24 DE ABRIL. Segura, segurísima de que ya estaba libre de la COVID-19, estuvo la doctora Yoslaine Cabrera Albelo cuando bajó de la ambulancia que la trasladó desde Santa Clara y se vio al borde del edificio donde reside en La Sierpe.
Todo el barrio conocía que la última PCR le había dado negativa al coronavirus, y con aplausos la esperó asomado a los balcones. A guitarrazo limpio le cantó Resistiré, himno español que pulveriza el pesimismo y que hoy anda de boca en boca.
Eran las nueve menos cuarto de la noche de ese viernes, asegura Cabrera Albelo, quien con una exactitud asombrosa recuerda su historia de paciente con SARS-CoV-2, luego de ser contagiada en el Hospital Pediátrico Provincial José Martí Pérez, de Sancti Spíritus. A la postre, esta joven sería la única infectada entre los 28 profesionales, técnicos y personal paramédico que atendieron al adolescente ingresado el 5 de abril en la institución sanitaria.
8 DE ABRIL. Temprano llegó de La Sierpe la especialista de primer grado en Pediatría a la Sala de Respiratorio. Desde el 2012 emprende estos viajes de ida y vuelta, lo mismo en botella que en el salvador Yaguasín, en un acto que merece enaltecerse.
Esa mañana la doctora leyó minuciosamente la historia clínica del paciente, residente en el municipio de Taguasco: tenía 18 años, padecía de una neumonía de base derecha y su test rápido había dado negativo a la COVID-19.
Al pasarle visita, Yoslaine vestía los atuendos de rigor; igual sucedió al asistirlo, debido a un edema de miembros inferiores, esa propia noche, cuando le determinó además una crisis de hipertensión arterial, padecimiento no referido antes por los familiares.
—Doctora, pudiera pensarse que usted no se cuidó al atenderlo.
—Yo estoy clara de que me cuidé. Llevaba nasobuco, bata, sobrebata, guantes, gorro.
La interconsulta con Cardiología no arrojó novedades, en tanto la nefróloga, exámenes de urgencia mediante, le diagnosticó una nefritis al paciente, cuya PCR revelaría después la positividad al coronavirus, noticia que no solo perturbaría al joven y familiares.
9 DE ABRIL. En la tarde, Yoslaine recibió la mala nueva por teléfono; la tensión se había extendido ya por el Pediátrico. La joven sierpense primero pensó en su hijo Edgar, de dos años. De inmediato se colocó el nasobuco de forma permanente, puso sobre aviso a su mamá Norma y llamó a su esposo Yeinier, que andaba en los trajines de la cochiquera.
Al día siguiente le realizaron un test rápido como al resto del personal sanitario que asistió al muchacho taguasquense. En todos los casos dio negativo; cierto alivio le sobrevino. En la noche, una guagua la trasladó al Centro Mixto Néstor Leonelo Carbonell para el aislamiento necesario; bajo tal condición, la mayor parte de sus colegas iría a la Escuela Vladislav Volkov y otros al Hospital Provincial de Rehabilitación Doctor Faustino Pérez Hernández; a todos se les practicó la PCR.
“Fueron días eternos, de preocupación —advierte—. El martes 14 les informaron a mis compañeros que habían sido negativos y regresaron a sus casas. Veía que las horas pasaban; llamé a mi director, al subdirector… nadie sabía de mi prueba”.
15 DE ABRIL. Por el ojo clínico que desarrolla todo buen médico, más todavía un pediatra, Yoslaine dedujo el resultado adverso de su PCR cuando tuvo delante al doctor Samuel Rodríguez Zúñiga, en ese momento de guardia médica en el centro de aislamiento. De recibir la noticia a montarse en la ambulancia rumbo al Hospital Provincial de Rehabilitación no tardó casi nada. A las nueve de la noche era paciente de la institución asistencial.
“El servicio de Rehabilitación me impresionó. En las pocas horas que estuve allí, el médico si no fue 40 veces, vaya… ‘¿Qué te hace falta?, me preguntaba. Allí recibí la primera dosis del tratamiento”.
16 DE ABRIL. Después de caminar kilómetros y más kilómetros por pasillos —relata la joven pediatra—, a las nueve de la mañana, tuvo frente así el rótulo de “Sala 4”, que le recordaba su estado de paciente, ahora del Hospital Militar Manuel Fajardo, de Santa Clara. Desde su cama 17, veía al médico en su buró y el teléfono blanco. Los cristales dividían los cinco cubículos, donde permanecían 22 ingresados entre sintomáticos y asintomáticos.
No tenía y nunca tuvo tos, fiebre, dolor de garganta. “En Medicina dos más dos no es cuatro”, señala Yoslaine, quien no presentó nada, nada hasta que sobrevinieron las reacciones adversas por los medicamentos (Oseltamivir, Kaletra, Interferón alfa 2b y Cloroquina): diarreas, náuseas, vómitos, fatiga… y para colmo el agua que sabía a rayos.
“Cuando llegué, de buena suerte, en el cubículo estaba ingresada Esther Leidi, la radióloga del Hospital Camilo Cienfuegos. Éramos médicos, de la misma provincia; ese apoyo hace mucha falta. La tensión era mayor porque no veía las santas horas de que llegaran los resultados de la PCR de mi familia, en aislamiento. Si mi niño daba positivo, ¿dónde lo tratarían?, ¿quién lo cuidaría?”.
Como tabla de salvación, se aferró a una idea: al regresar de la guardia en el Pediátrico, no tuvo mucho contacto ni con el hijo ni con el esposo; había colocado toda su ropa en una jaba plástica y se bañó enseguida. “Trata de mantener siempre un pedazo de cielo azul encima de la cabeza”, le hubiera recomendado Marcel Proust.
19 DE ABRIL. A las cuatro de la tarde recibió la llamada; ni un minuto antes, ni uno después. Yoslaine lo anotó todo en el móvil. Quiso saltar, correr; ningún familiar dio positivo a la COVID-19. “Ese día logré comer por la noche. El factor psicológico ayuda mucho en esto”, admite.
Si algo no le faltó fue el aliento venido desde las incontables llamadas de familiares, amigos, colegas, incluidos colaboradores espirituanos en el exterior; llegado, también, desde los mensajes en Facebook: “Tú eres una guerrera”. Ahora era ella quien aguardaba por el resultado de la segunda PCR.
24 DE ABRIL. Cada vez que sonaba el teléfono de la sala, Yoslaine permanecía expectante; igual que el doctor Juan Matienzo González. “Él nos atendió con esmero”. De ser negativos los resultados, serían sus primeras altas en la desgastante pelea contra la pandemia; él también había dejado atrás a su familia, sabedora del riesgo al que este se exponía.
Otra llamada. Cuando el doctor colgó el auricular, la pediatra sierpense se trepó encima de la cama y empezó a aplaudir. Todos habían dado negativo, menos un interno vertical, infectado en la Terapia Intermedia del “Camilo Cienfuegos”. “Lo lamentamos muchísimo”, comenta.
La doctora Yoslaine Cabrera Albelo recuerda que ella y su colega Esther Leidi estaban renuentes a montar en el elevador del hospital que las llevaría al primer piso, por temor a contagiarse de nuevo. Es el miedo que queda prendido en el alma.
—Vamos a bajar por las escaleras, le aseguraron al enfermero.
—No. Van a hacerlo por aquí y bajo con ustedes, les replicó sin aspereza.
Hoy la pediatra no ha podido desprenderse todavía del olor a cloro del elevador, que, al abrir su puerta, la puso en un pasillo corto; de ahí, directo a la ambulancia que la devolvería a casa, que la sacaría, por fin, de aquella pesadilla, pesadilla de la que se salvó porque considera, como otros, que la esperanza es la propia vida defendiéndose.
Dra Yolaine no se olvide de darle gracias a Dios