Las bandas armadas cometieron en Cuba infinidad de crímenes, pero en el imaginario popular el asesinato del brigadista Manuel Ascunce Domenech, de solo 16 años, y su alumno campesino Pedro Lantigua, el 26 de noviembre de 1961, reviste especial connotación por la bajeza de esta acción encaminada a frustrar la Campaña de Alfabetización que se acercaba ya a su final victorioso.
A pesar de los esfuerzos de los elementos más recalcitrantes de la oligarquía nativa cuyos remanentes se concentran en Miami, y del Gobierno de los Estados Unidos por ocultarlo, hoy se sabe que el asesinato de maestros en Cuba a inicios de los años 60 del pasado siglo fue una campaña orquestada para impedir que el pueblo cubano y, sobre todo los campesinos, tuvieran acceso a la enseñanza.
Ser culto es el único modo de ser libre, había enunciado el Apóstol José Martí, y esas fuerzas oscuras, conscientes de que resulta muy complicado engañar y explotar a un hombre libre, quisieron mantener a sus compatriotas pobres en la ignorancia para sostener sobre ellos un régimen de explotación basado en el oscurantismo.
Sobre estas premisas se desató la guerra irregular contra el Gobierno revolucionario ya a mediados de 1959 con la conspiración batistiano-trujillista de la Rosa Blanca, guerra financiada y dirigida desde Washington y caracterizada por sabotajes, propaganda venenosa, mentiras y calumnias de todo tipo, atentados, asesinatos, y una obra destructiva sistemática a cargo de bandas armadas, sazonado todo con un férreo bloqueo económico y esfuerzos de aislamiento diplomático contra Cuba.
Bajo ese clima se inició en la isla en enero de 1961 la Campaña de Alfabetización, una cruzada por el saber sin parangón en América y en el mundo, la que no pudieron frustrar la invasión mercenaria de abril de ese año ni los crímenes de maestros y alfabetizadores que, como el de Manuel Ascunce y Pedro Lantigua, no harían más que espolear en los cubanos las ansias de conocimiento y de justicia.
LOS TERRIBLES AUGURIOS SE CONFIRMAN
Aquel 26 de noviembre de hace 60 años la noticia se deslizó por el país como fuego sobre pólvora: “Alzados contrarrevolucionarios han matado a otro brigadista, casi un niño, en la zona del Escambray. Dicen que lo ahorcaron con alambre de púas”, así corrió el rumor que, fatalmente, resultó ser verdadero.
Evelia y Manuel, los padres de Manuel Ascunce Domenech, recibieron abrumados aquel golpe terrible. En medio de la vorágine suscitada por el crimen incalificable, ella recordó escenas descollantes de la vida en común, desde el nacimiento de Manolito el 25 de enero de 1945 allá en la calle Carmen Ribalta No. 32, en Sagua la Grande, Las Villas, que colmó de alegría y esperanzas el seno familiar.
Manolito demostró ser un alumno disciplinado y estudioso, de carácter serio, aunque gustaba de los juegos y de hacer chistes. Según sus profesores era un estudiante de buen rendimiento escolar que demostraba preferencia por la Historia.
La inclinación política de Manuel Ascunce Domenech en defensa de la Revolución alcanza su cenit en las horas dramáticas de la invasión mercenaria, cuando vivía más en la escuela que en casa haciendo guardia para protegerla. Por aquellos días ingresa en la Asociación de Jóvenes Rebeldes, antecesora de la UJC.
Al finalizar el curso escolar 1960-1961, Manuel termina el segundo año de secundaria y responde al llamado a la Campaña de Alfabetización.
El muchacho fue designado para alfabetizar en la antigua provincia de Las Villas, en el municipio de Trinidad. En la mañana del 22 de julio de 1961 llegó junto a otros nueve brigadistas a la finca Las Yuraguanas, cerca de Santa Ana, en la zona de Limones Cantero, barrio del río Ay, donde pernoctaron en una casa-escuela que había servido de comandancia a las milicias.
Sabía Manuel que la zona estaba infestada de bandidos y hubo intentos de evacuar a los brigadistas Conrado Benítez hasta que se creasen mejores condiciones de seguridad, pero él, que siempre había dicho ¡Sí!, esta vez dijo ¡No!, dispuesto a cumplir su tarea a cualquier precio.
CON LA PERFIDIA DE LAS VÍVORAS
De acuerdo con el testimonio de Ana Viña, viuda del campesino Pedro Lantigua, la cuadrilla armada de cerca de una veintena de bandidos se abalanzó en la tarde-noche del domingo 26 de noviembre de 1961 sobre su humilde vivienda en la finca Palmarito, donde, valiéndose del engaño y la traición, logró desarmarlo haciéndose pasar por gente amiga, para consumar poco después, previa tortura, el ahorcamiento de este y del maestro alfabetizador.
En conversación con Bohemia a escasos días del cruel asesinato, Ana refirió a los periodistas los terribles momentos vividos: “Mire, era de día, no llegarían a ser las seis de la tarde. Pedro, mi hijo de 13 años estaba con Manolo haciéndole la Carta a Fidel (*), yo estaba en la cocina cuando sentí a los perros ladrar y a mi esposo rastrillando la checa, cuando se aparecieron unos hombres disfrazados de milicianos y con unas mochilas hechas de saco.
“Ellos dijeron ‘¡Hola, Pedro!’, como si lo conocieran bien, y cuando Pedro les apuntó con el arma, dijeron: ‘¡Eh!, ¿vas a matar tus compañeros?’. Cuando estuvieron juntos le arrebataron el arma y le dijeron que fuera con ellos.
“Yo les pregunté que para qué lo querían, y me dijeron que lo necesitaban de práctico. Les contesté que si no habían necesitado práctico para llegar a nuestra casa (…) y comencé a forcejear con ellos hasta llegar al portón. A Manolo le preguntaron si era brigadista y yo les dije que él también era hijo mío, pero Manolo se les encaró y les respondió: ‘Yo soy aquí el maestro’.
“Entonces me vi perdida y hasta me dijeron que si no los dejaba tranquilos me iban a meter cuatro tiros por la barriga. Salí corriendo para la única casa que está cerca —a unos 2 kilómetros— de la nuestra a pedir auxilio”.
El hecho bárbaro se conoció el lunes 27 de noviembre cuando la Milicia encontró los dos cuerpos martirizados y colgados de un árbol a cierta distancia de la casa de los Lantigua-Viñas.
HONOR Y RECUERDO ETERNO
El 22 de diciembre de 1961 fue una jornada histórica. Ese día en una multitudinaria concentración en la Plaza de la Revolución, Cuba fue proclamada Territorio Libre de Analfabetismo, con lo que se materializaba un sueño que parecía inalcanzable al completar más de 700 000 alfabetizados.
Allí el entonces ministro de Educación, Armando Hart Dávalos, dio a conocer una resolución que, en uno de sus párrafos, expresaba: “En consideración a que Manuel Ascunce Doménech, brigadista Conrado Benítez y Delfín Sen Cedré, brigadista obrero Patria o Muerte, cayeron heroicamente, víctimas del imperialismo y la contrarrevolución, cuando realizaban la gran tarea de la alfabetización, el Gobierno Revolucionario, resuelve: Conferir póstumamente a ambos combatientes la Orden Nacional Héroes de la Revolución”.
Pocos momentos después, al resumir aquel grandioso acto, expresaba el Comandante en jefe Fidel Castro: “Qué vergüenza que el terror que trataron de sembrar con el asesinato de este adolescente Manuel Ascunce se tradujo en la condena de nuestro pueblo, en una acusación eterna a los cobardes”…
(*) Se consideraba que cada alfabetizado debía escribir una misiva al Comandante en Jefe como prueba de su aprendizaje.
Quisiera proponer una hermosa repuesta aquellos que se niegan a montar en su corcel al General de las tres guerra por la Independencia de Cuba. Mayor General Serafín Sánchez Valdivia.
Nuestro Héroe Nacional José Martí Pérez, también se le puede rendir tributo, no solo en un parque, su estatura es Universal, porque en SANCTI SPIRITUS, no se le rinde homenaje con un monumento en cada Consejo del Municipio brindándole homenaje por los centro Educacionales y por su pueblo, de manera ejemplar y Universal como se merece.
Cuando vemos historias como estás, nos sentimos conmovidos, fuimos combatientes que enfrentamos a las bandas contrarrevolucionarias, que cometieron alrrededor de 200 asesinatos, a los que debemos rendirles tributo cada día para que las presentes y futuras generaciones les rindan homenajes.
Que conozcan que fue obra del imperialismo Norteamericano, que organizó y armó a estas bandas c/r en El Escambray.
El jefe de la banda Julio Emilio Carretero, sargento del Ejército de Batista, el que posteriormente fué capturado por el Buró de Banda, de la Seguridad del Estado, por un operativo realizado por Alberto Delgado, el hombre de la finca Masinicu, de Trinidad, que posteriormente fué asesinado, por la banda de Cordovez.