren, que en esa misiva el Apóstol dejó bien claro su fin supremo de “impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”, como por desgracia sucedió en el último siglo y cuarto, a partir de su desaparición física.
Sin embargo, cuando se reúne el 25 de marzo del citado año con el General en Jefe Máximo Gómez en la ciudad de Montecristi, en República Dominicana, para suscribir el documento en que se enuncian las causas, los principios, el espíritu y los objetivos de la contienda ya iniciada, no enuncia explícitamente el fin último de toda su obra, porque no lo estima imprescindible y para no levantar dificultades adicionales a la magna empresa de una guerra que, el fracaso del Plan de Fernandina exigió empezar en circunstancias muy complejas.
Obligado es recordar que, cuando se firma el Manifiesto, ya los insurrectos cubanos llevan 30 días en la manigua redentora matando y muriendo por su patria, lo que deviene motivo adicional de impaciencia y tortura moral para un hombre que desespera por incorporarse a la lucha y reclamar su cuota de peligro y sacrificio, más por el hecho de que se considera —y lo consideran— impulsor principal de aquel enfrentamiento.
Es con ese desasosiego que Martí da los toques finales al histórico documento, escrito de común acuerdo con Máximo Gómez, pero llevando él la iniciativa, dadas sus grandes dotes de hombre de leyes, político y humanista, con dominio total sobre la prosa, habida cuenta de que el Manifiesto constituye más una proclama política que un pliego militar.
Así, para el gran martiano argentino Ezequiel Martínez Estrada (*), el texto del Manifiesto —y en esto coinciden en lo esencial otros autores— es una recopilación, un tanto al azar, de los recuerdos, de lo que predicó el héroe desde 1880, que ahora tienen que ajustarse a concordar con el criterio del General Gómez, quien comparte la responsabilidad de los principios y aspiraciones que fundamentan y justifican la guerra.
Martínez Estrada amplía: “El tono del Manifiesto no es apasionado, sino reflexivo; por lo regular, el autor ha hecho cambio de palabras expresivas y categóricas por otras de acepciones atemperadas. El estilo es llano, aunque con altura y dignidad, rehuyéndose la frase literaria o retórica hacia la que el discurso tiende constantemente”.
Si alguien dudaba de la vigencia de los principios enunciados en los documentos fundacionales del Partido Revolucionario Cubano acerca de Puerto Rico, aquí van unas opiniones del prócer puertorriqueño Eugenio María de Hostos, expuestas en carta dirigida a Federico Henríquez y Carvajal acerca de lo exteriorizado por Martí en el citado Manifiesto:
“No son ideas de Martí, sino de la revolución, y especialmente de los revolucionarios puertorriqueños, que en cien discursos y en mil escritos e innumerables actos de abnegación, han predicado, razonado y apostolado a favor de la Federación de Las Antillas; pero esas ideas de comunidad de vida, de porvenir y civilización para Las Antillas están expresadas con tan íntima buena fe por el último apóstol de la revolución de Las Antillas, que toman nuevo realce”.
Un aspecto capital del contenido es su enfoque ético y desde la ética, pues en sus postulados aparece que el Manifiesto “persigue ante todo ordenar la revolución del decoro, el sacrificio y la cultura”, si bien se puede decir que la ética está presente prácticamente en cada frase.
Naturalmente que se apunta el derecho de los cubanos a ser libres y lo inadmisible de la dominación despótica hispana sobre un pueblo que dio palpables muestras de esta determinación en dos contiendas sucesivas por su independencia, pero se enfatiza que la guerra no es contra los españoles, sino contra el poder carcomido de la metrópoli.
En este sentido, el Manifiesto tiende la mano a los españoles de la isla, dirigiéndose a ellos en los siguientes términos: “Los cubanos empezamos la guerra, y los cubanos y los españoles la terminaremos. No nos maltraten, y no se les maltratará”. Otro aspecto sobresaliente del documento es el reconocimiento de la igualdad de razas y el cese de la discriminación del negro en la republica con todos y para el bien de todos que surgiría después.
Se ha hecho énfasis por algunos autores sobre el espíritu nacionalista expresado por Martí en el documento, cuando lo cierto es que predomina en él el antiimperialismo explícito o implícito, el patriotismo y el latinoamericanismo a tono con las ideas de Bolívar, pues no imagina el Apóstol una patria aislada de sus hermanos de raza y de cultura en un continente que la geografía y la historia unieron de forma indisoluble para el presente y la posteridad.
Cinco días después de suscrito el Manifiesto de Montecristi, el primero de abril de 1895, ya están Martín, Gómez y otros cuatro patriotas cubanos y dominicanos en camino a la Cuba irredenta, donde desembarcarán 10 días más tarde para asumir su compromiso en la Guerra Necesaria, una contienda que elevaría al cenit el espíritu libertario de un pueblo regido por los más nobles ideales.
(*) Uno de los principales estudiosos de Martí en la América hispana, ya fallecido.
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