Desde el fondo del hoyo apenas se escucha una voz algo apagada por la profundidad y también por el nasobuco, que esta vez no solo protege del polvo, sino de la pandemia que lleva meses castigando al mundo.
A Narciso Romero Martínez le lleva dos días cargar el horno para hacer masilla, algo que, según los entendidos, es un arte porque se hace piedra a piedra, desde el fondo de un cono que se va estrechando en forma de cucurucho. Después de la quema, las rocas blancas se calcinan para ir a los tanques y convertirse en la cal que se fabrica en el tejar San Agustín, ubicado en el municipio cabecera. En eso, según los expertos, Narciso es de las pocas personas que en la provincia es capaz de cargar una estufa con todas las de la ley.
“Es un trabajo duro, y casi siempre llevamos una careta protectora, pero aquí abajo, dentro de este hueco, es como si estuvieras en un túnel y el nasobuco se suda, se ensucia, pero todo es adaptarse y tener varios porque los de tela se lavan, se planchan y pueden volverse a usar”, asegura al hombre que, aun bajo el cansancio y sin salir del cono, accede a responder.
Junto a la lucha contra la pandemia, la producción es el día a día de los trabajadores de la Empresa Provincial de Materiales de la Construcción (Promat), entidad que, según Noel Cardoso, su director, tiene sobre los hombros la responsabilidad de una buena parte del plan de viviendas de la provincia que en el año en curso incluye 435 células básicas habitacionales, cuya terminación dependerá de lo que salga de los talleres espirituanos.
PROMAT NO SE DETIENE
“La vida continúa en esta entidad con las mismas disposiciones que ha impuesto el país para la protección de los trabajadores, sobre todo los que están directo a la producción. En el sector se dictaron medidas que incluyen la garantía en los 46 talleres y dependencias de los medios higiénico-sanitarios para la prevención de la pandemia y proceder al tratamiento de desinfección al concluir cada jornada, sin olvidar esas disposiciones en el momento de enviar los recursos, principalmente el lavado de manos con hipoclorito”, precisó Cardoso.
En su condición de jefa de Seguridad y Protección de la empresa, la labor de Esther Ramírez se duplica porque nunca olvida que lleva el sindicato en la sangre, por eso está pendiente de que cada uno tenga un nasobuco, quién entra y quién sale, y del estado séptico de las manos de su gente.
“Es importante que todos mantengan la distancia y hemos establecido que no haya más de tres personas en una oficina, hacer sólo las reuniones imprescindibles y con el debido distanciamiento y, para todo el que necesite hacerlo, se implementó el teletrabajo porque tenemos madres con niños en casa y personas mayores de 60 años, además de que existen labores que no necesariamente obligan al personal a estar en su puesto todos los días, ya que algunos incluso tienen que viajar”, explicó Esther.
MÁS ALLÁ DEL POLVO Y EL CEMENTO
El pequeño colectivo de la minindustria Camilo Cienfuegos sabe que el coronavirus ronda y siempre se aprovecha del descuido, pero siguen en lo mismo de siempre: jornadas que comienzan a las cinco de la mañana y paran a las 12 del día cuando se abre el horario pico, sobre todo los “mosaiqueros”, que llevan la vida entre la humedad y el cemento.
“En realidad no es nada extraño para ellos que tienen que trabajar forrados porque el polvo se los come, por eso usan el protector bucal como medio de trabajo. No obstante, ahora se extreman las precauciones y estamos pendiente del cloro para las manos y la desinfección al llegar a la casa”, explica José Ramón Medina, al frente del taller.
El polvo del cemento y el ruido del mezclador no cesan en la minindustria Camilo Cienfuegos, ni en el tejar San Agustín, donde unos tres hombres inician el “desentongue” de un horno de cerámica, cargado de tubos y conexiones, rasillas y ladrillos; tampoco hay parada en el taller Tarea Confianza, perteneciente a Promat, donde se fabrican diariamente 130 tabletas y 18 viguetas que son los elementos de techo de una célula básica habitacional.
Hasta hoy por esos lugares nadie ha pensado en renunciar al plan del año, que crece en relación con el 2019, pero a fuerza de prevención y extremos cuidados tampoco están dispuestos a ceder y rendirse ante una epidemia que todavía amenaza.
Muy mal, no deberían seguir trabajando.