Entonces redactaba materiales y pulía los enviados al medio por corresponsales y colaboradores. Puntear en largas tiras de papel su discurso en la plaza aquel 26 de Julio de 1986 fue un orgullo sin par; escucharlo, fuente de inspiración que dura hasta hoy.
No imaginaba su regreso menos de tres años después, cuando ya con tres hijas adaptaba a las dos más pequeñas al círculo infantil y procuraba entender la prematura muerte de mi madre. Las grandes páginas del diario me devuelven hoy al Fidel de entonces acaparando titulares y espacios, con los detalles de la amplia cobertura que prodigaron al hecho mis colegas. Elogios al Programa del Médico y la Enfermera de la Familia, intercambios cálidos y profundos, recorridos por obras en construcción, alertas, vaticinios.
“Dentro de poco la provincia se va a convertir, en el terreno industrial y agrícola, en una especie de joya para el país”, proclamaría en la plaza Mayor General Serafín Sánchez en la memorable tarde del 6 de mayo de 1989. Y, luego de pisar suelo de Ciego de Ávila, retornaría para ponderar las bondades de las aguas termales de San José del Lago, en Mayajigua. Según recoge el papel amarillento, aquel día mostró preocupación por que el equipo de prensa recibiera, igual que él, la merienda, pues había andado el mismo tiempo y compartido el agotamiento que provocó el periplo.
Siete años más tarde, cuando tras la entusiasta emulación que levantó un mar de pueblo el territorio no tuvo un 26 de Julio, pero sí un 28 de Septiembre, el penúltimo día del mes me ofrecería la dicha de estar junto al equipo de reporteros que lo siguió hasta la Empresa de Cultivos Varios Banao. Parado junto al jeep en que viajaba sostenía un diálogo casual con Rafael Daniel, de quien procuró pormenores sobre el proceso de edición de las imágenes del encuentro. Al escucharle decir que debía viajar a Santa Clara, manifestó su interés por crear aquí un estudio que permitiera agilizar dicho proceso. “¿Cuánto, más o menos, costaría eso?”, preguntó dirigiéndose a Pedro Sáez, entonces al frente de la dirección del Partido en la provincia.
Alcancé a ver sus labios mientras hablaba por lo bajo, su blanca piel de muchas pecas, su expresión de estadista preocupado por el más mínimo detalle. Quise abrazarlo y estuve a punto de lanzarme sobre él, pero dudé un instante, paralizada por su magnetismo. Luego vendría el trayecto hasta Yaguajay, en pos de una visita suya a Batey Colorado que no llegó a tener lugar. Y el retorno, cuando hubo cruzado los límites con Villa Clara.
La suerte me volvió a sonreír en noviembre del año 2000. Como parte de la delegación espirituana al II Festival Nacional de la Prensa Escrita, asistí, en el Palacio de Convenciones, al regocijo del colectivo de Escambray por resultar la Mejor Publicación Integral en aquella primera edición competitiva del certamen. De nuevo Fidel a solo metros, esta vez entregando diplomas a compañeros míos e hilvanando ideas que trascenderían la historia del periodismo en Cuba: “Están adquiriendo una audiencia mundial, haciendo un excelente uso de lo que tienen. Eso es cambiar millones de dólares en papel por centavos en Internet”, apuntaba. A seguidas, una ráfaga de ideas que jamás he podido olvidar: “El periódico es la artillería gruesa (…). El periódico es la constancia gráfica. El periódico guía. Puede hacer mucho más que guiar, ustedes lo están demostrando”. Y más adelante, tras comentar la conveniencia de la publicación de suplementos: “La voz se la lleva el viento, la imagen se la lleva el viento. El periódico es la constancia, es el archivo donde tiene que estar la noticia. Es lo que queda”.
Frustrada la foto nuestra junto al Gigante que se había sentido parte del ejército de la prensa —pactada por medio de señas y papelitos con Tubal Páez, entonces presidente de la UPEC— él se marchó, no sin antes lamentar que se perdería el final del encuentro. Y allí quedó mi penúltimo intento de darle el beso que siempre añoré. El próximo lo reservo para mañana o después, porque mientras la sangre circule por las venas de Fidel seguirá sorprendiéndonos.
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