Ajeno a todo afán de lucro y ventaja personal, Serafín Sánchez Valdivia, nacido el 2 de julio de 1846 en la calle San Rafael, hoy Céspedes, en Sancti Spíritus, transitó con su prestigio incólume entre sus compañeros de armas, pese a haberle tocado vivir como oficial y jefe en el Ejército Libertador cubano complejas coyunturas que, como la deposición de Céspedes y el Pacto del Zanjón, empañaron la hoja de servicios de ciertos exponentes militares en aquella irregular fuerza insurrecta.
Hitos en la vida del joven mambí espirituano fueron su incorporación a la guerra libertaria con solo 23 años, el 6 de febrero de 1869, en la finca Los Hondones, al frente de decenas de hombres; su participación en enconados combates contra las tropas colonialistas que le fueron sumando laureles a su carrera y grados a sus hombreras, algunos de los cuales les fueron impuestos por guerreros de la talla del Mayor Ignacio Agramonte y el Generalísimo Máximo Gómez.
Serafín, como Maceo, como Gómez, combatió en la Guerra de los Diez Años hasta el límite de las posibilidades humanas en un hombre de portentosa salud y resistencia física, puestas de manifiesto en incontables lances bélicos, incluidas grandes batallas que, como la de Las Guásimas en 1874, demostró las potencialidades de aquel ejército insurgente, sin enfermarse casi, incluso bajo eventos tan críticos como el episodio del cólera en la finca Los Guanales, donde murieron todos los enfermos que él y un puñado de valientes se quedaron para asistir de forma voluntaria.
Ser la última persona en medio de un fiero combate en ver vivo al inigualable Ignacio Agramonte, de quien ganó plena estimación y confianza; haber participado junto al excepcional dominicano en la primera invasión a Las Villas, en 1875, y permanecer al margen de las manifestaciones de regionalismo y racismo que hicieron partir de regreso al este a las huestes de Gómez —que tantos lauros merecieron en aquella breve campaña— son otros hitos meritorios de quien tiempo más tarde mantuvo su honor frente al acto execrable del Zanjón.
¿Y qué decir de la hazaña concretada en la Guerra Chiquita cuando, al frente de su pequeño ejército loco —como dijo de Sandino y sus hombres el periodista e historiador argentino Gregorio Selser—, Serafín Sánchez escribió nuevas páginas de maestría bélica y de gloria? Ese fue el hombre que marchó al exilio a esperar tiempos mejores bajo otros cielos, y estableció lazos familiares con Máximo Gómez en su entorno natural de Baní, República Dominicana, y de amistad profunda con José Martí, el alma del nuevo empeño libertario, en la ya trepidante Nueva York de finales del siglo XIX.
Será el hombre de confianza del Apóstol en los momentos culminantes de los preparativos de la Guerra Necesaria, vínculo imprescindible con los tabaqueros de Tampa y Cayo Hueso, seguidor profundo de aquel ser sin parangón en la historia de Cuba hasta esos días inigualables; el hombre que, muerto Martí, detuvo un día su bregar combativo por el oriente de Cuba en la comarca de Dos Ríos para rendir tributo de respeto y admiración en el túmulo improvisado al excelso literato devenido combatiente que se hizo mártir con los grados de Mayor General.
Serafín, con justicia, ascendió en su cargo de Inspector General del Ejército Libertador a la tercera posición en jerarquía militar entre sus huestes, y fue la persona escogida por el General en Jefe para preparar una expedición que iría a Puerto Rico a ayudar en su liberación, de acuerdo con las ideas martianas, empresa que solo la muerte intempestiva del adalid espirituano pudo frustrar.
Con tal hoja de servicios, expuesta aquí concisamente, no resulta extraño que sus compañeros de armas hayan expresado sobre Serafín opiniones que reconocen su valía y lo enaltecen. He aquí algunas de ellas:
“Uno de los hombres de más dignidad y entereza que conozco, más sano y generoso y de utilidad verdadera para Cuba, es nuestro general Serafín Sánchez”. (Martí, José. Ob. Completas, tomo II, p. 403)
“Me he bebido su carta. Vale la pena vivir, cuando se vive entre hombres, cuando en el rincón del cariño, se ha dado asiento a hombres como Ud… toda su carta me regocija, y todo es justo en ella…” (Martí, José. Ob. Cit. T. II, p. 428).
“Salimos en marcha a las 6 a.m. y acampamos en Pozo Azul, sale a practicar un reconocimiento el general Serafín Sánchez. Me parece que este jefe es, después de Gómez y Maceo, el mejor general que tenemos en la guerra hoy” (Boza, Bernabé. Mi diario de la guerra, p. 35).
“Al frente de la caballería que acometió la segunda línea de los españoles iba el General Serafín Sánchez que, con su heroico contingente, infundió a la tropa todo el ánimo que necesitaba para cruzar la llanura de Calimete bajo una granizada de proyectiles” (Miró Argenter, Crónicas de la Guerra, T-III).
“Serafín Sánchez era un hombre bueno, patriota sincero y sin desmayos. Murió como había vivido: por la libertad y para la libertad. Si hay otra vida, su espíritu sonreirá al ver a Cuba libre e independiente, que fue su sueño y su aspiración” (Enrique Collazo).
“En este momento en que escribo mis rudezas en este Álbum, recuerdo —como en todos los actos— al hombre sin tacha, al patriota ejemplar, al militar pundonoroso y honrado, a mi leal amigo, a nuestro malogrado Mayor General Serafín Sánchez (…) ¡Loor eterno a los hombres como Serafín Sánchez!” (General colombiano José Rogelio Castillo).
Me llamo Alvaro Socarrás Sánchez. Me pongo en contacto con ustedes porque el mayor general Serafín Sánchez Valdivia era uno de mis antepasados por parte de la madre. Estoy tratando de reunir más información sobre el mismo; espero que puedan orientarme al respecto (departamento o personal indicado que pueda asistirme.)
Se los agradezco por anticipado!