A 30 metros sobre la tierra se despliega ante la vista un mar rojo. De un lado, se ahoga en las aguas turbias del Yayabo; del otro, se hace infinito en cada recodo del barrio de Jesús María y al mirar hacia el parque Serafín Sánchez Valdivia se diluye entre edificios y placas. Es una imagen que embelesa a quienes suben los 86 escalones de la torre campanario de la Iglesia Parroquial Mayor, donde emerge como en ningún otro sitio el paisaje de tejados más hermoso que nos regala la cuarta villa de Cuba.
“Son nuestra gran joya”, sentencia María Antonieta Jiménez Margolles (Ñeñeca), historiadora de la ciudad de Sancti Spíritus.
Precisamente, esos techos antiquísimos desperdigados por el centro de la urbe que hoy conocemos y que ha robado la inspiración muchas veces de Antonio Díaz, el pintor de la ciudad, puntuó para que el 10 de octubre de 1978 se reconociera al centro histórico de Sancti Spíritus como Monumento Nacional.
Así consta en la Resolución 3/1978, amparada en la Ley No. 2 de 1977 de los Monumentos Nacionales y Locales, donde se explica que tal condición se otorga “a todo sitio que merezca ser conservado por su valor histórico, artístico, ambiental y natural o social para una localidad determinada”.
Se dio respaldo entonces a siglos de existencia en desigual lucha contra los fenómenos meteorológicos y la acción indiscriminada de los seres humanos.
“Esa selección se centró en las primeras villas de la isla, a fin de protegerlas”, sostiene Roberto Vitlloch, director de la Oficina del Historiador y Conservador (OHC) de Sancti Spíritus.
Él es otro centinela fiel de todo cuanto ocurre tierra adentro, en esos espacios semicerrados que se entorpecen y dejan al desnudo una fachada del siglo XXI, una ventana neoclásica o una alternativa más moderna. Recuerda con precisión cuando en un primer momento de aquella declaratoria salieron a la calle a semejanza de Indiana Jones para inventariar cada valor que hizo posible el reconocimiento.
“Luego se conformó un expediente del testimonio de lo señalado en ese momento. De esa forma pudimos publicar los valores patrimoniales y, más tarde, avanzamos en las metodologías para que no perdieran su vitalidad, con el apoyo del Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología y el Consejo Nacional de Patrimonio”, rememora.
Mas, todo ese quehacer ha encontrado el último escaño de un trayecto no poco dificultoso, sobre todo al tropezar con incomprensiones que en determinados momentos les han restado importancia o prioridad a las labores de conservación y restauración del patrimonio.
“Formamos parte de la Red de Oficinas del Historiador y Conservador del país. Nuestra misión es laborar en la comunidad y con ella como protagonista, a partir de la inserción de modelos de gestión novedosos que garanticen el desarrollo integral. Un actuar que trasciende los perímetros de lo que hoy conocemos como centro histórico y que, igualmente, son áreas con una impronta y valor como el paseo Jesús Menéndez, la Avenida de los Mártires y el paseo Camilo Cienfuegos”, refiere.
Y es que Roberto Vitlloch y su colectivo ya han echado a volar varios de sus sueños, aunque un tanto moderados por la presencia de la COVID-19.
“Un paso muy certero en cuanto a la preservación de esos valores fueron los resultados de la campaña del aniversario 500 de la ciudad. Se tomó muy en serio y con una voluntad política más integral y fuerte todo el programa de conservación”, acota.
Aunque el trabajo sistemático y coherente es la clave para que con el paso del tiempo no se borren las joyas de nuestro pasado, resulta primordial ganar en cultura patrimonial como herramienta vital para desterrar violaciones y laceraciones a nuestro entorno.
“Lamentablemente, cuando quieren transformar algún inmueble no acuden a la OHC, donde siempre encontrarán alternativas. Si se hiciera no se destruyeran los techos con valor, los murales y aleros. Esas agresiones se han sostenido durante años entre los vecinos que por desconocimiento destruyen el tesoro que resguardan”, reflexiona Ñeñeca.
Con la perseverancia que le caracteriza, esta reyoya espirituana deja escapar siempre uno de sus grandes anhelos: “Tenemos que ser capaces de conservar adecuadamente lo que somos”, insiste. Y su deseo es, sin duda, compartido por muchos otros coterráneos.
Vitlloch, ¿será muy descabellado soñar con “vender” Sancti Spíritus como una ciudad paisaje?
“No, pero exige de un trabajo sostenido y de todos para que su imagen sea el producto económico que la sostenga y, al unísono, permita reproducir acciones que conserven sus raíces, sin impedir su inevitable evolución”.
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