José Antonio Bravo Dapresa ha vivido por estos días momentos de zozobra; sin rubores confiesa su angustia cuando en el auto que conduce como uno de los choferes de la agencia Taxis Cuba, en Trinidad, han sido otros los pasajeros: médicos y enfermeros que enfrentan la COVID-19, muestras de sangre de personas sospechosas y contactos; tal vez hasta el mismísimo nuevo coronavirus.
“Cuando se conocieron los primeros casos confirmados precisamente en Trinidad —cuenta José Antonio—, desde la agencia nos indicaron que debíamos ir para la casa y cumplir todas las medidas de protección; siempre pensé que podía ayudar más, después la indicación fue apoyar al sistema de Salud con la transportación; volví a sentirme útil”.
Pero no imaginó este chofer de Taxis Cuba que le esperaban momentos de tensión extrema; el Hospital Provincial de Rehabilitación Doctor Faustino Pérez, en la cabecera provincial, convertido en centro de aislamiento para pacientes sospechosos, resultó el primer objetivo y, con el susto también de pasajero, formó parte de la avanzada que desafió la COVID-19 desde los primeros momentos.
“Debía trasladar a los médicos después que realizaban la guardia en ese centro, yo sabía que habían estado en contacto directo con personas enfermas; desinfectaba el carro cinco o seis veces al día, casi me da algo en los pulmones; llegó un momento en que pensé: Creo que estoy enfermo, pero era el cloro el que me tenía así”.
Por espacio de dos semanas José Antonio venció los fantasmas del miedo; comprendió cuál era su rol en esta batalla donde no hay soldados ni oficiales, solo hombres y mujeres salvando sonrisas: “Lo mismo garantizamos la logística con el suministro de material médico y de oficina, historias clínicas o alimentos, que apoyamos el traslado del personal de la Salud; siempre dispuestos a cooperar en lo que hiciera falta”.
La segunda experiencia no fue menos “estresante”, revela este chofer de 34 años que conozco desde niño y tanto me sorprende por lo que ha crecido en estatura y sentimientos; entonces repasa una y otra vez el trayecto desde Trinidad, desde el centro de aislamiento habilitado en una de las villas de playa La Boca hasta Sancti Spíritus y la peligrosa carga que debió transportar: las muestras de sangre para exámenes PCR.
“Extremé todas las medidas de protección y también de seguridad vial; estaba consciente de que si ocurría un accidente ponía en riesgo mi seguridad, la de la otra persona que siempre me acompañó y hasta de cualquiera que se acercara a socorrer; por suerte nunca ocurrió ningún incidente y pude cumplir también esa tarea”.
Este trinitario prefiere hablar en nombre de todos sus compañeros de la Agencia Taxis Cuba —más de 70 conductores— que antes del 11 de marzo ofrecían servicios de transportación a visitantes nacionales y foráneos: “Todos los choferes se sienten orgullosos, somos trabajadores del Turismo y nos distingue la profesionalidad, pero es la primera vez que vivimos una experiencia como esta, porque hay un nivel de riesgo muy alto y enfrentamos a un enemigo que es invisible”.
Lo sabe también su madre —Mirelis—, a quien se le oprime el pecho cada vez que José Antonio va al volante; y no son infundados sus temores, su único hijo padece de diabetes mellitus, además de sobrevivir al síndrome de Guillain–Barré hace algunos años; mas ella confía en la generosidad y madurez de su muchacho; ella confía y lo espera después de cada viaje.
“Ahora mismo estoy en otro centro de aislamiento donde permanecen los médicos para cumplir los 15 días de aislamiento después de atender a los pacientes; allí debo trasladar a la enfermera que les inyecta el interferón en días alternos y estar cerca por si hace falta; se siente menos la presión, pero mantengo mi disposición de apoyar donde sea necesario.
“No soy yo solo, todos mis compañeros de la agencia están metidos en esta historia y estamos ahí batallando, protegiéndonos día a día pero orgullosos de ayudar a la humanidad, a nuestra patria. Nosotros jugamos un papel importante, pero muchos otros también, quienes limpian las salas, lavan la ropa de los enfermos, es un trabajo colectivo; me siento parte de eso y contento con lo que hago”.
Hay mucha convicción en lo que dice; lo percibo incluso desde sus ojos que conservan un tanto de picardía mientras descubre otras vivencias que lo condujeron en otro viaje de humanismo al oriente de la isla, a Baracoa, la ciudad primada de Cuba, arrasada entonces por el huracán Matthew en el año 2016.
No hay asomo de inmodestia en este chofer trinitario; ni tampoco nada de imprudencia; él reconoce el riesgo en lo que hace, sobre todo porque nunca expondría a Andresito y Ana Lía, sus dos ángeles. Disciplina y sentido común le acompañan en sus viajes de bondad.
¿Los cinco sentidos en el timón?
“Los cinco sentidos en el timón y el sexto observando todo lo que tocan los pasajeros cuando se sientan en el auto; no se puede bajar la guardia”.
José Antonio Bravo Dapresa toma un respiro en su casa aquí en Trinidad mientras alista nuevamente el equipaje; en estos días de sobresalto, en su taxi viaja la esperanza acompañada de cientos de vidas arrancadas a la COVID-19.
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