Cuando se mira en el espejo cada mañana, el cristal le devuelve la figura de una mujer delgada y sencilla, pero con un rostro firme, como quien sabe lo que busca y no se detiene, pese a su aparente fragilidad.
Y así ha sido siempre para Mayda Álvarez Rodríguez, una de las pocas mujeres cabilleras que hoy tiene el país y la única dentro del Ministerio de la Construcción (Micons) en la provincia de Sancti Spíritus, quien, desde que muy jovencita allá en La Bija, Cabaiguán adentro, aprendió casi todo en la sitiería que tenía su padre, hasta que en 1987 decidió probar suerte en el Micons.
“Comencé hace 32 años en la cabina de un tallercito donde se hacían viguetas como ayudante en el trabajo con el acero, después pasé a trabajar con la punteadora de soldar en el taller grande y terminé como ensambladora de estructuras metálicas”.
Desde las seis de la mañana comienza el ajetreo de esta mujer entre guajira y constructora que, todavía sin salir el sol, va desde Guayos hasta la cabecera municipal para adentrarse en mundo lleno de ruidos, golpes, fundiciones y estructuras prefabricadas que dan forma a elementos vitales para cualquier construcción.
Con la ayuda de un gancho, Mayda une barras de acero una y otra vez hasta formar una gran jaula. Los dedos largos, fuertes y ágiles como las de un instrumentista musical, con uñas largas y pintadas de un rojo fuerte trenzan el acero con una habilidad notable. Increíblemente no hay marcas, no hay callos visibles para la mujer que no para de unir cabillas al tiempo que repasa su existencia.
“Llegué aquí y me quedé porque descubrí que esto es lo que me gusta hacer, no quiero nada con papeles, solo cuando tengo que firmar. Ya en cabina hacía aros, pero no es lo mismo que fajarse con mallas de 4 metros de largo y casi 3 de ancho para fundir los paneles que conforman las viviendas.
“¿Que el acero es fuerte para las manos de una mujer? Sí, pero no es tan difícil, aunque lleve algo de fuerza, el problema es que me gusta y trabajo feliz. Y ya tú ves, me arreglo mis uñas y cuando se trata de soldadura trabajo con guantes, pero amarrar no se puede con las manos cubiertas, y después llego a mi casa y hago de todo”.
Habla con orgullo de tantas cosas que quienes la escuchan sienten una envidia sana cuando hace un alto en su trabajo para contar cuánto quiere a sus compañeros de tantos años como si fuera una sola familia, cómo reparte su tiempo en casa desde que al amanecer planta la cafetera, les echa comida a los puerquitos y siempre deja tiempo para un arreglito frente al espejo antes de coger, en lo que pueda, carretera hasta la Empresa de Prefabricado en Sancti Spíritus.
“Y cuando regreso hago lo mismo. Atiendo la casa, hago la comida, otra vez los corrales, y así hasta las once de la noche que me duermo. Yo soy del campo y no le tengo miedo al trabajo; lo mismo siembro boniato que empalmo tabaco o amarro y armo las mallas”.
Con la misma agilidad con la que trabaja el acero, sigue contando retazos de una vida cosida con pasión por una familia que no deja de hacer visitas intempestivas que duran días, a más de 40 años de un feliz matrimonio solo reemplazable por el amor de sus hijos y nietos.
A sus 60 años, Mayda ni siquiera piensa en la jubilación, estar lejos de la construcción y del hormigonado no está en sus planes. Nunca ha sido condecorada, no tiene distinciones, pero guarda para sí la satisfacción de escuchar a quienes saben de ese oficio repetir hasta el cansancio que es una de las mejores del país en lo que hace.
“Trabajar todo el día de pie frente a un tablero es duro. Pero la vida es eso, estar haciendo constantemente, y yo no puedo estar quieta”, sentencia.
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