Nagasaki conmemoró este 9 de agosto el 75 aniversario del ataque atómico estadounidense sobre la ciudad. El alcalde y los cada vez menos sobrevivientes instaron a los líderes mundiales, incluido el jefe de su gobierno, a hacer más por prohibir las armas nucleares.
A las 11:02 de la mañana, el momento en el que el bombardero B-29 Bockscar lanzó una bomba de plutonio de 4,5 toneladas (10.000 libras), los sobrevivientes y otros participantes en el acto se pusieron en pie para guardar un minuto de silencio en memoria de los más de 70.000 muertos.
El ataque del 9 de agosto de 1945 llegó tres días después de que Estados Unidos arrojara su primera bomba atómica en Hiroshima, el primer ataque nuclear del mundo, que mató a 140.000 personas. El 15 de agosto, la rendición de Japón puso fin a la II Guerra Mundial.
En el acto en el Parque de la Paz de Nagasaki, reducido por la pandemia del coronavirus, el alcalde, Tomihisa Taue, leyó una declaración de paz en la que expresó su preocupación porque los estados nucleares se han retirado de los esfuerzos de desarme en los últimos años.
En lugar de eso, afirmó, están actualizando y reduciendo el tamaño de las armas nucleares para facilitar su uso. Taue señaló a Estados Unidos y Rusia por aumentar el riesgo al distanciarse del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio.
“Como resultado, la amenaza de que se utilicen armas nucleares se está volviendo cada vez más real”, dijo Taue. Señalando que el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares entró en vigencia hace 50 años, Taue instó a Washington y Moscú a encontrar una “senda viable” hacia su desarme nuclear en el proceso de revisión del tratado el año que viene.
“El verdadero horror de las armas nucleares aún no ha sido transmitido de forma adecuada al mundo en su conjunto” pese a los esfuerzos de los hibakusha, o sobrevivientes a las bombas atómicas, señaló.
También instó al gobierno y los legisladores en Japón a firmar con premura el Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares, establecido en 2017.
Tras participar en la ceremonia, el primer ministro de Japón. Shinzo Abe, criticó el tratado por ser poco realista. Ninguno de los estados nucleares se ha unido y no tiene un apoyo mayoritario ni siquiera entre estados no nucleares, afirmó.
“El Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares se adoptó sin tener en consideración la realidad del duro entorno de seguridad nacional”, dijo Abe en una conferencia de prensa. “Debo decir que el tratado difiere de la posición y estrategia de Japón” aunque ambos compartan el objetivo de abolir las armas nucleares, afirmó.
Abe ha rechazado varias veces firmar el texto y reiterado que Japón no quiere elegir bando, sino servir como puente entre los estados con armas nucleares y los que no las tienen, para fomentar el diálogo y alcanzar una prohibición. Sobrevivientes y grupos pacifistas dicen que en la práctica, Japón está poniéndose de parte de Estados Unidos y otros estados nucleares.
Aunque Tokio renuncia a poseer, producir o almacenar armas nucleares, como aliado de Estados Unidos acoge a 50.000 tropas estadounidenses y está protegida por las armas nucleares estadounidenses. Los acuerdos de seguridad firmados tras la II Guerra Mundial complican que Japón firme el tratado al tiempo que refuerza sus fuerzas armadas ante amenazas de Corea del Norte y China, entre otras.
Un grupo de sobrevivientes ha expresado una creciente sensación de urgencia por contar sus historias con la esperanza de llegar a las generaciones más jóvenes para que continúen sus esfuerzos por alcanzar un mundo sin armas nucleares.
“A los sobrevivientes no nos queda mucho tiempo”, dijo Shigemi Fukabori, de 89 años. Cuando Nagasaki fue bombardeada, él era un estudiante de 14 años movilizado para trabajar en un astillero.
“Estoy decidido a seguir contando mi historia para que Nagasaki sea el último lugar de la Tierra en sufrir un ataque atómico”, afirmó.
Fukabori, que perdió a cuatro hermanos casi de forma instantánea, dijo que nunca olvidaría las pilas de cuerpos carbonizados, los tranvías destrozados y a los heridos pidiendo ayuda y agua con desesperación mientras él corría de vuelta a su casa tras la catedral de Urakami, que también quedó casi destruida.
“No queremos que nadie más pase por esto”, dijo.
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