No hizo falta una convocatoria, tampoco un escalafón; bastó la crudeza del rebrote que disparó el contagio por todo Sancti Spíritus para que, pese a su ubicación en el perímetro urbano, la Universidad José Martí abriera capacidades en función del aislamiento en ese inacabable desvelo por cortar la transmisión de la COVID-19 y desde el pasado 5 de octubre es uno de los centros que ingresa sospechosos sintomáticos de ser portadores del SARS-CoV-2.
Pareciera que crear condiciones similares a las salas hospitalarias era cuestión de separar camas y habilitar la logística. Pareciera que para un recinto fogueado en la asignatura de evacuación ante el azote de eventos meteorológicos, esta misión sería una rutina más.
ZONA ROJA EN LA UNIVERSIDAD
Solo al ver el pasillo central huérfano de la huella humana, se ausculta el rostro de la universidad en este octubre que hiere a Sancti Spíritus; un corredor que en el extremo del ala residencial dibuja un letrero que eriza la piel: Zona Roja.
No hacen falta más palabras ni señales, con solo leer ya se adivina la vida del lado de allá. Es la Cuba que salva, la que arma en horas un “hospital” en una residencia de pregrado; la que cuida 24 horas con médicos y enfermeras a cada paciente sospechoso remitido hasta allí; la que vistió de verde y altruismo a jóvenes y profesores para asegurar la retaguardia necesaria.
“Nos enfrentamos a una experiencia totalmente nueva”, aseguró Nayma Trujillo Barreto, rectora de la alta casa de estudios, y a seguidas repasa un protocolo que jamás nadie imaginó, como si se hubiesen invertido los roles de la extensión universitaria. “Se activó un centro de aislamiento en el que, menos la cocción de la comida y el lavado de la ropa, se garantiza el resto de los procesos de atención médica, alimentación, fregado, limpieza, desinfección, todo lo cual conllevó un reacomodo del área escogida para esa función, la definición de las zonas rojas en los corredores que van a los cuartos donde están los pacientes, mientras todo el flujo de movilidad de personas y logística ocurre por la puerta trasera”.
Se trata de más de 50 capacidades distribuidas en 18 habitaciones, ubicadas en pisos diferentes al servicio de la emergencia sanitaria, con la particularidad de que, sin realizar la docencia presencial, la universidad se mantiene vital en sus demás procesos y edificios, hay trabajo a distancia y los trabajadores que vienen están sujetos a los rigores de las medidas sanitarias, subrayó Nayma Trujillo.
“No fue solo crear condiciones de infraestructura para uso del sistema de Salud —explicó—. Conllevó también un proceso de mucha sensibilidad para la convocatoria de los profesores y estudiantes voluntarios que iban a trabajar en el centro de aislamiento; ellos hacen un servicio integral y es admirable el nivel de responsabilidad y sacrificio con que ese primer grupo de 11 asume la misión”.
RETAGUARDIA JOVEN
Si no fuera por la vestimenta con pinta de hospital que les tapa hasta la sonrisa, no pareciera que llevan casi dos semanas al borde del peligro; tal vez el arrojo de los años les ayuda a vencer los temores de la COVID-19. Por supuesto, hubo espacio para el aprendizaje de los protocolos sanitarios, díganse entrada a la zona roja, manejo de la ropa, manipulación de los alimentos y hasta de su propio vestuario.
“Los muchachos han tomado esta tarea con mucha valentía, altruismo, hasta le dan ánimo a los pacientes; es un trabajo de sacrificio y muy agotador, pero también creamos condiciones aquí mismo y en el tiempo de descanso hacemos ejercicios, jugamos dominó y hasta estamos montando una coreografía para celebrar el domingo el cumpleaños de una enfermera y un estudiante”, relató a través de la línea telefónica Alejandro Clemente Triana, el profesor que conduce el primer grupo de voluntarios.
Gretel Crespo Viamonte, estudiante de segundo año de la carrera de Logopedia, bajó hasta la línea roja a devolver las vasijas del almuerzo y, a distancia, revela a Escambray que tanto hembras como varones se han repartido las tareas “de manera que podamos funcionar en equipo, ponemos mucho empeño en las medidas de protección; sí se piensa en el riesgo y hasta se siente un poco de adrenalina porque estamos trabajando con personas que pueden o no tener la enfermedad, pero cumplimos y nos cuidamos”.
A través de la enfermera Ana Julia Fernández González —teléfono mediante—, Escambray llegó a la zona roja y supo que hay seis enfermeras y cuatro médicos dedicados a la atención de los pacientes; para ella, representa la tercera participación en la batalla contra la COVID-19, antes estuvo en el Hospital Militar Manuel Fajardo, de Santa Clara, y en un centro de aislamiento en Jatibonico.
“La universidad ha creado condiciones aceptables, acordes a los pacientes y al tratamiento médico que aquí reciben, mejor no han podido tratarnos, hasta los pacientes han expresado el agradecimiento por toda la atención que se les ha dado, pero lo que más me impacta es la labor extraordinaria de esos jóvenes, se han portado de maravilla”, asegura Ana Julia.
“A las personas las tenemos separadas por cuartos, cubículos, por la sintomatología que trae cada uno —informó el licenciado en Enfermería Omar Jiménez Cala, al frente del centro de aislamiento—. La eficacia ha estado en que el equipo de salud y el de los estudiantes y profesores trabajamos como un solo grupo en función de la satisfacción y la tranquilidad de los pacientes aislados hasta el momento que salgan los resultados de los dos PCR; en especial, quiero reconocer a esos jóvenes que apoyan, sin ellos nada de esto hubiera sido posible”.
Bravo muchachos y gracias. Ustedes nos reafirman la confianza en el futuro y el orgullo que siempre hemos sentido por la juventud cubana. Esta es la batalla que les ha tocado y la han ganado con creces. Gracias por su entrega y desinterés «al precio de cualquier sacrificio»
Aplausos para todos los voluntarios