Ni los 35 años que lo separan de la última caravana han podido borrar en su mente aquellos desplazamientos que parecían interminables, más que por las prolongadas distancias, por el constante hostigamiento del enemigo para tratar de menguar el suministro a las tropas cubanas; entonces el avance del convoy se volvía en cada jornada una odisea que desataba el arrojo y obligaba a respirar casi a diario los olores de la guerra.
“Pasé la misión en la carretera”, dice Rufino Martínez Rodríguez como queriendo abarcar con seis disparos de palabras 14 meses de vida nómada, siempre a la espera de la explosión de una mina, de la emboscada sorpresiva; como si pudiera atrapar en una frase aquella movilidad que pactaba horarios para la salida al amanecer y la parada por la tarde, pero rara vez definía cuándo sería el momento de llevarse una ración a la boca o marcar un intervalo para recostar el cuerpo al frío blindaje, porque pensar en darse un baño en medio de la caravana era como aspirar a lo imposible.
“Aquella primera salida el 18 de marzo de 1984 con la Venceremos, cuando apenas llevaba seis días en Angola, para mí fue muy tensa, para qué te voy a andar con cuentos; esa caravana duró dos meses y ocho días en la ida y regreso; conocía de aquello solo por los cuentos que me hacían en Cuba; enseguida me percaté de que era una vida en campaña y sobre ruedas. El destacamento que integraba daba aseguramiento combativo y de protección a la caravana, un convoy que se extendía a lo largo de varios kilómetros y mediante el cual se llevaba a todas las zonas los víveres, combustible, materiales de guerra y de la construcción”.
Sentado en su apartamento en el reparto 23 de Diciembre, en la ciudad de Sancti Spíritus, el combatiente internacionalista revive pasajes de su misión como caravanero, entre las más sacrificadas y peligrosas de cuantas desempañaban las tropas cubanas en Angola, luego que iniciara la Operación Carlota el 5 de noviembre de 1975, en respuesta a la solicitud del presidente Aghostinho Neto ante la amenaza invasora de fuerzas enemigas.
Desde El Jíbaro, en La Sierpe, a la edad de 20 años y recién graduado de técnico en la especialidad de Zootecnia, partió Rufino a la misión como soldado del Servicio Militar Activo, después de haber pasado una preparación combativa en Matanzas como tirador de lanzacohetes. Le bastaron pocas horas para conocer que estaban organizadas tres caravanas: la Che Guevara, asentada en Huambo, la Camilo Cienfuegos, basificada en Malanche y la Venceremos, radicada en Viana, cerca de Luanda, la capital.
“Las otras eran, como digo yo, caravanas corticas para dar aseguramiento en las zonas. La que hacía los recorridos grandes era la Venceremos, cubríamos 14 provincias, casi toda Angola”.
Fue tanto su peregrinar que recita de memoria aquellos itinerarios. “A veces la Venceremos salía de Luanda, pasaba por Dondo, bajaba a Huambo, Cuito Bie y llegaba a Menongue, en el sur, un recorrido de 1 265 kilómetros; luego regresábamos a Huambo, veníamos a Kibala, de allí bajábamos por La Canchala al puerto de Lobito, y cargábamos mercancía de nuevo”.
¿Cómo era la vida del caravanero?
Tensión siempre había, después que se pasaba Dondo, que estaba a 180 kilómetros de Luanda y cogías rumbo a Huambo, entrabas en zona de peligro y de muchas minas. Recuerdo que en la primera caravana que hice detonaron como 34 minas antitanques, unas se detectaron, pero otras hicieron efecto en los carros de nosotros.
Almorzar o comer era complejo, a veces eran las diez de la noche y la caravana no se había podido acomodar, como dice uno, para hacer la comida, después pasaban repartiéndola a cada carro.
Era tanta la carretera que me aprendí todas las rutas de Angola, las ciudades, los barriecitos, los puentes… Por aquellos lares había niños a los que les dábamos algo de comer, se acercaban a mirarte y se aprendían el nombre de nosotros; cuando volvíamos en la otra caravana nos llamaban, a mí me decían “Chefe Rufino, Chefe Rufino…”; tenían una memoria tremenda, y volvíamos a darles algo de comida, porque en aquellos kimbos la pobreza era espantosa; una latica de carne o cualquier cosa que les regalaras para ellos era un trofeo, pero me dejaba mucho dolor por dentro.
¿Dormir?, en la caravana no se dormía casi nada y era muy incómodo en los vehículos; además, se hacía guardia todas las noches y había que proteger toda el área que te asignaban porque los choferes sí descansaban; si ese día nos hacían un ataque había que mantenerse toda la noche en posición uno y te puedo asegurar que eso era lo más frecuente, el caravanero vivía en permanente tensión.
¿Cómo sobrellevaba aquella vida en constante riesgo?
En total hice 46 caravanas grandes con la Venceremos, de más de un mes; también participé en otras con duración y recorrido más cortos. Estábamos tres o cuatro días en la unidad, dábamos mantenimiento a la técnica, descansábamos algo, se preparaba la otra salida y en movimiento otra vez.
Ni yo mismo sé como lográbamos adaptarnos; nos contábamos cuentos, hablábamos de Cuba y cuando se podía escuchábamos música en los carros que tenían caseteras; pero la vida del caravanero era muy sacrificada, nos pasábamos días sin bañarnos, si acaso, un lavaíto como decimos acá; el agua era para tomar nada más y con regulación. El anhelo era llegar a una ciudad grande para darnos un baño de verdad.
La mayor tensión de la caravana eran las minas, las carreteras estaban prácticamente destruidas por esas explosiones y dondequiera que hubiera un hueco existía riesgo. Lo mismo te la colocaban en la hierba de la orilla porque sabían que el carro tenía que desviarse, que de gaveta en el mismo hueco para que al esquivarlo detonara. Ese artefacto se volvió el peor enemigo de la caravana, paraban la movilidad. Una vez nos pasamos de Luanda a Huambo 19 días y eran solo 500 kilómetros.
Fíjate que los exploradores, que eran los más sacrificados en esos lugares de peligro por la constante presencia del enemigo y las minas, prácticamente tenían que hacer el recorrido a pie delante de la caravana y donde había un hueco, una mancha en la carretera o cualquier otro indicio sospechoso, tenían que revisar. El enemigo siempre utilizaba la mina como señal para iniciar las emboscadas que constantemente nos tendían.
¿Dónde lo sorprendió el bautizo de fuego?
Entre Cuito Bie y Menongue, en la segunda caravana que hice; nos atacaron al regresar de Menongue, era después del mediodía. Estaba sentado arriba del blindaje, confiado porque no había tenido acción combativa y se forma el tiroteo; me metí rápido para el carro, ahí tiré el primer cohetazo para el monte donde se escondía el enemigo, se le respondió también con granadas y fuego de ametralladora; ese fue mi bautizo de fuego.
Sentí las balas chiflando, es fuerte esa impresión, te puedo decir que miedo no tuve, pero es una sensación rara, es increíble cómo uno se concentra en ese ambiente y responde a lo que toca hacer, disparar y defender la caravana. Nunca la Venceremos la pudieron tomar, nos hicieron daño, perdimos valiosos compañeros, pero el nombre de esa caravana estaba bien puesto.
Participé en 16 acciones combativas, la más dura me tocó en la última caravana que hicimos para Luena; en un terraplén de 75 kilómetros después que pasas Chamuteba; nos pasamos una semana en ese tramo, todos los días nos atacaban.
Ser caravanero en Angola de fácil no tenía nada, se arañaba duro, como decíamos los cubanos allá. Pero puedo asegurar que la Venceremos fue una unidad de prestigio, un símbolo en la Misión Cubana en Angola. En lo personal ser internacionalista me hizo mejor persona, adquirí otra dimensión de la vida y de los problemas del mundo; al año del regreso ingresé como oficial a las Fuerzas Armadas Revolucionarias y permanecí 30 años en servicio.
Me emocioné y lloré con la película Caravana porque me vi retratado ahí; me veía otra vez emboscado en aquel terraplén de Luena, eso fue un homenaje a la proeza de los caravaneros. Aunque han pasado para mí 35 años, lo recuerdo todo con exactitud, me aprendí aquel país de memoria; creo que si me llevan ahora y me montan en un carro hago el recorrido de la Venceremos y le digo al chofer por donde tiene que coger.
Extraordinario testimonio. Conmueve y se pone uno grande al saber que convivimos con héroes anónimos. Un abrazo camarada Rufino.