Corría el verano de 1972, la presa Zaza estaba en plena construcción e intensas lluvias asociadas a un evento meteorológico apuraron inesperadamente el almacenamiento del embalse; en la zona de El Mosquito se respiraba el peligro, los pobladores sabían que de que de un momento a otro las aguas taparían los potreros. Así fue la última noche; con la crecida al borde de la casa, la familia de Haydée de las Mercedes Rodríguez Martínez recogió cuanto bártulo le fue posible; entre el susto, la tristeza y mirando aquellas luces que a ella le semejaban un barco, pero que no eran más que horcones encendidos para tener idea de la inundación, fue evacuada y trasladada a un albergue.
Haydée jamás olvida aquel 6 de agosto de 1972, cuando su familia estrenó el primer apartamento que se entregaba en La Sierpe, todavía en construcción, a los afectados por la presa Zaza y el Canal Magistral, un gigante complejo hidráulico que ensancharía el desarrollo arrocero en el sur de Sancti Spíritus.
Apenas tuvo tiempo para acomodarse, si acaso de asomarse al balcón del segundo piso como queriendo encontrar en el horizonte el paisaje campestre donde germinaron su niñez y juventud, sus vocaciones de costurera y maestra rural. Ya sabía que aquel privilegio de ser los primeros en habitar el naciente asentamiento, tenía un propósito que a la postre la convirtió en el talismán de La Sierpe, en una especie de ama de llaves del poblado.
A Haydée Rodríguez le encomendaron, nada más y nada menos, que recibir a las decenas de familias evacuadas que empezarían a llegar, ubicarlas en los apartamentos y hasta instruirlos de unas normas de convivencia diferentes a las costumbres del campo. Desde entonces se dedicó a tejer la vida humana de una comunidad que devendría, como parte de la nueva División Político-Administrativa en1976, la cabecera del municipio más joven de Cuba.
Casi 48 años después, Haydée no se desprende de los recuerdos y revive al detalle aquellos momentos. “No se esperaba que la presa subiera tan rápido y mi casa fue de las primeras que quedaron bajo agua; me evacuaron para lo que antes se llamaban El Chalet, después se hizo allí el motel La Presa.
“Le decía a mi esposo: si somos revolucionarios y por una obra de la Revolución hay que salir de aquí, pues salimos. Tampoco había opción, era sí o sí, porque el agua subía por horas; había empaquetado algunas cosas y las mandé para casa de mi mamá, al lado de la carretera de El Jíbaro, allí no llegaba la presa. Ya por la noche se empezó a acercar el agua y le dieron candela a los horcones, se veían las luces, aquello parecía un barco en el mar, aunque fue triste, porque me crié allí”.
Con 83 años y aquejada de la cadera, la fundadora de La Sierpe tiene limitada su movilidad, pero no sus vivencias. “Donde vivía había muchachos que no tenían manera de ir a la escuela, hablaron conmigo para si quería enseñarlos y, como dice el dicho: en tierra de ciegos, un tuerto es rey; era atrevida, así me volví maestra primaria y me fui superando.
“En esa zona fui costurera, maestra, peluquera…, mi mamá me decía: ‘Ay, Haydée, como tú te atreves’. Alfabeticé en mi casa a unos vecinos que eran muchos en la familia y no tenían condiciones para acoger un brigadista. Cuando terminó la Campaña de Alfabetización me vinculé a la educación, me quedé de maestra y también fui activista en las escuelas de Mapos, Natividad y San Carlos.
¿Cómo llegó Haydée a La Sierpe?
Se estaba construyendo La Sierpe y el único edificio terminado era este, por la necesidad de evacuar a las familias me trajeron a mi primero porque ya me tenían albergada, pero con la intención de que yo fuera acomodando a la gente desempeñándome como una trabajadora comunal. Nos mudamos el 6 de agosto y el día 7 recibí a la otra familia que llegó al poblado. Mi esposo me dijo: “Tú sabrás de eso”, le dije: Eso es nuevo, verás que me enseñan.
Las familias de campo antes apenas tenían bienes, aquí se entregaban muebles para la sala, cocina de petróleo, camas, literas para los niños, colchón, hasta las almohadas, todo era gratis. Eso era parte del contrato de la vivienda y todos esos recursos estaban aquí en un almacén que yo administraba.
¿Cómo transcurrió aquel cambio del potrero al apartamento?
Se pensaba y se decía que no resultaría fácil el cambio, pero las familias se adaptaron, era inevitable lo que sucedería con la presa, como salíamos casi bajo la disyuntiva de: te ahogas o te vas, las personas sintieron alivio al verse protegidas en nuevas casas, con oportunidades por delante que en aquellos campos no las teníamos.
Los primeros apartamentos que se terminaron fueron los módulos del sistema Sandino, después fueron acabando otros edificios. No se presentaron problemas con las familias ni exigencias de que si querían un piso u otro, todo fluyó bien, en pocos meses se mudaron más de 40 familias. Me comunicaba mucho con ellas y primó la disciplina comunitaria en medio de aquellas mudanzas emergentes.
¿Por qué el nombre de La Sierpe?
Teníamos un Consejo de la Comunidad que yo presidía y lo integraban las personas más preparadas. Cuando nos pidieron la opinión del nombre que le queríamos poner a este pueblo, algunos sugirieron Antonio Rodríguez, en alusión a un mártir que mataron en la zona; yo dije que ya conocíamos al lugar como La Sierpe.
Se escuchó mi planteamiento y se puso al pueblo La Sierpe, que era el nombre de una tienda de muchos años que existió en lo que ahora se conoce como La Sierpe Vieja. Aclaro esto porque los historiadores a la hora de explicar el nombre del asentamiento dicen que por los serpenteantes arroyos, hablan de la historia de una serpiente en una laguna…; en esta zona casi ni hay arroyos; La Sierpe fue el nombre popular que los primeros vecinos que llegamos aquí en 1972 sugerimos y el Consejo de la Comunidad estuvo de acuerdo, esa es la verdad.
¿Imaginó la evolución del asentamiento?
Jamás me pasó por la mente la dimensión que fue adquiriendo, que este pueblo que se construía al mismo tiempo que la presa Zaza iba a crecer tanto y se convertiría después en la cabecera de un municipio, nadie de los que lo estrenamos lo podíamos imaginar.
Los vecinos respetaban las cosas que les decíamos en función de cumplir el reglamento comunitario, si nada más tú le permitías a una familia tener un perro o unas gallinas, luego todas la seguían; eso fue lo que sucedió después. Pero esta comunidad en sus inicios fue la mejor de la provincia por varios años.
Aprendí a incorporarme a las tareas de la Revolución a través de mi esposo —Arístides Linares Mirabal—, he vivido para trabajar y mi consigna siempre ha sido: si no se de esa actividad, me enseñarán, voy a probar, si no sirvo, me quitan, y ponen otro. Me llevé bien con todos, me respetaron; puedo decir que yo crié La Sierpe. Quizá, como vi nacer este pueblo, lo quiero como a una familia grande.
¿Cómo llegó Haydée al trabajo de Gobierno?
Me hicieron el proceso para las elecciones del Poder Popular sin saber yo nada de aquello y como era más conocida la gente votó por mí para delegada de la Circunscripción; fui la primera mujer que salió delegada del Poder Popular en la provincia, pero me llevaron a trabajar al Poder Popular Municipal como secretaria de la Asamblea. Estuve 10 años en esa labor.
Nunca olvido aquella reunión en la Casa de la Cultura con Raúl Castro, cuando se le planteó el problema del enlace con Sancti Spíritus, porque había que ir por El Majá y era muy lejos; se propuso esa ruta que hay hoy por detrás de la cortina de la presa. El pidió que fundamentaran la propuesta de la carretera, la longitud, cuántos puentes llevaba y todo eso, que le enviaran esos argumentos para analizarlos con la dirección del país. Después se hizo la carretera.
Luego en la calle intercambió con los vecinos y aconsejó que sembraran matas, árboles. “Esto es un pueblo de guajiros”, dijo, como para acercar el ambiente del campo a la comunidad.
Cuando terminé en el trabajo de secretaria de la Asamblea me ubicaron en la Comisión de Prevención y Atención Social; estuve allí cinco años, una labor muy humana y me hizo ver La Sierpe de una forma que yo no la conocía. Cuando finalicé el trabajo en esa Comisión ya tenía edad de retiro y me jubilé. Desde entonces estoy en la casa cosiendo, me gusta mucho ese oficio.
Después de estar jubilada se me reconoció como Símbolo Humano del municipio, también lo soy de la Federación de Mujeres Cubanas y la Asamblea Municipal me declaró Hija Ilustre de La Sierpe, única vez que se ha entregado esa condición. Me sorprendieron con esas distinciones, conforme nunca imaginé que La Sierpe sería un municipio, tampoco pensé merecer esos reconocimientos.
No creo que hice tanto, solo lo que en cada momento me pidieron, si no hubo un resultado mejor fue porque no supe, o no pude. La Zaza me tapó la finca, pero me abrió otros caminos para incorporarme a la sociedad; donde yo vivía no hubiera trabajado y mi vida hubiera sido muy monótona. Después que llegué a La Sierpe hice la Facultad, pasé otras escuelas, me preparé y pude desenvolverme en la vida social y laboral.
Nunca fui oportunista, no me aproveché del cargo, ni ambicioné nada, ni siquiera un auto Moskovich que todavía dicen por ahí que debieron vendérmelo a mí; el premio mayor es el cariño del pueblo, eso vale más que cualquier cosa material; vivo agradecida en el mismo apartamento de La Sierpe que me entregó la Revolución como afectada de la presa Zaza aquel 6 de agosto de 1972.
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