Escribir de los resultados de la economía en Sancti Spíritus —como del resto de Cuba—, durante el 2019 semeja el desafío de un acróbata sobre una cuerda floja: un escenario marcado con hierro candente por el desabastecimiento crónico y la secuela penosa de las colas para casi todo; los precios aún por las nubes para unos cuantos surtidos; así como la escasez de combustible que lesionó al transporte, las inversiones y las más diversas producciones y servicios, por solo mencionar algunos de los dolores de cabeza que más pesaron en el día a día de los coterráneos.
Aunque siempre he preferido barrer para adentro, ni el más miope de los comentaristas podría omitir en este contexto una causa fundamental: la permanente soga al cuello del bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Estados Unidos, que convirtió a la economía en su primer blanco a destruir.
De manera enfermiza, como ha detallado la dirección del país, la agresión implicó prácticamente más de una medida por semana, sin ningún área decretada libre de la cacería, que buscó en particular hacer añicos el comercio exterior, obstaculizar las transacciones financieras con terceros países, interrumpir los suministros a la industria, limitar el acceso a las tecnologías, a las fuentes de capital y de ingresos, imposibilitar el transporte de combustible, obstaculizar el turismo y los servicios internacionales de salud.
Los efectos de esa política antihumana se hicieron sentir en la economía nacional, con afectaciones en todos los sectores y un crecimiento bien discreto de apenas un 0.5 por ciento, según los cálculos de la Comisión Económica para América Latina de las Naciones Unidas, quien por cierto también confirmó la tendencia a la desaceleración generalizada en toda América Latina y el Caribe.
Líneas determinantes en el modesto desempeño económico nacional ocupan las restricciones agobiantes con la asignación de portadores energéticos, más agudas a partir de septiembre, cuando el país apenas dispuso del 50 por ciento del combustible y, al priorizar la generación de energía, solo se trabajó con el 30 por ciento.
En medio de este agreste paisaje, según los cierres preliminares de la Dirección de economía y planificación en la provincia, los principales desempeños culminaron favorablemente aquí: las ventas netas, el valor agregado bruto, las utilidades antes de impuestos, la productividad del trabajo, la ejecución del presupuesto, las producciones físicas, entre otros.
En el territorio despuntaron con mejores resultados la producción de arroz, miel de abejas, café, tabaco, leche, huevos, carne de cerdo y la pesca, así como la terminación de viviendas, la telefonía fija, móvil y el acceso a Internet; productos y servicios todos aún muy distantes de la demanda.
De acuerdo con la propia fuente, los programas de la agricultura se cumplieron en su mayoría, con las mayores dificultades concentradas en la producción de maíz y tomate; mientras que otras áreas también se quedaron rezagadas: la industria de cemento, la fabricación de áridos y de azúcar, la transportación de pasajeros, las ventas del comercio, por solo mencionar algunas.
Punto y aparte merece el retraso del programa de inversiones, que apenas alcanzó el 80 por ciento de cumplimiento, con demoras significativas en el Hotel Palacio Iznaga, objetos de obra de la industria arrocera y el proyecto para la rehabilitación hidráulica de Trinidad, fundamentalmente.
En cuanto a los fondos exportables, pieza clave en el ajedrez de la economía, quedaron por debajo de lo previsto, con afectaciones significativas en la miel de abeja y el camarón por la disminución de los precios; en el tabaco torcido por el déficit de torcedores y la mala calidad de la capa; en la fabricación de carbón vegetal, debido al déficit de combustible y al deterioro de algunos hornos por las lluvias.
Capítulo aparte en este comentario merecen los precios: independientemente de que se emitió una Resolución de la presidencia del Consejo de la Administración Provincial para toparlos y así se evitó un desmande incontrolado de estos, las insatisfacciones de los espirituanos se manifiestan cada día a voz en cuello sobre los altos costos a pagar lo mismo en las shoppings y los mercados estatales, que en los carretilleros, las paladares, las moto-taxis o la feria de los domingos.
Año rudo este 2019, que al menos dejará algún recuerdo gratificante en la memoria colectiva, como la aplaudida medida de incrementar el salario de manera significativa en el sector presupuestado, que benefició a miles de trabajadores y sus familias; y el inicio de las ventas en divisa de productos electrodomésticos, lo cual no favorece a las mayorías, pero se espera contribuya a inyectar las desvencijadas arcas financieras del país.
A las puertas del 2020 el progreso de la economía cubana continúa pendiente. En el tintero inminente está el complejo ordenamiento monetario que, según se ha dicho oficialmente, se encuentra en fase avanzada de estudio y aprobación. Para nadie resulta secreto que esta decisión removerá, al menos por un tiempo, los cimientos de la cotidianidad con impactos calculados en teoría, pero aún desconocidos en la práctica.
Entonces, no queda otra que ajustarse los cinturones para los desafíos por venir. La laboriosidad, la eficiencia, la creatividad y hasta el atrevimiento constituyen fórmulas infalibles para la tan ansiada prosperidad, que a nadie le va a caer del cielo. La economía familiar siempre resultará el mejor espejo de la economía nacional. Por el momento, seguimos como el malabarista, sobre una cuerda floja.
Esperemos que viene a partir del III trimestre del año 2020 nuevas medidas ya vendrán en camino y aunque no se ha pensado en todo porque no es posible, deberán existir ajustes y modificaciones que serán de dificil comprensión y asumo, no obtante, las espectativas son de favorecer a todos, hay que esperar y lo más importante, tener confianza que todo llega.