Su vínculo con el oficio al que hoy se dedica comenzó cuando, luego de desempeñarse como operador de una planta de hielo en la actividad pesquera, entró de chofer a la Dirección Municipal de Servicios Comunales de Sancti Spíritus. Un año más tarde se desocupaba otra plaza de chofer, pero de carro fúnebre, y él se aventuró a ocuparla, puesto que se ganaba “un poquito mejor”.
No pensó nunca en estabilizarse allí, por su naturaleza sensible. “Poco a poco fui tomando conciencia de lo que estaba haciendo y aquí llevo ya 20 años”, declara en un pequeño local de la funeraria espirituana Osmani Fábregas Bernal, cuya historia en esas lides comenzó a escribirse en 1998. Luego de compartir con él casi una mañana, en la que tras iniciar el diálogo debimos interrumpirlo para que asistiera un entierro, siento que lo mejor es cederle la palabra, para que el relato llegue de sus propios labios.
UN TRABAJO COMO OTRO CUALQUIERA
“Este es un trabajo normal, como otro cualquiera, algo más difícil, cierto, porque las personas con que usted se vincula vienen con el dolor del familiar fallecido; entonces, hay que ser cuidadoso. Tengo una niña de 16 años que aún no lo admite: le tiene miedo al carro y me habla siempre de que me busque otro trabajo. También tengo otra de 27 y dos nietos varones.
“El tiempo que llevo aquí me he sentido bien. El mismo día que comencé hubo un accidente en las cercanías de Tunas de Zaza. Había una joven muy herida que falleció al momento; me tocó trasladarla a la morgue. Al llegar allá le expliqué al preparador que me acompañaba mi falta de experiencia, le pedí que le cubriera el rostro, para no enfrentarme a aquella imagen. Aun así, nunca se me ha olvidado ni podré olvidar aquella situación.
“Los momentos más difíciles aquí son cuando se presenta el fallecimiento de un niño. Cuando nos avisan del Hospital Pediátrico nos turnamos, para que no le toquen siempre a uno todas las emociones. Yo no quisiera nunca tener que ir al ‘Hospitalito’ por esa razón. Recuerdo perfectamente la primera vez en un trance así.
“Sí, las familias agradecen, a veces con atenciones. Hay que tener mucha sensibilidad para con ellos. Sucede, sobre todo, cuando hago traslados hacia otras provincias. Uno se entera de las historias, porque en el camino la familia suele relatar, entablar conversación. Yo converso con ellos, pero si no me dicen nada no hablo.
“Llevamos los casos hasta el lugar donde será el velorio. Duermo en las funerarias, si es preciso, y aquí, en el albergue, que queda en el piso superior. Nunca las emociones me han desestabilizado, porque ante todo está el control del timón. Tengo 30 y pico de años de chofer y jamás he tenido un accidente. Gracias a Dios, tampoco nunca se me ha roto el carro en medio de un traslado, aunque puede pasar.
“El carro que manejo ahora es nuevo, entró hace solo dos años y nos lo alternamos otro chofer y yo. Apoyamos a los restantes municipios si tuvieran dificultades. Alguna vez enfrenté riesgo de contagio, en esas situaciones el fallecido va directo del hospital al cementerio y al regreso —cuando tuve que hacerlo era ya de madrugada— hay que volver al hospital para que fumiguen el carro, y a tomar un medicamento. Nunca he soñado con ningún caso.
“Mi mujer es muy especial, siempre entiende, aunque yo trabajo 24 horas y descanso 48 o 72, según las circunstancias. Pienso que quienes le temen al carro fúnebre es por ignorancia: es tan normal morirse como nacer, más difícil es nacer que morirse. Lo parqueo frente a mi casa, pero solo cuando regreso de madrugada de algún viaje largo, o cuando salgo a esas horas.
“Voy a estar en esto, si Dios quiere, hasta que me retire. Soy el que más tiempo lleva aquí en estas funciones. Afrontamos algunos problemas para el arreglo de los vehículos, porque son viejos y tienen un alto grado de deterioro. Pero es que nosotros tenemos que meternos hasta donde está el fallecido, sea la situación que sea. A veces nos auxiliamos de la camilla, si se trata de un camino estrecho o muy difícil.
“Yo soy un hombre feliz, aunque no de muchas fiestas. Tampoco soy muy tomador. Me gusta oír música mexicana, estar en mi casa y ver películas de deportes. Me encanta la pelota. Mi pelotero preferido es Frederich Cepeda, pero cuando va a batear con Industriales, la verdad, quisiera verlo poncharse (ríe).
“Uno aprende a querer lo que hace. Yo amo mi trabajo y trato de desempeñarlo lo mejor que puedo, procuro quedar bien con la gente, darles un trato respetuoso, el que merecen. Nunca, en los años que llevo aquí, he tenido un problema con nadie. Y le voy a decir sinceramente, si yo me muero y vuelvo a nacer, vuelvo a ser funerario”.
Hete aquí un ave fénix que resurge de entre los muertos o mejor, con la tan en boga incineración, entonces sí renacerá de sus cenizas. Eso sí, el que cruza el lago Estigia y Anacreonte como timonel, no retorna de la necrópolis,!ni aunque fuere funerario!