Cuando el 2 de agosto de 1990 los medios nacionales dieron la noticia del fallecimiento de Juan Fajardo Vega, el último mambí, la inmensa mayoría de sus compatriotas no sabía de quién se trataba, pero la solemne ceremonia de estado, efectuada en El Cacahual, un sitio de elevada significación para los cubanos, dio la medida de la figura de aquel hombre que tuvo entre sus muchos méritos el de haber sido el último cubano vivo que vio al General Antonio Maceo antes de su caída heroica.
Cuba decidió rendirle a Juan Fajardo Vega los máximos honores al elegir para su postrer descanso el Mausoleo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias en El Cacahual, sitio donde descansan los venerados restos del Titán de Bronce y los de su ayudante, el capitán Panchito Gómez Toro, caídos el 7 de diciembre de 1896 en lucha frontal contra tropas colonialistas españolas en Punta Brava, en la actual provincia de Artemisa.
Por si fuera poco, en esa especie de Olimpo cubano por su significado y prístina claridad, duerme su sueño eterno Blas Roca Calderío, líder comunista criollo de larga ejecutoria, fallecido en abril de 1987, y se efectuó allí el 7 de diciembre de 1989 la ceremonia central nacional de homenaje a los mártires internacionalistas, presidida por el líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro y el entonces Presidente de Angola, José Eduardo Dos Santos.
Pero, además de haber tenido la fortuna de su larga vida de casi 108 años y ser el último representante de una fuerza armada, ¿quién fue en realidad Juan Fajardo Vega? Los apuntes biográficos expresan que nació el 15 de agosto de 1881 en el seno de una familia campesina pobre, en Guayabal, cerca de Contramaestre, donde se dedicó a ayudar a su padre en las labores agrícolas para el sostenimiento de la numerosa prole.
El 10 de julio de 1897 con solo 16 años de edad, Fajardo se une a la escolta del entonces general de brigada Saturnino Lora, quien con su tropa operaba entre Jiguaní y Bayamo, y poco después se traslada para el Regimiento de Infantería Baire, de la Primera Brigada de la Segunda División que comandaba el propio Lora.
A Juan lo siguen poco a poco a la manigua sus otros seis hermanos, y uno entre ellos, Francisco, formó parte de las tropas de invasión que acompañaron a Maceo en su avance hacia occidente. Entretanto, de combate en combate, Fajardo recorrió más de media Cuba en tenaces enfrentamientos contra un enemigo las más de las veces superior en número y mucho mejor armado y amunicionado, sin cejar en la lucha.
Entre 1898, cuando sobreviene la rendición española, y 1899, cuando comienza el tira y afloja en torno al licenciamiento del Ejército Libertador forzado por las autoridades estadounidenses de ocupación, se acuerda el pago de una merecida pensión de guerra, pero el joven de 19 años se niega a cobrarla porque, dijo, él no se había ido a la manigua a luchar por Cuba para luego vivir de ella.
Ya en la República mediatizada, surgida a partir del 20 de mayo de 1902, Fajardo participa en la llamada Guerrita de los Negros de 1912, y en 1917 en el levantamiento contra los intentos del conservador Mario García Menocal de perpetuarse en el poder. Posteriormente vuelve a las tareas agrícolas y a alguna que otra ocupación para ganar el sustento. En los años siguientes, más de una vez rechazó públicamente este mambí los intentos de poner su figura al servicio de conocidos politiqueros de la época, algo a lo que reaccionó de forma inequívoca.
Cuando el Comandante Juan Almeida Bosque funda el III Frente Mario Muñoz Monroy del Ejército Rebelde, en la zona montañosa próxima a Santiago de Cuba, el patriota que siempre hubo en Juan Fajardo contribuye en la armería de su tocayo en la reparación de fusiles, carabinas, revólveres y escopetas de aquella tropa insurrecta.
Posterior al triunfo del primero de enero de 1959, este hombre desinteresado se incorpora de forma decidida a las múltiples tareas de la Revolución, pese a sus 76 años, méritos que no pasaron inadvertidos para quienes tuvieron el privilegio de conocerlo y tratarlo, encontrándolo siempre sencillo y decidido en sus ideales, que no cambiaron un ápice desde aquel ya lejano julio de 1897 cuando se fue a la guerra, siendo aún un jovenzuelo imberbe.
Si bien expresábamos al principio que la inmensa mayoría de sus compatriotas no sabía de quien se trataba, el soldado Juan Fajardo Vega recibió numerosas condecoraciones en reconocimiento a su larga y destacada trayectoria, entre ellas la medalla por Servicios Distinguidos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en ocasión de su 107 cumpleaños. Por todos sus merecimientos el General de Ejército Raúl Castro calificó en una ocasión a nuestro último mambí como “símbolo de la valentía y el decoro de los cubanos”.
Quiso el destino que este hombre ejemplar en sus convicciones y en su modestia viera prolongarse su vida más allá que la de varios miles de sus compañeros de epopeya, hasta el punto de superar ampliamente el siglo para convertirse en el último sobreviviente de aquellas huestes aguerridas y símbolo meritorio para sus conciudadanos, que hoy lo recuerdan con devoción a tres décadas de su inclusión en el altar sublime de los héroes.
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