Sobre bicicletas y con los nasobucos puestos viajaron desde sus domicilios hasta el embalse queal iniciarse la tercera decena de mayo, mostraba señales de una sed crónica. No podía ser antes ni debían ser más de dos personas, porque el azote de la COVID-19 era —y sigue siendo aún— una amenaza. No podía ser después, porque las lluvias, que luego los obligarían a cambiar el lugar de la búsqueda, ya se anunciaban de manera insistente.
La sequía, sobre todo si deja al descubierto un área usualmente sumergida bajo agua, es una aliada perfecta para explorar la riqueza más codiciada por estos hombres. Arqueólogos al fin, aprovechan cada oportunidad para husmear en las entrañas de la tierra. Y las márgenes de los ríos que la presa Zaza se tragó son el sitio donde, de acuerdo con prospecciones anteriores, se asentaron los primeros pobladores que tuvo Sancti Spíritus. Por eso han sido escudriñadas una y otra vez desde que comenzaron a ser noticia.
Los hallazgos más recientes hasta ese momento habían tenido lugar en la margen izquierda de la desembocadura del río Yayabo en el 2017, también por esa fecha, cuando en el mayor embalse de Cuba se registró el menor volumen de agua de los últimos tres decenios: el 11 por ciento de su capacidad total de llenado.
En esta, la cuarta temporada de exploraciones arqueológicas en la cuenca de inundación de la Zaza, y en medio de la octava edición de lo que ellos denominan Taller de Arqueología Aborigen y Colonial, como parte del proyecto Museo de sitio. Asentamiento fundacional de la villa de Sancti Spíritus, las sorpresas serían múltiples.
DESCUBRIMIENTOS DESCOLLANTES
“Era casi el mediodía del 21 de mayo. Buscábamos en la confluencia entre la ribera izquierda del río Yayabo y la margen derecha de la Cuarta Cañada, descubierta una década atrás. Cuando llegamos vimos piedra tallada de aborigen, de las que ellos usaban para trabajar, y unos pedacitos de cerámica. “Profundiza bien’, le dije a Amauri Marín, arqueólogo aficionado del grupo Siguajabo, de Taguasco, quien era el otro integrante de la expedición”, cuenta Orlando Álvarez de la Paz, jefe del Gabinete de Arqueología Manuel Romero Falcó, de la Oficina del Conservador en la ciudad de Sancti Spíritus.
“En la exploración veo el tortero, que estaba así mismo como se ve en la fotografía, e intensificamos la búsqueda, a ver si hallábamos otros elementos que nos indicaran el siglo XVI. Esa pieza en concreto habla de tradiciones posiblemente importadas, porque tal tipo de evidencia no ha sido reportada en ninguna otra región arqueológica de Cuba.
“Ya conocíamos los torteros o volantes. Los primeros dos los colectó el arqueólogo Luis Olmo Jas el 12 de abril del 2012, en el sitio que conocemos como La Virgen. Un volante de huso entero, elaborado en barro por los aborígenes y que se empleaba para el hilado, así como un fragmento de otro, fueron el hallazgo más significativo de la temporada actual”, apuntala.
El otro descubrimiento descollante del que hablan, no sin cierto orgullo, está relacionado con las ruinas del otrora ingenio Guadalupe, del cual se conocía su ubicación, pero no se había podido establecer el plano de la distribución espacial. Cuando se trata de edificaciones antiguas enclavadas allí no queda otra salida que registrarlas en imágenes, porque luego volverán a quedar bajo agua.
Pero el asombro verdadero sobrevino cuando esa propia tarde del 2 de junio, hurgando entre los fragmentos de ladrillos y de teja afloraron unas cuentas multicolores pequeñísimas, difíciles de distinguir a simple vista, que según se presume formaron parte de alguna prenda decorativa perteneciente o bien a algún esclavo, o bien a uno de sus dueños. Como una verdadera rareza califican los especialistas espirituanos este hallazgo.
Dicho ingenio, especifica María Antonieta Jiménez Margolles (Ñeñeca), historiadora de la ciudad de Sancti Spíritus, fue incendiado el 6 de marzo de 1870, según se hace constar en el libro de Domingo Corvea Álvarez Los ingenios de la Villa de Sancti Spíritus, publicado en 1999.
En él se plantea que la quema formó parte de la tea mambisa, cuando la fábrica de azúcar era propiedad de los herederos de María de L. Martínez. Los especialistas especulan que las evidencias encontradas ahora — ladrillos y tejas requemados al punto de haber perdido su forma original— podrían ser la confirmación de aquel suceso.
OTRAS REVELACIONES
En esta última incursión los hallazgos casi se insinuaban al paso de los arqueólogos. Uno de ellos, las tejas francesas importadas de una marca específica, cuya presencia había sido reportada en Trinidad, pero en otro sitio —constituyen algo muy inusual en Cuba, dice Orlando— fueron avistadas en la Capitanía del Puerto de Casilda, en lo que fuera un almacén derrumbado por el huracán Dennis.
Fue puro azar: ellos se encontraban allí junto a autoridades de la Unidad Empresarial de Base Acuiza, de la Empresa Pescaspir, en gestiones para el permiso de uso de la embarcación que les permitiría trasladarse de un lado a otro del embalse casi seco. Otro hecho fortuito acaeció cuando se decidieron a llegar a una casa que solían ver en la Carretera del Jíbaro, mientras se dirigían a las instalaciones de la presa en la UEB Acuiza.
“Desde lejos divisábamos una caldera y esta vez solicitamos permiso para examinarla. Resultaron ser tres de diferentes dimensiones, más una cuarta que, según los dueños, fue extraída de allí. Así pudimos situar una nueva fábrica de azúcar (trapiche) desconocida hasta entonces. Ñeñeca ha hecho un trabajo pormenorizado de los ingenios del partido de la antigua villa (jurisdicción) de Sancti Spíritus y no tenía conocimiento al respecto”, refiere el especialista.
En sentido general, se identificaron seis nuevas estaciones arqueológicas y fue posible visitar las descubiertas entre los años 2009 y 2010, de las que no se tenían “ni coordenadas GPS, ni altitud sobre el nivel del mar, ni fotos, nada, aunque estaban bien localizadas”.
“Me parece un trabajo magnífico lo que ellos han hecho todo este tiempo, en medio de condiciones adversas y de limitaciones económicas en el país. Eso de aprovechar las bajadas de la presa es genial, porque ahí está toda la zona minera donde se asentaron los primeros españoles que vivieron en la incipiente villa de Sancti Spíritus. Otra cosa muy buena es que han involucrado en su proyecto a personalidades del mundo de la Arqueología”, opina Javier Sanzo Rodríguez, quien fungiera en los años de búsqueda inicial como historiador de la ciudad de Sancti Spíritus.
Junto al arquitecto Félix Bismark, en aquellos momentos del Centro Provincial de Patrimonio, y a Ubaldo Lazo Rodríguez, entonces director del Museo Provincial, Sanzo protagonizó en 1991 los primeros hallazgos en Pueblo Viejo, el hasta entonces presumible sitio fundacional, mientras exploraban un terreno en la finca del campesino Tomás Pérez.
De acuerdo con su teoría actual, que difiere de la inicial al estar basada en nuevos conocimientos sobre la conquista y colonización de América en general, que la tecnología le proporcionó después, la villa no nació como un poblado clásico, sino como uno desperdigado por varios lugares, en dependencia del sitio donde sacaba el oro cada uno de los conquistadores. Se corresponde, afirma, con lo expuesto por Eusebio Leal en algunos trabajos, donde habla de campamentos auríferos europeos en Cuba.
“Ese sitio arqueológico así, delimitado, donde originalmente se creó una de las primeras siete villas, es único en Cuba y presumo que debe de ser de los pocos en América”, sostiene el historiador.
Dispuestos a seguir el recorrido que hicieron Segundo Marín García y un grupo de historiadores y activistas de la ciudad en la década del ‘30, Sanzo y los suyos emprendieron aquella peregrinación de homenaje al lugar donde, según la tradición oral, se habían asentado los primeros vestigios de la naciente villa. Lejos estaban de sospechar entonces que en aquel campo recién arado, al que Tomás les había sugerido echar un vistazo, encontrarían objetos que confirmarían la hipótesis ya acuñada de generación en generación.
“Estuvimos como una hora y no encontramos prácticamente nada; Ubaldo y yo fuimos a la casa de Tomás a conversar un poco y Bismark se quedó en el terreno —cuenta Sanzo vía WatsApp, desde Argentina— . Cuando estaba atardeciendo fui a buscarlo y me dijo: ‘He encontrado unas tejitas que me resultan interesantes’. Las vi y supe, por lo que había leído, que se trataba de cerámica aborigen. Llamé a Ubaldo y ahí empezamos a encontrar un montón de cosas sin excavar, solo en la tierra arada.
“Entre muchas otras evidencias, yo encontré un hacha petaloide, ceremonial, chiquita, verde, hermosa; y Ubaldo, la primera cuenta de collar fabricada con técnicas aborígenes en mayólica española, lo que significaba que aquel era ya de por sí un sitio de transculturación o contacto entre las culturas española y aborigen”, se le escucha decir, con la emoción renovada.
Casi tres décadas separan un hallazgo del otro, pero el empeño sigue siendo el mismo: encontrar, más acá o más allá, nuevas pruebas que permitan armar el rompecabezas de una villa nacida a la orilla de los ríos y que más de 500 años después, a pesar de los elementos más contemporáneos que con el tiempo se le han ido incorporando, sigue deslumbrando al que la conoce.
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